Lo que nos atrae del caso de Errejón son las bajas pasiones. Las suyas, las nuestras —es tan difícil sustraerse al cotilleo…— y las de su pandilla; esos seres de luz que ahora fingen sorpresa y hacen como que se escandalizan. Asustadas por la posibilidad de perder su lujoso tren de vida, las compañeras del más feminista de los héroes le han organizado un auto de fe en el que quien lo amó le niega la presunción de inocencia, y quien lo eligió como portavoz —sabiendo que era un acosador— enarbola la antorcha que prenderá el fuego purificador. Todavía estoy viendo a Yolanda Díaz en el Congreso el día antes de que él dimitiera; hablándole muy cerca, mirándole arrobada y acariciándole la cara como, por otra parte, hace con todos los hombres. Antes, a ese tipo de mujeres se las llamaba —tiraré de eufemismo— calientabraguetas. Pero, gracias a los dogmas de fe que la extrema izquierda nos ha impuesto, llamar a las cosas por su nombre hoy es delito de odio.
El rabioso feminismo patológico de Irene Montero y sus amigas lleva años obligándonos a vivir en una fantasía en la que las mujeres somos ángeles acechados por nuestro depredador natural: el hombre. Personificado ahora en Íñigo Errejón, que —drogaínas aparte— ha llegado “al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”; siendo el personaje el perfecto aliado feminista que conocemos y la persona, un Christian Grey de Lavapiés. Hoy es él quien se ve en la picota por sus parafilias sexuales —que, de momento, no parecen delictivas—, pero muchos han acabado en el calabozo por menos: los hombres llevan años padeciendo los más de 20.000 millones de euros que se han lanzado contra ellos y que no han servido para frenar la violencia de género, sino todo lo contrario.
Hay chicas que denuncian quimeras como la “falta de responsabilidad afectiva” —es decir que, tras el coito, él no se enamore de ti— y que creen que no satisfacer sus deseos románticos es delito
La realidad es que ninguna ley puede impedir que las mujeres nos sintamos atraídas por hombres poderosos —¿algún bombonazo se habría fijado en Errejón de haber sido sólo un mancebo de botica?— o, simplemente, malotes. Y, para protegerrnos de nosotras mismas, se nos promete que los hombres pagarán las consecuencias de nuestras malas decisiones. Así, hay chicas que denuncian quimeras como la “falta de responsabilidad afectiva” —es decir que, tras el coito, él no se enamore de ti— y que creen que no satisfacer sus deseos románticos es delito. Y no, no estoy exagerando: la joven feminista Ayme Román aprovecha los últimos minutos de un vídeo —en el que avisa de que Errejón no es el único acosador zurdo— para recordar a sus seguidoras que la mera ruptura de una relación no es maltrato. Las pobres están tan perdidas que muchas veteranas hemos sentido vergüenza ajena con los testimonios de las despechadas de Errejón.
Después de ofrecerse a ser “su puta”, Violeta —nombre ficticio— se queja de que el sexo con él fue “porno heteronormativo”, aunque lo que más le dolió fue que Íñigo dejara sobre la mesilla 20€ para el taxi. Aun así, esta empoderada siguió sometiéndose a sus imposiciones patriarcales durante unos meses más: les han enseñado que sólo sí es sí, pero no han aprendido a decir “no”. Y qué contar de la pizpireta actriz que ha dado la cara, esa desconocida Antoñita la fantástica que ahora es el perejil de todas las salsas: cada vez que habla, el abogado de Errejón descorcha una botella. Ella solita da la razón a quienes creen que las mujeres somos seres emocionales que no deberían salir de la cocina. A ver si nos quitan el derecho al voto de una vez, por favor, que no puedo más.
Podemos es el partido perfecto para ellas porque les promete, sobre todo, venganza; sirva como ejemplo la crueldad con la que han aniquilado a Errejón. Ahora la jueza de la horca pelirroja amenaza con hacer rodar más cabezas
Pero no olvidemos que este culebrón tan chusco encubre el inhumano y calculado plan de marketing de los Iglesias-Montero, que se reservaron la información para vengarse de su archienemigo y asestar el golpe maestro a Sumar: Yolanda está muerta, pero aún no lo sabe. Me imagino a la siniestra parejita preparándolo todo en su casoplón de Galapagar con la reina de corazones, Cristina Fallarás: experta en destilados y mujer más violada de occidente. Quien más quien menos tiene examigas como ella, descerebradas que tras una vida de excesos y malas compañías —los hombres buenos son aburridos— siguen culpando de sus problemas a los demás. Podemos es el partido perfecto para ellas porque les promete, sobre todo, venganza; sirva como ejemplo la crueldad con la que han aniquilado a Errejón. Ahora la jueza de la horca pelirroja amenaza con hacer rodar más cabezas. ¿Veremos rodar cabezas del PSOE?
De momento, siguen con la campaña de desprestigio de la policía y la judicatura: resulta que ni comisarías ni juzgados son sitios seguros para las mujeres. Sólo el Instagram de la Fallarás lo es. Hoy alientan a las mujeres a denunciar anónimamente desde redes sociales; mañana animarán a inquilinos contra caseros. Bienvenidos a la “cultura de la delación”.
El único y flaco consuelo que nos queda es que Iglesias no se atreverá a mirar a otra mujer jamás.