Cuanto más imprevisibles son, mayor es el daño que provocan las catástrofes naturales. Es esa imprevisibilidad la que exime de culpa a los responsables políticos y de las administraciones públicas que deben garantizar la seguridad de los ciudadanos. Otra cosa es la gestión del siniestro. Por lo general, se suelen tolerar los errores provocados por la precipitación o el retraso en la toma de decisiones, siempre y cuando quienes los cometan hayan actuado empujados por un noble, aunque equivocado, sentido del deber.
Lo que es imperdonable es que esos errores tengan su origen en el cálculo político. Que sea esta, y no otra, la causa de un daño mayor. Y es precisamente esa la impresión que hoy tienen muchos de los ciudadanos afectados por la Dana que ha asolado algunas localidades de la Comunidad Valenciana y otros lugares de Castilla-La Mancha. Con lógica irritación, los que no tienen lugar al que volver, los que han visto cómo fallecían amigos y familiares, se preguntan en estas horas cuántos muertos más ha ocasionado el cálculo político.
Paiporta es el golpe de gracia a una clase política que atraviesa la peor crisis de legitimidad desde que España recuperó la democracia
Imposible saberlo. Pero una sola víctima que pudiera haberse evitado justificaría la exigencia de inmediatas responsabilidades. Y son el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, y el del Gobierno, Pedro Sánchez, los señalados. Uno porque quizá pensó que una correcta conducción de la crisis podía consolidar su figura y su futuro político y no pidió la intervención del Gobierno central cuando debió hacerlo. El otro porque ante una tragedia de esta magnitud debió tomar las riendas desde el primer momento y no lo hizo.
Mazón y Sánchez han perdido toda legitimidad para seguir en sus puestos; para hacer política. Tienen que irse porque han fracasado como líderes y también porque la dimisión es la única respuesta decente a una de las consecuencias más nocivas de su fracaso: el golpe de gracia que darían con su atrincheramiento a la credibilidad de una clase política que atraviesa la peor crisis de legitimidad desde que España recuperó la democracia, y que está muy cerca de convertirse, si no lo es ya, en una grave crisis de Estado.
Porque es el Estado el que también puede salir muy mal parado de una catástrofe que ha puesto al descubierto la inoperancia de un modelo impropio de un país avanzado. Un modelo asentado, como ha descrito con crudeza y precisión el profesor Jiménez Asensio, en una clase política “endogámica, amén de sectaria” y “un fragmentado e ineficiente ovillo de administraciones públicas que funcionan cada una a su bola, también encerradas en su propia endogamia y autocomplacencia, sin nadie que haga de director efectivo de una ruidosa y carísima orquesta de instrumentos desafinados y muchos de ellos inutilizables”.
Lo que estamos viviendo es ante todo un desgarrador drama humano. Pero no solo. Es también un serio aviso de lo que puede ocurrir en este país si no se pone fin a una política iracunda y desintegradora
“España -escribe el profesor- es un país desarticulado en cantones territoriales autárquicos, con sus propios jeques y sus respectivos harenes de directivos públicos nombrados por el poder que se prostituyen sin pudor a las órdenes de quien manda (del puto amo o sus análogos)”. Esto es lo que la Dana nos ha mostrado en toda su rudeza. Un sistema administrativo descomunal, con casi cuatro millones de funcionarios, y miles de entidades dependientes del sector público, crecientemente descoordinado e ineficiente.
Lo que estamos viviendo es ante todo un desgarrador drama humano. Pero no solo. Es también un serio aviso de lo que puede ocurrir en este país si no se pone fin a una política iracunda y desintegradora. Si se sigue distorsionando la realidad con fines políticos e insultando a la inteligencia, como ha hecho el presidente del Gobierno al señalar a un grupo minoritario de ultras como el único causante de lo ocurrido este domingo en Paiporta.