Texto de Joan Pipó Comorera
Graduado en Filosofía, profesor jubilado de Enseñanza Secundaria, especializado en el análisis y divulgación de la filosofía contemporánea
A raíz del caso conocido en Francia como el «Juicio de las violaciones de Mazan», en el que un depredador sexual drogaba a su propia mujer (la Sra. Gisèle Pelicot) para invitar a otros hombres contactados por internet a practicar sexo con una fémina inerte, se ha propiciado un interés general por encontrar las razones del comportamiento violador. La particularidad de este caso, marcada por la gran cantidad de participantes que el infame voyeur logró encontrar en un grupo de libertinos, ha sido ocasión propicia para que el sector del movimiento feminista que siente aversión hacia los hombres esgrima juicios generalizadores sobre la totalidad de los miembros de un grupo social a partir del comportamiento de unos cuantos. Es así como recientemente se han podido detectar claras expresiones de lisa y pura misandria (llamémosla de esta forma para no caer en la estafa tan habitual de arrogarse un conocimiento en psicología cuando se procede a diagnosticar fobias).
Aparte de incurrir en una falacia lógica en la que una correlación es convertida en causalidad, esta identificación entre los hombres comunes y los violadores entra formalmente en lo que hoy algunos pretenden penalizar bajo la figura del discurso de odio. No hay más que fijarse en algunas aseveraciones que se han hecho a propósito de este caso. En «Simplemente hombres», Camille Kouchner declaró que los violadores «no son ni lobos ni monstruos, sino simplemente hombres». Anna Toumazoff repitió esta misma idea al advertir que «presentar al violador como un monstruo sirve para ocultar de un plumazo su condición de hombre normal». Y hay que retener bien el título escogido: «83 violadores: la banalidad del macho». Es una ineluctable prueba de la degradación que afecta a ciertas tendencias de la teoría feminista actual que pueden ser conocidas como pertenecientes al neofeminismo woke. Basta pensar en Simone de Beauvoir y su frase «no se nace mujer, se llega a serlo». A través de ella quiso introducir una distinción entre la natural condición de hembra con la que se nace y el modelo de comportamiento pasivo e inmanente que la educación actuante en la cultura patriarcal habría reservado en el pasado para estas hembras convertidas después en mujeres sumisas. Según Tomazoff, para el caso del macho, ya no se podría decir «no se nace hombre, se llega a serlo», sino que la biología sí sería en ellos destino. Esta contradicción fue oportunamente notada por Pablo de Lora en «De delfines y hombres y violadores potenciales».
Por parte española, memorable es lo que señaló Noelia Ramírez en «#NotAllMen y el tipo genial»: «#NotAllMen es el escudo en el que se refugian quienes evitan afrontar una conversación sincera sobre la estructura de la violencia machista. () Acogerse al #NotAllMen es tan tramposo como aferrarse a «la heteroexcepción»: cuando, creyendo haber encontrado a un hombre bueno, ese amor profesado bloquea la capacidad crítica de ciertas mujeres. Esa fe excepcional les impedirá entender el conjunto». Para que entiendan a la señora Ramírez (o sea, hagamos el siguiente mansplaining): al igual que Jehová procedió a la destrucción de Sodoma y Gomorra tras demostrarle a Abraham que allí no habitaba ningún justo, es igualmente inútil creerse que entre la totalidad de los hombres puedan encontrarse tipos geniales. Si una mujer ve a uno o diez que así lo parecen, es que se ha dejado engañar. Así que hay moraleja. A los hombres, ni tocarlos.
Pero no voy a abundar en la cuestión del delito de odio, porque a este hay que verlo como un recurso al uso de engreídos progresistas con el que amordazar la información sobre hechos o ideas que representen un obstáculo para su proyecto de transformación social. La introducción de esta figura en cualquier democracia liberal no hace sino mancharla y degradarla, pues la mejor manera de combatir los discursos de odio siempre va a ser su ridiculización pública.
Tanto los indignantes abusos, violaciones o asesinatos de mujeres, como todas las agresiones que puedan sufrir los hombres que pasean también por los mismos callejones oscuros que el llamado urbanismo feminista está exigiendo eliminar, son tipos delincuenciales que, por desgracia, crean víctimas y que, ineluctablemente, están relacionados con las deficiencias del actual sistema de control social para imposibilitar el comportamiento agresor e incluso homicida de algunos individuos. Como la situación descrita en Minority Report no es real, la sociedad actúa por definición siempre tarde, no llega a paralizar a tiempo a violadores y a homicidas, y sólo le queda como opción el accionamiento del sistema penal, condenando al individuo agresor a pasar unos años en la cárcel. Además, constituciones políticas como la española obligan a ser muy deferentes con los delincuentes y su condena queda por definición ligada, no al castigo, sino a la rehabilitación. Demasiado a menudo el sistema presenta fallos clamorosos con potencial para indignar a la ciudadanía. Y como muestra ahí va el siguiente botón:
Mientras se está realizando el juicio de Mazan, Francia se ha visto sacudida por una violación con homicidio incluido realizada por un joven de origen marroquí pendiente de expulsión que hace solo cinco años, recién entrado al país desde España, había cometido ya una primera violación que le llevó a la cárcel. Aunque era una ocasión para escribir de nuevo un «Simplemente hombres», en este caso, y por parte del neofeminismo actuante, se ha preferido lanzar la consigna de no dejar que la ultraderecha instrumentalice un feminicidio. De esta manera, grupos de ultraizquierda se dedicaron a arrancar carteles con la cara de Philippine, la joven estudiante que fue violada y asesinada al salir de la universidad. Y no solo esto. Minutos de silencio practicados en homenaje a la víctima fueron alterados por manifestantes fascistas de ultraizquierda que se pusieron a gritar «!Siamo Tutti Antifascisti!» (y aquí se impone una aclaración: el hecho de que la RAE incluya también entre las acepciones posibles del término fascista el significado «excesivamente autoritario» permite hablar de la existencia de unos curiosos oximorones andantes, parlantes y actuantes; son los fascistas antifascistas).
Antes que perder el tiempo lamentando la nula educación democrática y humanitaria mostrada por estos activistas woke, mejor será radiografiar sus representaciones mentales para comprender la preocupación mostrada ante esa instrumentalización. La derecha por ellos odiada se define por otorgar importancia al derecho de los ciudadanos a la seguridad. Y si hay algunos extranjeros dedicándose a cometer delitos que engendran víctimas, entra dentro de lo previsible que la desafortunada muerte de Philippine sea usada para exigir que el estado retire de circulación a este tipo de individuos.
Pero ocurre que la actual izquierda, o sea, la nueva izquierda que ha perdido los cabales y que ha derivado hacia el esperpento woke, se ríe completamente de cualquier preocupación securitaria. En principio, prefiere considerarla como una simple paranoia propia del sector privilegiado de la sociedad que temería la rebelión de los condenados de la tierra. En la particular visión del mundo construida por esos guerreros de la justicia social, solo cabrá hablar con justeza de vidas cuidadas y seguras después del fin del capitalismo. Y, para convertir ese sueño utópico en algo real, están convencidos de que deben articular adecuadamente toda la fuerza subversiva de los diferentes colectivos oprimidos por el capitalismo neoliberal, tal y como los irredentos E. Laclau y C. Mouffe dejaron bien apuntado. Mientras no sean capaces de conseguirlo, la consigna que se impone es la de tomar cualquier exigencia de seguridad como una simple pesadilla de las clases privilegiadas.
Un instrumento es una «cosa o persona de que alguien se sirve para hacer algo o conseguir un fin». En consecuencia, cabe pensar que, si algunos se quejan por una instrumentalización concreta, lo más seguro es que estén pensando en utilizar el mismo objeto o persona para lograr un fin distinto. ¿Cuál es entonces el uso que la facción de las elegidas que integran la religión woke (J. McWorther) hace de las mujeres violadas o asesinadas por hombres? Pues su destino es el de acabar formando parte de un gran y simple relato que narra las terribles condiciones que los hombres blancos beneficiarios del capitalismo patriarcal imponen a las mujeres, que hasta pueden ser drogadas, violadas o asesinadas a su antojo. Si el postmoderno J.F. Lyotard estuviese aún vivo, no daría crédito ante la capacidad de pervivencia que demuestran tener los macrorrelatos de la emancipación cuando saben adaptarse a esquemas más simplificados.
Hombres blancos procapitalistas oprimiendo al resto de la humanidad
Pero este marco explicativo general (hombres blancos procapitalistas oprimiendo al resto de la humanidad) puede toparse en la práctica con una diversidad de situaciones concretas que no siempre se adecuarán al modelo. De ahí que las distintas suertes mediáticas que han sido reservadas para la Sra. Pelicot y la joven Philippine demuestren a las claras el tratamiento disímil y moralmente retorcido que los guerreros woke realizan de las violaciones en función de la naturaleza del sujeto perpetrador.
Por ejemplo, si eventualmente el hombre blanco implicado tiene el oficio de policía o militar, entonces el suceso va a ser publicitado con grandes altavoces por contener una lección adicional. Y es que, lejos de ver dignidad en esos oficios que obligan muchas veces a sacrificar la seguridad personal para garantizar la de la ciudadanía, prefieren verlos como propios de bastardos al servicio de los poderosos a los que no importa usar su fuerza para violentar a las mujeres. Basta pensar aquí en la publicidad que se dio al caso de la manada de Pamplona.
¿Y si eventualmente el hombre implicado resulta ser un ex-colonizado? En este segundo caso se produce entonces un inesperado choque entre dos de los maniqueísmos marxista-foucaultianos más apreciados por la cosmovisión woke: el no blanco dominado rebelándose contra el blanco dominante; la mujer dominada rebelándose contra el hombre dominante. ¿Qué hacer? Pues, sintiéndolo mucho para la causa general de las mujeres contra los hombres, en la lucha contra el capitalismo patriarcal obra de los hombres blancos solo hay un único tipo de mujer acosada, violada o asesinada que interesa mostrar. Es la que ha sido victimizada por un hombre blanco. Por tanto, a ciertos casos de violación se les va a aplicar en la medida de lo posible la sordina.
Pero añadiré otra suposición que representaría una tercera posibilidad: ¿Y si eventualmente el hombre implicado resulta ser un woke? En teoría, un hecho de este tipo sería un imposible metafísico. Sabido es que todos esos guerreros de la justicia social presumen públicamente de actuar siempre en defensa de las minorías oprimidas. Sin embargo, ocurre que un político woke español ha sido emplazado a dimitir tras ser acusado de maltrato de mujeres. El caso Errejón recuerda mucho a las historias de Danton o Robespierre, aquellos revolucionarios que injustamente llevaron al cadalso a tantos y tantos ciudadanos inocentes hasta que ellos mismos fueron decapitados por la furia y el terror que habían creado. Pero lo más interesante aquí ha sido la curiosa justificación que el ya condenado por el tribunal alternativo del #MeToo se ha atrevido a dar sobre la causa propiciadora de su mal comportamiento: resulta que se alistó en la política profesional para defender a los débiles y tuvo que actuar como un ejecutivo agresivo para que esos débiles fuesen mejor tratados. Por desgracia, un daño colateral de su conversión en político agresivo fue el alejamiento del mundo de los cuidados y de los tratamientos empáticos y deferentes con las personas en general y las mujeres en particular. Él tiene un interior puro y con muy buenos sentimientos, pero ha tenido la mala suerte de tener que espabilarse en una sociedad patriarcal y neoliberal. En fin, que dos siglos y medio después de la emergencia de la teoría narcisista rousseauniana sobre el buen salvaje y la mala sociedad, siguen existiendo aspirantes a intelectual que no abandonan la infancia por culpa de la seducción ejercida por sus equivocadas teorías sobre la bondad de los sentimientos internos y la maldad de las construcciones sociales (y que han sido impecablemente denunciadas hace poco por James Lindsay en su libro Marxismo racial). Como siempre se dice que lo que no te mata te hace más fuerte, hay que preguntarse si el Sr. Errejón será capaz de aprovechar la experiencia vivida con su largo y disfrutado auge y su repentina caída para proceder a una autocrítica que lo conduzca a la adultez. Mientras siga creyendo en memeces tales como la existencia de un capitalismo blanco y heteropatriarcal sabremos que una tal tarea la tendrá pendiente y que no habrá psicólogo en el mundo que sea capaz de arreglar sus particulares problemas entre persona y personaje.
Pero no quisiera terminar este artículo sin aconsejar otro que demuestra los límites de este «neofeminismo de pesadilla» cooptado por la extrema izquierda delirante. Es el de la socióloga francesa Nathalie Heinrich: «No, no todas las mujeres consideran que todos los hombres son culpables».