El Rey hizo lo único que podía hacer dada la limitación de sus poderes constitucionales. Plantarse en la zona cero con la reina para sentir la tragedia de cerca y que el pueblo, que la estaba sufriendo en carne propia, pudiera percibir en ellos, simbólicamente, la preocupación y el apoyo de la jefatura del Estado. Sabían lo que les esperaba, no debieron sorprenderles ni los gritos ni la hostilidad de unos vecinos desesperados, impotentes e incapaces de entender porque tantos días después de la catástrofe siguen dependiendo, en palabras de Tennessee Williams, de la amabilidad de los extraños. El presidente del Gobierno, pillado con el paso cambiado, se sintió obligado, contra su voluntad, a ir con ellos para no ser menos. Pero así como los monarcas aguantaron el chaparrón con valentía y dignidad y siguieron al pie del cañón sirviendo de esponja a tanta frustración, a Pedro Sánchez, ser superior a quien nunca le ha gustado el contacto con la gente, le faltó tiempo para salir corriendo y meterse en el coche. Los reyes, mientras tanto, ajenos a la indigna escapada del Presidente, pronto consiguieron dar la vuelta a la situación. Los gritos dieron paso a los abrazos, como suele ocurrir en todas las tragedias humanas cuando alguien sufre y alguien le escucha de verdad. La alta figura del rey acogía hasta a dos jóvenes a la vez que apenas le llegaban al pecho. La Reina, descompuesta y con la cara llena de barro, se abrazaba a su vez a una mujer de aproximadamente su misma edad pero muy distinta circunstancia. Lloró con ella, y lloraba de verdad.
La falta de empatía de Sánchez no debiera sorprendernos. Alguien que se mantiene en el poder gracias a Bildu ya tiene sobradamente probada su falta de corazón. Pero su comportamiento de estos días es de una gelidez patológica que hiela la sangre. En vez del siniestro cálculo de dejar que,con su inútil gestión inicial, el PP se ahogara, por usar el verbo siniestro, en su propia impotencia, el Gobierno central debió haber declarado inmediatamente la emergencia nacional y hacerse cargo de la tragedia poniendo en marcha todos los recursos del estado a su disposición. Nada de excusas, nada de “que me lo pidan”, nada de estrategias electorales. Mirando de frente la tragedia y poniéndole solución inmediatamente, sin pensar a quien puede beneficiarle a corto plazo.
La culpa es del Rey porque no debió ir, la culpa es de la extrema derecha que mandó esbirros a increparle, la culpa es del chachachá, la culpa es de las nubes que se abrieron en canal donde no debían
Los valencianos desesperados necesitaban y necesitan liderazgo, alguien al volante, la sensación de no estar solos con su duelo y con su ruina, y en vez de eso se han encontrado con un Gobierno ausente que solo sabe funcionar para mantenerse en el poder, pero sin saber usarlo. Una vez más, solo el pueblo ha salvado al pueblo, y no puede entender la ausencia total del estado cuando más se le necesita, ni tiene paciencia tampoco para soportar una sola explicación autoexculpatoria más.
Tras la espantá que lo deja en evidencia, el aparato de propaganda de Moncloa se dedica a lo que mejor sabe hacer, ensuciar a otros para justificar al que los tiene colocados a todos. La culpa es del Rey porque no debió ir, la culpa es de la extrema derecha que mandó esbirros a increparle, la culpa es del chachachá, la culpa es de las nubes que se abrieron en canal donde no debían. Pero la gente que está empezando a comprender que sus vidas han cambiado para siempre, que han perdido sus casas, sus negocios o sus seres queridos, no están para excusas del que además los fríe a impuestos que debieran destinarse precisamente a costear las políticas hidråulicas, de cuidado de los cauces y de protección de los ciudadanos una vez acontecido el desastre. Están, estamos, hartos, furiosos y asqueados. Y ese hartazgo, esa furia y ese asco llevan tras de sí una inmensa sesación de orfandad y de pena.
Tras la vergonzante visita, los Reyes, flanqueados por Sánchez y Mazón, comparecieron sentados tras lo que parecen pupitres escolares. El Rey, la Reina y Mazón llevan los zapatos llenos de barro. Los de Sánchez están relucientes. Y es que cuando uno se escapa de manera cobarde y vergonzante y no hace frente a su responsabilidades y a su deber moral, todo el barro lse le mete por dentro. Pero los zapatos siguen inmaculados.