Opinión

A ti, que eres joven y Yolanda Díaz te quiere comprar con 20.000 euros

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A lo mejor eres un adolescente de familia humilde que ha escuchado estos días atrás que Yolanda Díaz quiere entregarte 20.000 euros para que los inviertas en tu futuro. Considera la líder de Sumar que con esa inyección económica podrías sortear el abismo que media entre los ricos y los pobres. El que separa la universidad privada de la pública o los veranos de cemento y piscina municipal de las estancias en Cambridge o en Brighton. Quizás, querido muchacho, ni siquiera puedas estudiar sin trabajar ni aspirar a una 'prohibitiva' beca Erasmus, de las que tantas historias etílicas y seminales has escuchado. Ahora bien, debes saber algo: esos políticos te quieren engañar.

Razonar suele ser complicado cuando a un chaval como tú le plantan 20.000 euros delante de los ojos. Máxime cuando la promesa surge de una candidata a la presidencia como Díaz, que cada vez habla con un tono más suave y ablandado, con ese matiz nasal tan parecido al de Tamara (la mala) y esa sonrisa exagerada de tía carnal cincuentona. No obstante, debes ser inteligente y pensar por ti mismo. Y observar, leer y contrastar. Sólo así podrás comprobar que, en la vida y, sobre todo, en la esfera pública lo tentador rara vez es satisfactorio a largo plazo. Quien te ofrece sólo eso, en realidad, te quiere para un fin concreto. Tiene las de ganar. Tú, las de perder.

Porque los placeres son efímeros y dejan resaca, e incluso heridas. Los regalos caros son inventos bastante tramposos. El día que los recibes te sientes halagado, pero cuando esa alegría se apaga, surge la sombra del compromiso. Cuantos más presentes aceptas, más dinero debes gastar para compensar a quien te los entregó. Sucede con los cumpleaños, con las bodas y con el Estado. Lo que te dan por un lado, te lo quitan por otro. ¿Dónde está la ventaja?

También sería bueno que te familiarizaras con una realidad que te negarán mil veces: nunca tendrás las mismas opciones que un millonario. Es ley de vida. Cuando interiorices esta premisa, dejarás de creer en estúpidas utopías y comenzarás a luchar por lo tuyo, que podrá ser también muy bueno. Tu vida nunca será igual que la de los hijos de Ana Botín o Amancio Ortega (los citó Díaz). Has de saberlo. Y, oye..., ni falta que hace.

Pero ten clara una cosa: los verdaderos triunfadores, a tu edad, no son aquellos que alcanzan el bilingüismo con el dinero de sus padres ni los que queman billetes de 50 euros en los bares, rodeados de gente interesada. Los que aspiran a comerse el futuro son aquellos a los que podríamos definir como 'concienzudos'. Los que son capaces de deducir que el éxito no radica allí donde brillan los fuegos artificiales, sino en esa zona gris donde se desarrolla la rutina, que es pesarosa, repetitiva y poco agradecida..., pero que es donde se fraguan los logros. Quizás más pequeños y fatigosos de lo que pensaste, pero logros a fin de cuentas.

Un soborno pagado por tu padre

En los lugares rutinarios no hay ninguna candidata que te ofrezca 20.000 euros. Ahí se suceden los días de forma repetitiva y ahí se forjan las personas con la voluntad más admirable. Puede que todo esto no te resulte atractivo, pero debes tener en cuenta que lo que a los 20 te resulta desesperanzador, a los 45 podría tranquilizarte. La mayor virtud no está en poner el cazo, sino en ser constante y esforzado. Así se obtiene el bien más preciado de la vida, que es la calma. Quizás me leas y pienses que son un completo imbécil por intentar persuadirte de esto. Aun así, no renuncio a intentar convencerte de ello, dado que quien te promete un cheque de cinco cifras como la vía hacia el éxito te está engañando.

Porque los 10.000 millones de euros que -se estima- costaría esa medida saldrían del bolsillo de los contribuyentes, entre los que se encuentra tu padre, a quien cada mes quitan un porcentaje muy importante de sus ingresos para pagar con sus impuestos lo que se denomina como 'Estado del bienestar'. Si los políticos gastaran con una mayor prudencia, la nómina de tu progenitor sería mayor -más neto del bruto- y podría disponer de más dinero para ahorrarlo, invertirlo o ayudarte a costear el máster que quieres cursar.

Te prometerán en campaña que esta 'herencia universal' la van a pagar los ricos, pero, aunque así fuera, también le repercutiría a tu padre. Porque a lo mejor ese 'millonario' al que suben los impuestos decide incrementar los precios de los productos que vende en su negocio para compensar el tajazo. O despide a algún empleado porque no le cuadran las cuentas. A tu padre, por ejemplo.

Quizás ese empresario directamente cierre el negocio o lo traslade a otro país donde prometan menos cheques en blanco a los votantes.

La gran injusticia

Cuando un Estado se queda con los recursos de los contribuyentes que sudan la gota gorda para repartir premios como ese cheque de 20.000 euros, en realidad, está haciendo un llamamiento a no esforzarse y está arrebatando tu libertad, querido chaval. Porque lo que hoy te regala mañana te lo reclamará. Cuanto más gaste en premios actualmente, más te pedirá cuando cobres tu primera nómina y menos capacidad de ahorro tendrás.

Eso te hará más dependiente de tu jefe, del Estado y de ese factor tan indeterminado como es el azar. Cuando en una economía se anteponen este tipo de premios sobre el esfuerzo, está destinada al fracaso. Y tú también. Es posible que con el cheque de 400 euros que te regaló Miquel Iceta pudieras pagar la entrada para La Velada de Ibai Llanos o comprar un par de videojuegos. Y a lo mejor, si gana Yolanda Díaz, podrías pasar un año de placer, vino y rosas. Pero, como en la fábula de La cigarra y la hormiga, llegará un día en que arrecie la ventisca del invierno y todo lo que hoy disfrutaste sin ganártelo lo pagarás. Es la letra pequeña de los subsidios. Eso no te lo explicarán quienes te intentan engañar para que los votes.

Por supuesto, apoya en las urnas a quien te venga en gana, pero nunca dejes de esforzarte... porque ninguno te sacará las castañas del fuego. Y sus regalos siempre causan más perjuicios que beneficios, aunque sea difícil de ver.

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