Volvemos a estar inmersos en otra campaña electoral. Qué mejor forma de amenizar los días estivales que con el lastre que supone la formación de gobiernos autonómicos en suspenso por la falta de entendimiento entre las formaciones. Con la vista puesta en las nuevas elecciones generales, los distintos líderes políticos miden, controlan y adaptan sus mensajes al igual que las plataformas en las que dirigirse a su electorado.
Por su parte, muchos medios de comunicación atizan y siembran el miedo sobre una tendencia, tras las elecciones municipales y autonómicas, de polarización hacia la extrema derecha, ultra derecha o ultras a secas, negando en este último caso, la existencia, desde hace doce años, de una tendencia en sentido opuesto desde el 15-M. Volvemos, de esta forma, al partido de boxeo televisado que bien podría tener como título “Conservadurismo versus progresía: una falacia orquestada por una izquierda rancia”. Haciendo uso de esta terminología tan denostada, arcaica y retrógrada de la persona "clásica", "conservadora" o "liberal" frente a aquella que dice erigirse como un halo de "progreso", "avance" y "contemporaneidad".
Este programa parece estar señalado como la plataforma de difusión de la derecha liberal española por el mero hecho de distanciarse y no caer en la ideología “correcta” que es la que impera en el mundo de la cultura y el entretenimiento
Ese sector se ha apropiado de la palabra "progreso", como si el resto de la sociedad que no profesa ni comulga su ideología (política) quisiera vivir en un perpetuo estancamiento guiado por la máxima de El Gatopardo de "que todo cambie para que todo siga igual". Este discurso, que bien podría asemejarse al cuento “Pedro [Sánchez] y el lobo”, pero con la “marea azul y verde” en sustitución del lobo, se nutre de buscar y conectar con un miedo casi irracional del electorado, de que España estaría dando un paso hacia atrás en el Estado de derecho, olvidando los grandes retrocesos en seguridad jurídica que sí se han producido a lo largo de estos últimos años.
De la misma manera que traer al siglo XXI a Hamlet, Antígona o El Misántropo no se reduce a vestirlos con jeans y zapas, tampoco lo es este afán rupturista de rebeldía que responde más a un James Dean sin causa, que vaga sin rumbo fijo ante la pérdida de principios y objetivos y lo que es más preocupante, ante la falta de autocrítica para reconocer graves errores con consecuencias totalmente indeseables y sumamente lesivas como la fatídica ley del “solo sí es sí”.
Hemos asistido a un nuevo capítulo (televisado) de pretender crear una polémica, esta vez, en el mundo del entretenimiento y, con ello, de la existencia de un sentimiento de legitimación por parte de Vox de apropiarse de los canales de difusión.
En este caso, me refiero a lo acontecido en el conocido programa de televisión El Hormiguero, emisión de la cadena privada Antena 3. Según el programa, no recibieron respuesta inicial por parte de los principales líderes de los partidos nacionales ante una primera invitación, por lo que optaron por no dar espacio a ninguno de los candidatos para, finalmente, decidir que entrevistarían únicamente a los líderes de los dos principales partidos (Sánchez y Feijóo) ante el inminente cierre de agenda de entrevistas de esta temporada. Así fue este martes y miércoles.
En un programa de entrevistas está claro que tanto invitado como entrevistador son libres de tomar las decisiones que consideren más acertadas
Este programa parece estar señalado como la plataforma de difusión de la derecha liberal española por el mero hecho de distanciarse y no caer en la ideología “correcta” que es la que impera en el mundo de la cultura y el entretenimiento. Y si fuera así, ¿qué hay de malo? No podemos hablar de polarización o politización de la televisión cuando ya lo es per se. Se ha visto con frecuencia a algunos presentadores que, en diferentes cadenas han hecho uso de sus medios como plataforma para expresar opiniones políticas personales, sin venir a cuento. Lo cual me parece mucho más cuestionable.
No obstante, en un programa de entrevistas está claro que tanto invitado como entrevistador son libres de tomar las decisiones que consideren más acertadas: el primero, optando por acudir o no a un programa por el motivo que sea, y el segundo, ejerciendo su facultad de decidir quiénes quiere que tengan cabida en él. Nadie debe quitar estos derechos a ambas partes. De la misma forma que nadie tampoco duda del impacto que tiene ser entrevistado en prime time en uno de los programas más vistos.
Hay que subrayar que ningún político tiene el derecho a ser entrevistado, mal que le pese. Como parte de esta polarización política y social, hemos añadido la polémica del uso de los espacios de entretenimiento en campaña electoral bajo el supuesto amparo constitucional del derecho a la información donde obligatoriamente deben tener cabida todos. Al fin y al cabo, los dos polos a la izquierda y derecha del espectro político enarbolan reivindicaciones muy similares como son la imposición de su propia ideología sectaria o, en este caso, la imposición de un supuesto derecho a tener espacio en una cadena privada de televisión. Si esto no se consigue, solo les queda el berrinche (pueril) por respuesta.