Con tanta campaña, tanto parchear y tanto pito pecaríamos de injustos si olvidásemos que el sueldo y ocupación de doña Marcela Topor, a la sazón sazonada esposa de don Carles Puigdemont, puede quedarse de patitas en la calle. La señora ha estado ocupada estos años en grabar una entrevista semanal – tampoco hay que abusar del trabajo incurriendo en el nefando vicio del estajanovismo – para una cosa llamada La Xarxa, organismo audiovisual dependiente de la Diputación de Barcelona. Seis mil leuros mensuales cobra doña Marcela. Echando números, y si tenemos en cuenta que lleva haciendo esta imprescindible labor desde el 2018, nos sale un total de 350.000 pavinis cobrados y suponemos que gastados por la señora. Pero como Junts ha descartado pactar en el órgano provincial donde, sea dicho de paso, han estado repartiéndose 1.200 millones anuales entre PSC y los de Cocomocho, y el pecheché anda roneando con Esquerra y una posible dádiva del PP similar a la del ayuntamiento de Barcelona, en un éste y un aquel Junts se queda sin luz, ni pan ni candela.
Los alcaldes de Junts han puesto el grito en el cielo y en las orejas de Laura Borrás, presidenta del invento post convergente. Porque la república catalana está muy bien, pero mejor está obtener subvenciones, enchufes, cargos y gabelas que se evaporan en cuanto pierdes poder institucional. Eso, por no hablar de las subvenciones que parten raudas y veloces desde la Diputación hacia los medios de comunicación del régimen, que no sólo de la generalidad viven los Pepe Antich de turno. Su curioso panfletillo, El Nacional, recibe al año un milloncejo en publicidad institucional, aparte de lo que saca de la generalité. Así pues, los que viven del cordero observan con profunda inquietud las idas y venidas de los políticos porque saben que sin ellos su subsistencia se acaba.
La república catalana está muy bien, pero mejor está obtener subvenciones, enchufes, cargos y gabelas que se evaporan en cuanto pierdes poder institucional.
I ara de què viurem?, preguntaba un piernas que lleva décadas ordeñando la ubre de lo público, argumentando que las instituciones tienen obligación de subvencionar a los medios en catalán. Que sean una cagarruta de cabra en medio del desierto da igual. Lo que importa es que la cabra sea catalana. Estos fumistas, que refugian su galbana y nulo saber en asociaciones surrealistas y diarios digitales desde los que lamer con unción el trasero del poder, tienen motivos sobrados para no dormir. Intuyen que quizás el PP exija como pago a sus votos que se acabe el buffet libre para tanto desocupado. ¡Ah, hermanos, vivir sin trabajar debe ser tan hermoso! Pero seamos comprensivos, a ninguno nos gusta ese castigo impuesto por la divinidad consistente en ganarse el pan con el sudor de nuestra frente. En España esto se ha llevado hasta tal punto que don Santiago Ramón y Cajal, fino observador de microbios y humanos, dijo que el ideal del español es jubilarse tras breves años de trabajo y, si es posible, jubilarse antes de trabajar.
Que sean una cagarruta de cabra en medio del desierto da igual. Lo que importa es que la cabra sea catalana
De ahí que la señora Topor, entre muchos, atisbe inquieta detrás del visillo de su programa a socialistas, comunes y populares. En un quítame allá estas diputaciones podría verse como en el bolero de Los Panchos, sin rumbo y en el lodo. O no, porque en esta Cataluña de los milagros hay gente que siempre cae de pie y en blando. A la tele de su amigo Pedrazzoli no podrá ir, porque está en concurso de acreedores. Además, primero hay que ver donde acomodan a la Rahola que, cosas de la vida, tiene más importancia que la dona de el president. Y uno se pregunta que hará la Europa contemporánea si se pierden esas entrevistas de la señora Topor. ¿Hundirse en el abismo de la melancolía? ¿Quedarse ayuna de propósito?¿Reconvertirse en parque temático para yankees y chinos? No quiero ni pensarlo.