Pasan las once de la noche y a través de la ventana abierta del salón escucho el viento agitando con fuerza lo que queda todavía en pie de una calle que trata de conciliar el sueño. Es como el rugido de un león suplicando un refugio en el que guarecerse de la oscuridad. Así suena esta galerna primaveral anunciada, con insistencia, en los periódicos locales durante todo el día. Se esperaba sobre las ocho, se ha hecho de rogar, pero ya está ahí afuera amenazando persianas y rompiendo el silencio íntimo de tantas habitaciones.
Así es, a veces, la vida. Como una galerna que revuelve mares, que sacude orillas y que, no por advertida, deja de azotarte si te coge en su camino. En mitad de un vendaval semejante se ha debido sentir estos días Alejandra al verse protagonista, sin quererlo ni pretenderlo, de la actualidad. Que si es “hija del rey emérito”, que si es “el mayor secreto que la familia real ha ocultado”, que si es “la cuarta heredera”, que si “creció ignorando quién era su padre”.
No imagino abrir los ojos una mañana cualquiera y ver mi existencia y la de mi propia madre, de pronto, sometidas a escrutinio público y descritas en un libro al gusto de dos periodistas. No imagino tal agitación. Es cierto que, aún proporcionando todo tipo de datos, en ningún momento le ponen apellido -sólo el nombre de pila- a su protagonista. Qué fácil lanzar la piedra y esconder la mano sabiendo que van a ser muchos los medios de comunicación que acudirán, ansiosos, a oler la sangre derramada tras ese impacto, a lamerla.
Dice Haruki Murakami en su libro “Kafka en la orilla” que “cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida”. Todavía en plena travesía debe estar Alejandra quien, según confirman fuentes de su entorno a la revista Hola, se encuentra devastada por unas informaciones que “no tienen ningún fundamento, que causan un daño casi irreparable” y que ella misma se ha visto “obligada a desmentir de forma tajante”. Un comunicado, el suyo, en idéntica línea que el del otro aludido. En un gesto sin precedentes -jamás antes ha entrado Don Juan Carlos a desmentir ningún dato sobre su intimidad, y eso que han sido muchas las noticias en las que se ha visto envuelto- el monarca ha “negado absolutamente haber tenido relación amorosa alguna con la señora Doña Rosario Palacios y consecuentemente haber tenido una hija con ella”.
Jamás antes ha entrado Don Juan Carlos a desmentir ningún dato sobre su intimidad, y eso que han sido muchas las noticias en las que se ha visto envuelto
Y así, en un lapso de apenas unos días, unas cuantas horas, la noticia parece caerse y derrumbarse como un castillo de naipes. Porque -sea verdad o mentira- no existe noticia si no está confirmada, al menos, por una de las partes. Es la regla de oro del periodismo, la de contrastar, como bien apunta la Real Academia española, la de “comprobar la exactitud o veracidad de algo”. Lo primero que te enseñan en la universidad, quizá hasta lo único me atrevería a decir. Es la norma sobre la que se asienta toda una carrera y al tiempo, las más difícil de aplicar en una sociedad gobernada por la inmediatez y por unos pocos caracteres.
Lo primero que te enseñan en la universidad, quizá hasta lo único me atrevería a decir. Es la norma sobre la que se asienta toda una carrera y al tiempo, las más difícil de aplicar en una sociedad gobernada por la inmediatez y por unos pocos caracteres
“Hay una serie de secretos que siguen formando parte de un grupo muy reducido de personas y que es muy difícil contar, son dinámicas de silencio que han ocurrido durante muchos años y, por supuesto, seguimos manteniendo esta información que tenemos contrastada con fuentes que la mantienen”. Es lo que dice uno de los autores del libro del que se ha extraído la información, cuando le preguntan por los desmentidos de los protagonistas. Mascullo esa última frase una y otra vez: “seguimos manteniendo esta información que tenemos contrastada con fuentes que la mantienen”. ¿Qué fuentes, si las directas lo han negado con rotundidad? Y hay que respetar esto, nos guste o no a los periodistas. Porque no son suficientes las palabras de una examante despechada, de un amigo de barra de bar, de un empresario interesado. No todo vale siempre en este oficio de escribidor de historias cada vez más emponzoñado.
Todavía no ha salido a la venta el libro de la polémica -lo hará este mismo lunes- y llega ya a las librerías con la mejor promoción: envuelto en morbo y entre interrogantes. No soy yo quién para juzgar a unos compañeros que contaban, asegura uno de ellos en televisión, con que los protagonistas de su relato les llevaran la contraria aun cuando uno de ellos, el emérito, no lo hubiera hecho nunca antes.
“Lo que cuesta en la vida es bajar, no subir”, se lo decía a Alejandra su madre según contó ella misma en una entrevista a la revista del saludo. Cuesta bajar -pienso- y, sobre todo, salir indemne de ese vendaval súbito y borrascoso que es la galerna y que llega siempre para remover el día y alterar la quietud de la noche.