Cultura

Fernando Díaz Villanueva: “Hace más por el español Daddy Yankee que el Instituto Cervantes”

El periodista e historiador acaba de publicar el libro 'Hispanos' / "Hay cosas del pasado que nos parecen moralmente espantosas, pero no debemos juzgar a nuestros antepasados con nuestros valores del presente"

  • Fernando Díaz Villanueva

Fernando Díaz Villanueva se define como un artesano. Trabaja cada día en sus programas, sus libros y sus artículos desde su estudio en el barrio madrileño de Lavapiés; y lo hace con pasión y sin estridencias innecesarias. Su método y su fino olfato para analizar la actualidad le han valido el apoyo de miles de seguidores y le ha convertido en una voz y una pluma de referencia.

Recientemente, ha publicado Hispanos (La esfera de los libros), un ensayo histórico en el que realiza una aproximación al concepto de hispanidad y detalla su evolución a lo largo de los siglos. En esta entrevista, que resume una larga conversación, este articulista de Vozpópuli aborda diferentes temas relacionados con la obra.

Pregunta: Hay cosas que parecen eternas. Leía el capítulo que dedica a los reinos visigodos y sus disputas y pensaba: parece que la confrontación es inagotable por estos lares...

Respuesta: Todos los regímenes políticos se han creído eternos, pero esa percepción nunca ha sido real. Los reyes godos de Toledo pensaban que su sistema iba a durar siempre, al igual que los gobernadores romanos en la Península Ibérica. A los visigodos el orden les duró poco, menos de tres siglos; y eso entre otras cosas se debió a su inestabilidad interna. A las constantes guerras civiles Los reyes se mataban entre ellos, los clanes nobiliarios estaban siempre peleando, hubo problemas con las tribus del norte; también con los bizantinos... Por eso, en el año 711, cuando los musulmanes cruzaron el Estrecho de Gibraltar, los visigodos no se encontraban en su mejor momento. Por eso, la conquista avanzó a gran velocidad.

P: Pero más bien me refería a que todavía hoy parece que hace falta que salte tan sólo una chispa para que los diferentes territorios se vuelvan a enfrentar, bien por tradiciones, bien por símbolos...

R: Creo que te refieres al cainismo hispano, que yo no creo que exista, sinceramente. Al menos, como fenómeno exclusivo de este lugar del mundo. ¿Acaso no podríamos hablar también del cainismo franco, del cainismo italiano o del cainismo británico? No olvidemos que en la época de los reyes godos, en Bretaña vivían en un estado de guerra civil permanente. Ocurría igual en toda Europa Occidental entre diferentes facciones, entre pueblos que llegaban desde la estepa... Y la etapa musulmana tampoco fue una balsa de aceite. No olvides que el primer emir de Al Andalus era un omeya que provenía de la antigua familia califal de Damasco y que huyó de ahí cuando los abasíes ordenaron matar a todos los omeyas y trasladaron su corte a Bagdad. Nuestros antepasados vivían en guerra permanente. No comparto la idea de que somos un pueblo cainita, frente a un entorno más armónico.

P: Ni la patria es eterna...

R: Eterno no hay nada, ni siquiera el universo. Las realidades políticas y las religiones tampoco lo son. Y no soy relativista, ¿eh? Cada cosa es importante en cada época. Son los propios ciudadanos los que le conceden una importancia a cada fenómeno.

P: Pero hay aspectos que, aunque no sean eternos, perduran...

R: Y evolucionan. Imagina que viajáramos al siglo I, a la Corduba romana. Veríamos que ellos hablaban latín y nosotros castellano. Nos sonaríamos familiares mutuamente, pero apreciaríamos la evolución de los idiomas. Tendríamos un hilo conductor. También compartiríamos el cristianismo, aunque, claro, con diferentes manifestaciones y liturgias. El hecho hispano, que es lo que abordo en el libro, se ha mantenido en este tiempo. De hecho, nuestros antepasados lo llevaron a diferentes partes del mundo. Extendieron la cultura hispana.

P: Muchas veces nos resistimos al cambio...

R: Pero da igual, muchas veces es imparable. Nuestra vida es un suspiro y muchas veces no está en nuestra mano frenar el cambio. Tampoco sabemos si en realidad vivimos tiempos relevantes. Lo pensamos, pero puede que no sea así. La historia avanza a gatas. La mayor parte del tiempo no sucede nada importante o interesante.

P: El cambio se produce en muchas ocasiones por razones de utilidad. Usted habla de la extensión del castellano en América. También podría abordarse el asunto de las lenguas españolas actuales y el de las reivindicaciones nacionalistas para proteger unas y otras...

R: Los dueños de una lengua son sus hablantes. Nuestros ancestros lejanos, los pre-romanos, hablaban una variedad enorme de lenguas y las abandonaron cuando llegaron los romanos de manera natural. ¿Por qué? Seguramente, porque no les eran demasiado útiles. Los indígenas del norte hablaban lenguas muy diferentes a los de los mediterráneos. En el latín encontraron un código común para comunicarse. Lo mismo pasó en América. Allí la Corona, hasta finales del siglo XVIII, nunca impuso el uso del castellano. Aun así, hubo lenguas autóctonas que se mantuvieron y se mantienen. ¿Por qué? Porque es provechoso para sus hablantes. ¿Por qué se sigue hablando catalán en España? Pues por lo mismo...

P: Entonces, las decisiones políticas no son muchas veces tan importantes como el criterio de los ciudadanos y sus intereses particulares...

R: La lengua del soberano es importante. Eso es innegable. Entre otras cosas, porque quien la domina se relaciona mejor con la Administración. Si nosotros aprendemos inglés y nos pasamos media vida sufriendo con el inglés, es porque nos procura una ventaja, porque es el idioma de los negocios en el mundo contemporáneo. El inglés actúa sobre nosotros como debió actuar el latín en nuestros antepasados lejanos. Sea como sea, hay algo evidente, pese a las distorsiones actuales: nadie te puede imponer el uso de un idioma. Al final, empleas el idioma que quieres.

P: La racionalidad de las relaciones comerciales prima sobre la irracionalidad de la política...

R: Mira, tú quieres hacer hoy negocios en Bilbao, aunque no hables euskera, los vas a hacer. Quien se quiera entender, lo va a conseguir. Eso lo resume todo.

P: He apuntado algunas frases de su libro. Un de ellas afirma: “En aquellos tiempos, las cosas se hacían así. No tiene sentido juzgarlas con el patrón que utilizaríamos ahora”.

R: Existe un fenómeno curioso en Occidente: hemos pasado de glorificar el pasado a juzgar a nuestros ancestros. Hoy parece que cualquier cosa que hicieron nuestros antepasados estaba mal. Hoy nadie puede hablar bien de Thomas Jefferson porque tenía esclavos. También los tenía Séneca. ¿Debemos derribar todas las estatuas que le han dedicado? La esclavitud es aberrante y hoy nos lo parece, pero a una buena parte de nuestros antepasados les parecía algo relevante y correcto. ¿Cómo nos verán a nosotros nuestros bisnietos por comer cochinillo? ¿Como salvajes? ¿Nos juzgarán por ello?

¿Cómo nos verán a nosotros nuestros bisnietos por comer cochinillo? ¿Como salvajes? ¿Nos juzgarán por ello?

P: Espero que a nuestros bisnietos no les dé por informarse de lo que son las redes sociales...

R: Bueno, pero son normales en nuestra época y socialmente aceptadas, pero en el futuro puede que se demonicen. Todo evoluciona. Tendemos a pensar que hemos alcanzado el final de la historia y eso no es cierto.

P: Zweig describía las sociedades de finales del siglo XIX como muy vanidosas. Se creían invulnerables por los avances científicos y sanitarios... Al poco, estalló la Primera Guerra Mundial...

R: Es un error recurrente. Hoy se aprueban leyes sobre la eutanasia y el aborto y nos parecen progresistas, pero dentro de 100 años puede que no sea así. Nunca se sabe cómo va a evolucionar el pensamiento de una sociedad.

P: Lo cierto es que es más difícil civilizar que volver a lo salvaje. Para lo primero hace falta un gran trabajo. Para lo segundo, tan sólo es necesario dejar tu casa tres días sin limpiar...

R: Ayer por la noche leía Sesenta millones de romanos, un gran libro de Jerry Toner que versa sobre la vida cotidiana en la antigua Roma. La publicación incluye una carta, escrita por un soldado egipcio-romano a su mujer, en la que le dice: cuando nazca el niño, cuídalo bien. Si nace hombre, quédatelo. Si es mujer, exponla. La exposición era una cosa muy común en Roma. Ahora, les llamaríamos malvados. En ese tiempo, era casi una acción humanitaria, contraria al infanticidio. Hay cosas del pasado que nos parecen moralmente espantosas, pero no debemos juzgar a nuestros antepasados con nuestros valores del presente.

P: He apuntado otra de las frases que cita en el libro. “El mestizaje era completamente legal durante el Imperio español y lo auspiciaba la corona”.

R: Y eso está documentado. Hay ciertas cosas que son innegables. Sea como sea, aunque no tuviéramos concretamente la cédula de Isabel la Católica, el hecho es que la América hispana es un continente mestizo. No hay más que viajar a cualquier país de Centroamérica o los Andes para comprobarlo. Aunque el Gobierno en Madrid hubiera dicho lo contrario, los pobladores no le habrían hecho caso. Cosa, por cierto, que era más común de lo que parece. Me refiero a esa indisciplina.

P: Habla usted de ello. De las distorsiones, de la burocracia. Hay veces que entre que se pedía algo hasta que se materializaba pasaba un tiempo excesivo...

R: Ocurrió en Ciudad de Guatemala. La capital estaba en Antigua Guatemala, hubo un terremoto en el que una parte de la ciudad quedó derruida y cambiaron la ciudad al valle de al lado, a unos 45 kilómetros. Pidieron una Cédula Real para hacer el cambio, pero como intuían que el permiso desde España se iba a demorar, fundaron la ciudad sin esperarlo. Cuando lo tuvieron entre manos, ya existía el nuevo poblamiento.

P: Las distancias...

R: Eran enormes. Incluso en el siglo XVIII se tardaba semanas en cruzar el Atlántico. Pero de un lado a otro como desde Ciudad de México hasta Buenos Aires. ¡Es que las distancias son muy grandes! Si lo más increíble es que durante siglos se consiguiera mantener esa unidad política, pese a lo disperso que estaba el Imperio y lo despoblado que estaba el continente americano.

P: Otra frase suya: “Los novohispanos se sentían muy orgullosos de los conquistadores, al contrario de lo que ocurría en la península”.

R: Es otra cosa que está documentada. A Hernán Cortés los novohispanos lo tenían elevado a los altares. Le consideraban el fundador de aquello, mientras en la península se consideraba a los conquistadores casi como unos caza-fortunas. Es ahora cuando por aquí se trata de ensalzar su obra histórica. Pero antes nadie los reclamaba para nada.

P: Fueron tiempos propicios para hombres de fortuna, que buscaban trascender...

R: Eran hombres de su época que vieron la posibilidad cierta de enriquecerse porque habían llegado a una tierra nueva que al principio ni siquiera sabían bien dónde estaba. En ese contexto, la Corona vio una oportunidad de incrementar sus dominios. Ambas partes vieron la posibilidad de conseguir riquezas y por eso avanzaron en la tarea de la conquista. Era un buen negocio si conseguías salir adelante con la tuya. Ojo, muchos murieron o los mataron los nativos.

P: ¿Ha mirado demasiado hacia Europa la España contemporánea y ha descuidado a los pueblos hermanos de América?

R: Tendemos a confundir el Estado español con los españoles. El Estado es una cosa y los españoles somos otra. Los hispanos, tanto los españoles como los portugueses... nuestra conversación esencialmente es con América. Con argentinos, chilenos, venezolanos, cubanos... Hablamos el mismo idioma... y el idioma no deja de ser nuestra patria. Nuestra conversación es transatlántica y eso no ha cambiado.

P: El idioma, como patria común. Buen final para la entrevista...

R: Y el idioma como algo dinámico que evoluciona según los deseos y las necesidades de sus hablantes. Han hecho más por el español Julio Iglesias y Daddy Yankee que el Instituto Cervantes.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Dona ahora Vozpópuli