Hitchcock recurría al MacGuffin para distraer la atención del espectador y llevarlo a su terreno. Uno de los mejores ejemplos de este truco está en Psicosis. Marion Crane (Janet Leigh), una joven y hermosa secretaria, roba 40.000 dólares en su empresa y huye para casarse con su amante. El espectador, claro está, reacciona como siempre, "ah, ya sé lo que va a pasar", la fuga de esta pobre chica, su persecución y demás tribulaciones horrorosas antes de la boda, todo ello aliñado con unas gotas de erotismo, marca de la casa, concretadas en dos apariciones de Leigh en sujetador. Y de repente, ¡zas!, un terremoto. La protagonista muere asesinada en el minuto 47 en la memorable escena de la ducha. El espectador, claro, reacciona estupefacto. ¿Y ahora? Ahora es cuando Hitchcock sepulta el cadáver en el mismo nicho que el MacGuffin y empieza la película. Norman Bates (Anthony Perkins) se hace el dueño de la pantalla.
Algo de psicótico tiene también esta precampaña recién estrenada. Todas las miradas puestas en la rubia, Yolanda Díaz, a quien se le atribuye el protagonismo de la historia. La vicepresidenta, sin aparecer en ropa interior y sin saquear la caja fuerte de su partido, se ha colocado a la cabeza del cartel en esta función rebosante también de cuchilladas. El foco de este tedioso guion se centra en saber si, finalmente, Sumar, el artefacto de Yolanda, logrará integrar a Podemos en su plataforma o concurrirán por separado. Los sondeos, todavía algo dispersos, anuncian que, caso de no lograrse la conjunción, el bloque de la izquierda no lograría los escaños suficientes para intentar un remake de Frankenstein. El sanchismo desaparecerá engullido en el pantano del olvido, como el cuerpo de la malograda Marion.
Yolanda e Iglesias, en una pugna caníbal, se neutralizan y, al tiempo, también jibarizan al PSOE que apenas logra superar el listón de los 90
Una izquierda escindida en tres o más siglas es un desastre electoral asegurado, como se comprobó en los comicios andaluces y en la cita de Madrid. Yolanda e Iglesias, en una pugna caníbal, se neutralizan y, al tiempo, jibarizan al PSOE que apenas logra superar el listón de los 90 según los sondeos. A la espera del resultado de mayo, esta parte de la película ya está vista. Sólo le interesa al coiffeur de Yolanda y al pobre Bolaños, que deambula desquiciado por los enloquecidos despachos de la Moncloa en busca de un milagro para 'revertir la tendencia', como dicen los cronistas oficiales. Se le ha puesto cara de duque de Lerma, aquel insaciable valido, antes de su crepúsculo.
Yolanda es el MacGuffin de esta historia, un trampantojo, un truco inventado por Sánchez para animar la trama hasta el 28-M y desgastar a Podemos, tan irritado y levantisco. El nervio de la historia está en otra parte y tiene otro protagonista, Santiago Abascal, el punto de encuentro de todas las cábalas. La unánime demoscopia (salvo el CIS), anuncia una incuestionable victoria del PP en las legislativas de fin de año. Un triunfo insuficiente que precisará de apoyos. Sabido es que Alberto Núñez Feijóo no tendrá más remedio que mirar hacia Vox, por más que le apriete la cervical sólo de pensarlo.
Si la foto actual es la definitiva, esto es, en torno a 140 para PP y casi 50 para Vox, podrá Abascal imponer su ley y reclamar unos sillones en el Gabinete
La cuestión es si tendrá que incorporarlo a su mesa o bastará con que le arroje algunas migajas para que mueva la cola. Si la foto actual es la definitiva -en torno a 140 escaños para PP (89 ahora) y 45 para Vox (52)- podrá Abascal imponer su ley y reclamar unos sillones en el Gabinete. Con menos de 35 diputados para Abascal, la historia cambiaría hacia la fórmula Madrid: Negociación de un programa conjunto, respaldo a la investidura de Feijóo y Gobierno monocolor del PP. Echar a Sánchez, ese ha de ser el objetivo.
Yolanda y su Sumar pueden ejercer una influencia benéfica para el partido de sus antípodas. En caso de que finalmente no logre agruparse con Podemos, el tercer puesto en el podio de las generales sería indubitablemente para Vox. La suma de los restos en las provincias con cinco o menos escaños le benefician. Es preciso para ello que la derecha de la derecha (mal no le fue con la moción Tamames y bien le irá con la inmigración Meloni) no baje del entorno del 15 por ciento de los sufragios y que el PP se mantenga siempre por encima del 30, algo que ahora le auguran las encuestas.
Abascal, de esta forma, se convierte en el Norman Bates de la historia, en el eje del argumento. No le dará por acuchillar a nadie, pero sí acaparará la atención y los focos. Primero fue Feijóo, el recién llegado a la palestra nacional tras el estropicio de Casado. Ascendió luego Yolanda, estrella ahora de pasarelas y platós, y será el líder de Vox quien decida el final de la película. Norman Bates, en la hipnótica e inquietante escena del desenlace de Psicosis, trata de convencer a un policía imaginario y, por ende, al público, de que nunca jamás ha matado a una mosca. Desde Génova se proclama cada día que han roto con quienes aparecen a su diestra y los aludidos responden que se dan por enterados. Un pulso de suma cero que, llegado el momento, Vox deberá despejar. De momento, Abascal, como Bates, permanece "callado y sentadito, por si acaso". Lo de ocupar unos asientos en la Moncloa quizás resulte algo más que un MacGuffin.