La crisis de la covid provocó un desplome del gasto de las empresas en publicidad ante la caída del consumo y la quiebra cercana de muchas de ellas. De este modo, el Sector Público en España se ha convertido en el principal anunciante en todos los medios de comunicación. La mayoría de la prensa, radio y la televisión viven en la actualidad de las campañas de publicidad institucional de la Administración estatal, autonómica y local. La principal fuente de ingresos de los medios son los impuestos que usted paga en el Estado de un bienestar selectivo. Una nacionalización masiva de grandes medios de comunicación por la vía del presupuesto, sin quejas, ni apelaciones a la libertad de expresión o de prensa, sino con su servil agradecimiento.
En el año 2020 la pandemia también ayudó a acelerar el inició del nuevo sistema democrático posmoderno en España basado en una ficción sensiblera de falsa diversidad, unidad y gobernanza mundial. Desde entonces, la democracia es un concepto resignificado, disuelto y ahogado en otro del que ya es inherente: la unanimidad, el consenso. Lo importante no sólo es que nadie se salga del guión, sino que todos lo aplaudan. Los ciudadanos, a través de los medios, han aceptado el entusiasmo en la pérdida de libertades y el empobrecimiento progresivo como la más pura prueba de su compromiso con la democracia y los valores europeos. La posmodernidad es ese negocio que mantiene el nombre de las cosas mientras las expolia y transforma en lo contrario de su esencia.
La democracia es un concepto resignificado, disuelto y ahogado en otro del que ya es inherente
Pero el gasto público destinado a obtener el monopolio mediático se ha de extender también a los individuos. Vozpópuli publicaba una respuesta parlamentaria de RTVE sobre los contratos menores de colaboración de periodistas en los distintos programas políticos de la cadena pública. Muchos de ellos participan en varios, siendo los mejor remunerados el canal 24h y La Hora de la 1, que paga entre 10.000 € y 15.000 € por apariciones durante tres meses. El 95% son periodistas declarados socialistas o de ultraizquierda. El resto son del centro progre.
El tertuliano se convierte así en alguien que opina de todo sin saber de nada —aunque son preferibles a los «expertos». Es un estatus difícil de alcanzar, pues los requisitos no son el saber, las ideas, las dotes de comunicación, ni la credibilidad personal, sino la ausencia de todo lo anterior. Hay cuotas de todo tipo, de buen aspecto ellas y mal trajeados ellos, pero no hay mujeres interesantes, ni hombres de valía. El programa fija una agenda beneficiosa para su principal anunciante, para que con el ideario facilitado en muchas ocasiones al tertuliano pueda hacer un fugaz comentario. Así se fija el consenso, que el Gobierno quiere imponer en España, no la opinión, pues los ciudadanos ya no consumen esta mercancía que no está dirigida a ellos. Pero por encima de todo en la televisión y en el columnismo generalista no hay una grieta para el pensamiento propio, para la reflexión libre sobre el contexto de la noticia, que ilumina la realidad o un punto de vista que hace cuestionarnos el propio.
Hoy en día las opiniones se conforman a través de lo que no se sabe, que es mucho, y de lo que no se entiende, que es aún más. Cuestionar ese consenso, esa unanimidad del marco mental cultural y político fijado por la izquierda se paga con la expulsión del espacio público tras ser etiquetado de ultraderecha y conspiranoico. El poder tiránico de la democracia posmoderna no encarcela al disidente, le mata de hambre y luego enriquece al obediente. Han creado unos juegos del hambre en los que anhelan participar. La aparición en tertulias se ha convertido en una especie de Meca para periodistas, politólogos y sociólogos. Ya no se escribe para controlar al poder, sino para contentarlo o en alguna excepción no ser molesto. Representar ese papel de disidencia anulada y sojuzgada por el discurso progre, que sirve de excusa en alguna mesa de propaganda de la izquierda.
Hoy en día las opiniones se conforman a través de lo que no se sabe, que es mucho, y de lo que no se entiende, que es aún más
Lo peor es la «derecha» mediática que no equilibra el tablero. Sus programas contratan a los referentes de La Sexta y los Gobiernos del PP riegan de publicidad institucional los medios de izquierdas. Mientras, los que dan espacio a las ideas de sus posibles votantes cierran al año de abrir o no remuneran a sus colaboradores. Se envía al ostracismo a quien apoye a la derecha que sea una alternativa de poder, como hicieron con Losantos en su momento, que abrió su propio medio. Lo que hicieron con Fernando Sánchez Dragó por apoyar a VOX, al que ahora dedican obituarios elogiosos sobre su libertad y le reducen a polémico. Eso es lo que nos espera en esta España democrática y diversa a quienes por conciencia nos comprometemos con ciertos valores de la derecha no socialista: el borrado, la falta de oportunidades y si tienes éxito, la descalificación.