Cultura

Ángel Expósito: “Cada vez soporto menos el cinismo y el postureo de cierto feminismo”

El periodista publica ‘Mi abuela sí que era feminista’, conversaciones con mujeres valientes en situaciones extremas

  • Ángel Expósito

Monjas, madres y militares son las protagonistas del nuevo libro de Ángel Expósito, director de La Linterna (Cope) y exdirector de Abc y Europa Press. Expósito les pone el micro delante y ellas cuentan sus historias de vida, donde demuestran máximo coraje en situaciones dramáticas. La tesis del feminismo dominante en nuestra década es que son las treintañeras quienes han puesto las pilas feministas a España. La realidad es que ya en la posguerra y la Transición un grupo de mujeres poderosas demostró capacidades iguales o superiores a los hombres para salir adelante (además de sacar a los suyos).

Mi abuela sí que era feminista: mujeres superheroínas que desmontan el feminismo de postureo (Harper Collins) contiene una colección de entrevistas para aprender, debatir en familia y combatir los bulos del 'feminismo cuqui'. Cada testimonio podría dar para un película, menos el de las monjas de Kiev, que merece una serie completa. El ensayo de Expósito está dedicado a su abuela Valentina, más conocida como 'La Macaria', estraperlista armada de sentido práctico y humor manchego. Vozpópuli entrevista al autor en los estudios madrileños de su emisora.

Pregunta. El cierre del libro explica que una de las peores consecuencias del actual empoderamiento de postureo es que convierte en víctimas a mujeres que eran protagonistas los cambios sociales en España.
Respuesta. Debe de ser por cuestión de la edad, pero cada vez aguanto menos la demagogia, cada vez soporto peor el cinismo y el postureo. Cuando te pones a hablar de economía, estamos dando pábulo a los sindicalistas, a los portavoces, a los políticos… pero no los autónomos haciendo virguerías para pagar impuestos, declarar el IVA, subir los sueldos, cobrar una factura o hacer un trámite en la administración. En realidad, el que sabe de economía es este tío que tiene un bar, no el portavoz oficial de un partido. Salvando las distancias, con el feminismo empieza a pasar lo mismo. Para mí el feminismo son mujeres como las que entrevisto en el libro, no la portavoz ni la Secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad. Creo que se está destrozando un debate necesario, el de la igualdad de verdad.

P. Leyendo el libro, tengo la impresión de que falta una pieza: usted entrevista a estas mujeres tan valientes y lamenta que llega un feminismo de postureo, pero no queda claro cuándo se empieza a torcer la cosa. Una de las teorías es que el feminismo se deteriora por influencia de las universidades estadounidenses, otros señalan que el cambio se da cuando empieza a ser un negocio.
R. No lo sé, no sé si hay un momento concreto. No quiero personalizarlo tanto ni en Irene Montero o en Ione Belarra, que también, pero creo que en España se deteriora en los últimos cuatro o cinco años. Ahora domina un discurso, no sé si feminista o feministoide, que me parece completamente demagógico. Por supuesto, hace falta igualdad, por supuesto que hacen falta superheroínas, faltaría más, pero las heroínas se parecen a las que entrevisto en este libro que a las oficiales. Es triste escuchar hablar a una ministra de estas, que se les llena la boca con ese feminismo, que se preocupan por llevar o no sujetador en un acto, cuando resulta que quien te ha puesto de ministra es directamente tu pareja porque es el jefe del partido y puede hacerlo. Menos feminista que eso hay pocas cosas.

P. ¿Cree que ese feminismo es artificial? ¿Sufrimos una burbuja de políticos y periodistas desconectada de los problemas de la calle?
R. Hay una retroalimentación entre políticos y periodistas, periodistas y políticos. Pues, chicos, ante eso me rebelo. En mi época de director de periódico, recibía todas las grandes cabeceras en papel: Le Figaro, Le Monde, The Guardian, The Times… Veía la prensa de referencia del mundo mundial y no eran como los diarios españoles. La diferencia es que nosotros abríamos muchísimo con declaraciones; la ‘declaratitis' es la inflamación de las declaraciones, que me parece un defecto, una enfermedad. En Europa, en cambio, te abren con historias, con noticias, con hechos, con enfoques… Nosotros vamos con entrecomillados y eso creo que lo seguimos haciendo. O sea, ‘fulanita dice que’, ¿eso es noticia?

P. ¿No sabemos, entonces, cuándo cambia la marea feminista?
R. No lo sé, no soy tan experto en eso. Creo que es muy interesante leer a las socialistas clásicas que han luchado por el feminismo estos últimos treinta o cuarenta años. A esas feministas veteranas tipo Amelia Varcárcel y compañía, ¿no? Cuando lees a esas profesoras, sociólogas y politólogas, cuando te cuentan el proceso y cuando las ves ahora completamente en contra de lo que está ocurriendo, dices "¡coño!" yo me fío mucho más de estas señoras que de las actuales lideresas, ¿sabes?

En términos de la mujer, nos estamos olvidando de nuestras abuelas y de nuestras madres, que son quienes nos inculcaron los valores del feminismo

P. Su libro defiende que hay un gran salto feminista en España: la Constitución de 1978 y su efecto en la llamada España Vacía.
R. Hay un capítulo, creo que el segundo, donde aparece Carmen Quintanilla Barba, que tanto luchó con las mujeres de la España Rural. Nos estamos olvidando de aquella generación de una manera absolutamente injusta. Quienes hace la transición son Abril Martorell, el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Carrillo, Felipe, Mújica, por supuesto, pero quien protagoniza la transición de verdad fueron nuestros padres y quien protagoniza la modernización de España en la dictadura fueron nuestros abuelos, currando como cabrones. Y en muchos casos, por lo menos en el mío, con una absoluta incultura, sin cultura clásica para entendernos. Mi padre, por ejemplo, aprendió a leer y a escribir en la mili. ¿Tú te imaginas hoy que alguien aprenda a escribir y a leer con veinte años? Parece la prehistoria, pero no lo es, mi padre estaba vivo hace poco.

P. ¿Qué debemos a esa generación?
R. En términos de la mujer, nos estamos olvidando de nuestras abuelas y nuestras madres. A tu madre, con 50 años, cuando era joven, no le valía ni la firma para trámites administrativos y bancarios. No hace tanto tiempo, ¿eh? Ellas son las que, a ti o a mí, nos enseñan los valores de igualdad, nos meten el respeto por la mujer y nos meten todo con lo que ahora a estas se les llena la boca. Fueron ellas las que lo hicieron. Y sin embargo, pues no las tenemos en cuenta. Que no abordemos ese relato me parece una injusticia absoluta.

P. La generación que lo ha tenido más fácil, la que creció con más ventajas, es la que más se ha quejado.
R. Sí, de acuerdo, pero esa generación que se queja somos nosotros también, ¿eh? La nuestra es la generación que más se victimiza y nos hemos pasado de rosca. Por supuesto, nuestros hijos lo tienen mucho más fácil. Pero nosotros por ahí, ¿eh? Yo recuerdo una infancia feliz, sin ningún problema, cuando mi padre me cuenta que era un homeless y que mi abuela hacía estraperlo (contrabando). ¿Has visto dónde viene la palabra estraperlo? De dos estafadores creo que belgas que se llamaban Strauss y Perle, que montaron un timo con máquinas tragaperras. Nosotros nos quejamos de vicio, por supuesto que sí. Aquella gente, insisto, no hace tanto, vivía en un país que era parecido a cómo va a quedar Ucrania dentro de nada, solo que ese país es el nuestro.

P. Ya que menciona Ucrania, hábleme de las monjas dominicas que entrevista
R. Mira, te cuento una anécdota. Cuando yo las entrevisto hace un año en Kiev, les pregunté “¿No tenéis miedo?”. Una de ellas, Antonia, de 81 años, ahora 82, dijo “¿Miedo? uy, miedo no, hijo mío, miedo no. Lo que Dios quiera”. No son normales porque el miedo es fundamental en el ser humano y ellas no tenían ninguno. Hubo que sacarlas de allí tirándoles de los pelos. Se presentaron los GEO de la embajada diciendo “Tú, tú y tú, al metro”. Las sacaron en metro de Kiev porque era más seguro para evitar las bombas. Se tiraron cinco días, creo, entre Kiev y la frontera de Polonia, en autocar, en caravana, huyendo de los bombarderos de madrugada, rodeadas por los geos, hasta que en Polonia cogieron un avión y llegaron a Madrid. Tienen 80, 78 y 73 años. ¿Sabes qué me dijeron cuando vieron el libro? Mes sueltan “¿Y nosotras qué hacemos aquí con estas mujeres?” Vamos a ver, pero María Jesús, pero si sois vosotras las más importantes. “Tampoco hemos hecho tanto”, fue su respuesta.

P. Qué grandes.
R: Luego hay una anécdota buenísima. El jefe de los GEO que les saca, un tal Pelayo, un animal, es el mismo que siendo un chaval recién ingresado en el cuerpo las rescata en el Zaire durante la guerra. Pasan los años y se las encuentra en Ucrania. “¿Vosotras otra vez?”. Es buenísimo, buenísimo.

En las guerras, en los terremotos, en los éxodos, en las grandes crisis, siempre son ellas las que tiran de la familia

P. El feminismo oficial, por lo menos el de la segunda mitad del siglo XX, mira a la religión como una fuerza opresora, especialmente a la religión católica.
R. ¿Qué quieres que te diga? Si la religión católica es opresora con las mujeres, mejor no hacer comparaciones con la musulmana. Cierro el paréntesis. Te puedo contar que hay algo que siempre encuentro en todas las fronteras a las que viajo: Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, Líbano, Camerún, Chad, el Congo, Mali, Cuba, Venezuela, Colombia… Allí siempre te encuentras algún militar, algún diplomático y alguna monja o misionera. Y misioneros, ¿eh? Siempre te las encuentras. En esos sitios puedes ver la labor que hacen, especialmente por la mujer, ya que saben que salvar a una mujer es salvar a una familia. ¿Qué hace el empoderamiento feminista por esas mujeres? Yo no soy un teórico, ni un politólogo, ni un sociólogo del feminismo, pero me da que el feminismo son esas monjas.

P. Su libro refleja muy bien que las primeras que pagan cualquier crisis son las mujeres.
R. Es un denominador común. Pregunta a tus abuelas por la posguerra. No sé si siguen vivas, Dios lo quiera, pero pregúntalas. En las guerras, en los terremotos, en los atentados, en los éxodos, en las grandes crisis, siempre ellas tiran de la familia. Siempre. Ellos pueden estar guerreando, pueden estar bebiendo, pueden estar trabajando, pero la gestión de la familia y la educación de los polluelos la llevan ellas. Siempre y en cualquier etnia, en cualquier color y en cualquier etapa histórica. Y aquí se demuestra: desde Hila, la niña afgana de 15 años que saca a los padres de Kabul con un teléfono móvil con los boinas verdes, hasta las tres ancianitas, las abuelitas que dicen ellas, las monjas, pasando por Silvia, la gimnasta de Pozuelo que tiene una niña de El Chad.

P. ¿Ellas tienen un sentido más acusado de la responsabilidad?

R. Debe ser algo de la naturaleza. Quien se queda embarazada es ella. Luego estamos los que creemos, como tú seguro, en la igualdad absoluta, pero ese instinto natural de la maternidad lo tienen las perras con los cachorros, los tienen las cerditas con los cerditos, lo tienen las ballenas con cómo se llamen y lo tienen nuestras madres con nosotros porque te han llevado dentro y te han parido. Ese amor infinito hasta más allá de la vida lo tienen ellas. Y luego hay otra cosa muy curiosa en el capítulo primero Conchita Martín, la viuda del teniente coronel asesinado. Imagínate lo que es para una víctima del terrorismo educar sin odio, sabiendo que han reventado a tu marido y al padre de tus hijos en la puerta de casa. Ella me decía que las mujeres tienen un sentido de la amistad muy distinto de los hombres en general. Las amigas son más importantes para ellas que los amigos para vosotros. Imagino a los amigos de un chaval y hablan del equipo fútbol, o tomando unas cañas o en el trabajo, o de cachondeo o de chistes. Para ellas es otra cosa.

P: Las historias del libro explican cómo España pasa de ser un país de emigrantes a uno de acogida. Su conclusión, políticamente incorrecta, es que la única solución para el Tercer Mundo es la ayuda en origen.
R: Si me baso en mis viajes a esos países, saco la conclusión de que nadie, absolutamente nade, quiere emigrar lejos de su hogar. El otro día entrevistaba a una científica española que vive en Houston y me decía “nosotros somos emigrantes de lujo, porque estamos en una universidad de élite investigando contra el cáncer, pero somos emigrantes. Ya quisiera yo trabajar en mi hospital de referencia”. No es agradable para nadie, aunque sea una situación mucho mejor que la de la madre camerunesa que huyendo hacia el Chad tiraban a sus niños por un barranco porque iba a ser mejor que dejarlos en manos del Daesh. ”Prefiero que mueran y se los coman las hienas a que les hagan algo peor”, dijo. Por una parte, hay que solucionar en origen. Nadie quiere salir de casa. Y dos, si estuviéramos en el lugar de un chaval de estos de Mali con 20 años, con un teléfono móvil que está viendo lo que está pasando en Ceuta, en Melilla o en Algeciras, cómo vivimos nosotros y cómo vive él, ¿qué haríamos? Si un marero de Tegucigalpa o San Salvador se encapricha de tu hija de once años y se la reserva para cuando le baje la regla, ¿no preferirías huir a otro país? Yo la cojo, me la echo a la chepa y me voy a Estados Unidos andando, que es lo mismo que hacen ellos. No ver sus motivos es poco cristiano.

P. Nada más por mi parte.

R. Perdona, pero me estoy acordando ahora de algo que me dijo Alfredo Pérez Rubalcaba en plena crisis de los cayucos. Él explicaba que los migrantes saben que aquí en Europa van a comer basura, pero lo atroz es que lo hacen porque nuestra basura es mucho mejor que la suya. Esa crisis se salvó mandando policías y barcos a Mauritania.

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