Opinión

El PSOE y el fin de la historia

Javier Lambán llevó este miércoles a Felipe González a Zaragoza para hablar del mar y de los peces (una cosa sobre incendios forestales, eso al pie de los Monegros y en pleno gélido enero) con el objetivo de marcar paq

  • Imagen de González y Sánchez durante la conmemoración sevillana del 40 aniversario de la victoria electoral del PSOE el 12 de octubre de 1982

Javier Lambán llevó este miércoles a Felipe González a Zaragoza para hablar del mar y de los peces (una cosa sobre incendios forestales, eso al pie de los Monegros y en pleno gélido enero) con el objetivo de marcar paquete, lucir palmito de cercanía al viejo PSOE, el PSOE de siempre, el de Felipe and Co., visualizar ante el electorado su cercanía al “refundador” ahora que se acercan municipales y autonómicas y las encuestas hablan de catástrofe para unos barones contaminados y acollonados por la aluminosis del sanchismo. Lambán en Aragón y Page en Castilla-La Mancha pretenden cobijarse bajo el manto protector de San Felipe para hacer evidente que ellos nada tienen que ver con el partido echado al monte de la radicalidad que hoy encabeza el autócrata de Pedro Sánchez. Dice Lambán que admira de González su “curiosidad infinita” sobre los temas que importan al mundo, pero calla el “cabreo infinito” que manifiesta el sevillano sin ambages cada vez que alguien, Lambán en Zaragoza, le mienta a Sánchez o a cualquiera de su liliputiense Gobierno.

Total que Felipe, o eso cuentan quienes le pegan la oreja, ha recuperado el tono vital en las últimas semanas después de un tiempo muy gris, cercano a la depresión, muy afectado por la deriva de un partido al que dio vida después de haber desaparecido en combate durante el largo invierno del franquismo, al que en el 82 situó en el Gobierno con mayoría absoluta, y al que ahora no reconoce como suyo. Gente de su confianza le oyó hablar en los momentos de mayor agobio de “romper públicamente con esta gente”, de “me lo estoy planteando”, y le ha visto luchar con la mochila de ese pasado imposible que le ha llevado a reconocer también que “sé que no lo haré, porque no me quiero morir fuera del partido en el que he vivido siempre”. Es la rabia contenida en el rostro de un Felipe que, en la conmemoración sevillana del 40 aniversario de la victoria electoral del 12 de octubre de 1982, contempla en segunda fila asqueado el parloteo indecente de un Sánchez a punto de adjudicarse aquel momento histórico, a un palmo de hacer suyo el brazo que Alfonso Guerra levantaba aquella noche desde una ventana del Palace.

A Felipe lo llevaron engañado. Cuando, antes del 18 de octubre, se entera de que al acto no van a acudir los “padres fundadores”, con Guerra a la cabeza, se enfada, pide explicaciones y le engañan, le contestan que sí, que les van a invitar, que allí estarán todos, pero cuando llega la hora de la verdad es mentira, se ve solo, se encuentra solo, y se hace evidente hasta para el más lego que Sánchez le está utilizando como banderín de su burda propaganda. Por eso luce esa cara entre la rabia y el asco, el gesto descompuesto de quien está siendo sometido a una humillación, la mirada rota de quien, en el fondo, se sabe obligado a estar presente muy a su pesar simplemente para evitar que el gaznápiro se apropie de la entera historia del partido. Desde entonces las reuniones del viejo PSOE, el PSOE guillotinado por Sánchez, se han sucedido. A veces cara al público, como la multitudinaria cena de Felipe con los ministros de sus Gobiernos, a veces en secreto. La última, la celebración del 75 cumpleaños de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, columnista de Vozpópuli, festejo al que asistieron al alimón Felipe y Guerra, una pareja de siempre mal avenida a la que el tiranuelo de Moncloa ha vuelto a unir.

Cuando, antes del 18 de octubre, Felipe se entera de que al acto no van a acudir los “padres fundadores”, con Guerra a la cabeza, se enfada, pide explicaciones y le engañan, le contestan que sí, que les van a invitar, que allí estarán todos, pero cuando llega la hora de la verdad es mentira"

¿Significa esto que en el PSOE de Felipe y Guerra se está gestando algún tipo de revuelta contra el omnímodo poder de este nuevo Largo Caballero de mesa camilla? ¿Hay alguna razón para soñar con una rebelión a bordo? Ninguna. “Todo el mundo sabe lo que Felipe y Guerra piensan de Sánchez, entre otras cosas porque ellos mismos se encargan de decirlo casi sin preguntarles, pero de ahí a pensar en la posibilidad de un golpe interno media un abismo. Ambos son prisioneros de su historia, rehenes de su pasado. Se han hecho muy mayores y los demás, sus amigos, los que estamos cerca del uno o del otro, también lo somos. Y no hay jóvenes, no ha salido un solo joven con traza de líder en los últimos años”. Sánchez y la tierra quemada. Las nuevas generaciones de socialistas están hoy mucho más cerca de Yolanda Díaz y su mensaje cháchara que de González. Es lo que hay. Y los cuadros del partido están viviendo como Dios, unos cobrando del PSOE, llevando un sueldo a casa gracias al PSOE, y otros, los más afortunados, ganando una pasta en alguna de las sinecuras que procuran las empresas del sector público, y hay un montón, muchas desconocidas para la mayoría de la gente. En su vida se han visto en otra y muy probablemente jamás se volverán a ver. Tírame pan y llámame perro. 

A Sánchez solo lo sacarán las urnas. Por eso hay que esperar a mayo; como poco, a mayo. “Sí, hasta mayo no hay nada que hacer”, asegura el interlocutor antes aludido, “y luego ya se verá, porque yo veo muy negro el futuro de este partido”. Algunos quieren ver en Emiliano García Page al último de Filipinas del socialismo español, el único barón con cierto pedigrí para hacerse cargo de los restos del naufragio tras mayo y las generales de noviembre. Él lo sabe (también lo sabe Núñez Feijóo), y por eso juega desde Toledo la carta de la disidencia civilizada a Sánchez o la puntita nada más que soy doncella, puente entre el sanchismo maldito y el viejo PSOE muerto, de ahí la importancia de lo que ocurra en mayo en las autonómicas de Castilla–La Mancha, porque, si Page perdiera, adiós Page y su sueño de una noche de verano.

Algunos quieren ver en Emiliano García Page al último de Filipinas del socialismo español, el único barón con cierto pedigrí para hacerse cargo de los restos del naufragio tras mayo y las generales de noviembre. Él lo sabe (también lo sabe Núñez Feijóo), y por eso juega desde Toledo la carta de la disidencia civilizada a Sánchez"

El estropicio causado en las cuadernas del partido socialista y de la propia nación por el inquilino de Moncloa es de sobra conocido. Sus obras completas apenas han salido de imprenta. Lo último que sabemos es que este auténtico Titán, capaz de hacer frente él solo al frenazo del núcleo de la Tierra –pero, ¿cómo osa…? Bueno, ejem, me voy a quedar ahí-, es apenas un siervo del sultán de Rabat. El destrozo es de tal calibre, el escándalo tan grande, que lo normal en un país normal, si España lo fuera, en un país democráticamente sano, si el nuestro lo fuera, es que el Partido Socialista Obrero Español, una contradicción en todos sus términos, pasara a mejor vida, desapareciera para siempre como antes lo hicieron los PS de todos los países del arco mediterráneo. Y es probable que así sea, porque Sánchez ha sometido al socialismo español a tal grado de tensión que, salvo milagro en mayo, reiterado en noviembre, lo normal es que explote y se parta en pedazos, sin Page páseme el río capaz de recoger las piezas y recomponerlas. Sería, será, el final a 144 años de existencia de aquel PSOE fundado por Pablo Iglesias en 1879. El PSOE y el fin de la historia.      

Mientras tanto, él sigue haciendo lo que mejor sabe: propaganda. Ver y oír a su Gobierno presumir de crecimiento en un país que aún no ha alcanzado el PIB prepandemia, el único en toda la UE, es algo que produce vergüenza ajena, ello con la actividad estancada en este primer trimestre y destruyendo empleo. Es un lugar común recordar que la riqueza y el empleo no lo crean los Gobiernos, de derechas o de izquierdas, sino la existencia de un marco económico y social (legislativo) capaz de impulsar el emprendimiento, sentado lo cual es física y metafísicamente imposible crear riqueza y empleo en un país que padece un Gobierno enemigo declarado de la empresa, vocacionalmente predispuesto a perseguir y acorralar a la empresa. Alguien ha escrito que la renta per cápita española ha caído un 4% desde que gobierna Sánchez. En realidad, España lleva estancada en términos de riqueza por habitante desde el año 2005, como ha explicado Jesús Fernández-Villaverde. Y un país que no crece, se empobrece. Se empobrece y se endeuda hasta las trancas, porque la orquesta del “gasto social” debe seguir tocando en la toldilla de popa hasta que sobre las aguas heladas del mar bravío apenas quede flotando un salvavidas vacío. “España necesita reformas profundas y valientes, un programa serio de liberalización del sector productivo que alivie la brutal carga fiscal y reduzca las trabas burocráticas y fiscales al crecimiento”, la frase es de Daniel Lacalle, pero podría ser suscrita por cualquier ciudadano con dos dedos de frente. Este es el panorama y esta, la tarea para un Gobierno Feijóo. ¿Valiente?

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