Tras la toma de posesión de Lula hace unas semanas, su recién formado Gobierno se apresura en desplegar su propia política económica y exterior. Para esta última ha corrido en su auxilio la celebración en Buenos Aires esta semana de la séptima cumbre de la Celac, la comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, una organización que reúne en su seno a todos los países de América con excepción de Estados Unidos y Canadá. La Celac fue creada en 2010 en pleno apogeo de los regímenes bolivarianos. La organización, de hecho, no quedó formalmente constituida hasta una cumbre celebrada en Caracas en diciembre de 2011. Es por lo tanto una organización joven, establecida con la misma intención que Unasur, una organización similar que reúne a los países de Sudamérica, fundada en 2008 y que hoy permanece en punto muerto y con solo cuatro socios (Venezuela, Bolivia, Surinam y Guyana). La intención de ambas era servir de contrapeso a la Organización de Estados Americanos, una organización fundada en 1948 y a quien tanto la Cuba castrista como la Venezuela chavista acusan de servir a los intereses de Estados Unidos.
Unasur ha desaparecido prácticamente. Apenas le quedan miembros y no organiza una cumbre desde hace casi nueve años. Celac si ha mantenido cierta actividad, pero en 2018 entró en crisis. Ese año ya no hubo cumbre, tampoco en 2019, en 2020 se limitó a una reunión de ministros de exteriores y en 2021 se retomaron las cumbres en Ciudad de México a instancias de López Obrador, pero de forma muy descafeinada, apenas acudieron jefes de Estado y los que fueron o eran de países pequeños o alineados ideológicamente con Obrador como Luis Arce de Bolivia, Díaz-Canel de Cuba y Pedro Castillo de Perú.
Este año aprovechando que la cita era en Buenos Aires y que Lula se ha hecho de nuevo con la presidencia de Brasil (un país que había abandonado la organización en tiempos de Bolsonaro), Alberto Fernández puso toda la carne en el asador para que se convirtiese en una cumbre histórica que devolviese a la Celac el lustre de otro tiempo. Para eso nada mejor que una cumbre argentino-brasileña previa con Fernández y Lula posando en armonía y anunciando grandes planes. Era imposible no percibir un deja vù de los buenos tiempos, cuando estas cumbres las monopolizaban Cristina Kirchner y Dilma Rousseff hace unos años. Brasil y Argentina son los dos grandes países de Sudamérica, aunque, eso sí, Argentina ya no es el segundo más poblado, le superó Colombia hace unos años, pero Fernández (como en su momento Néstor Kirchner) se adjudica cierto liderazgo regional. A Fernández las cosas no le van bien en su país, que atraviesa una profunda crisis económica. Este año se celebran elecciones presidenciales y, aunque no hay candidatos oficiales aún, es posible que Fernández opte a la reelección, algo que no tiene ni mucho menos asegurado porque la coalición opositora le supera en las encuestas por entre 4 y 10 puntos de diferencia.
Empezaron notificando una serie de acuerdos energéticos y terminaron anunciando que ahora sí que desarrollarán una divisa común que podría llamarse sur y que sería algo equivalente al euro
En lo que llegan las elecciones, que se celebrarán el 22 de octubre, Argentina tiene por delante un año electoral muy caliente. De ahí la insistencia en darse un baño de legitimidad internacional aprovechando la cumbre de la Celac. A los argentinos (como a los brasileños y al resto de hispanoamericanos) la Celac les importa muy poco, es algo que no les arrebata ni un segundo de su tiempo. Para muchos estaba hasta olvidada y los que la recuerdan piensan en ella como un foro que Chávez se construyó a su medida para antagonizar con el imperio. Por eso lo importante esta semana no era tanto la cumbre multilateral como la bilateral que han celebrado Brasil y Argentina con sus dos presidentes a la cabeza mostrando camaradería y abrazos delante de las cámaras. Necesitaban anunciar hechos concretos y no discursos vacíos. Así que empezaron notificando una serie de acuerdos energéticos y terminaron anunciando que ahora sí que desarrollarán una divisa común que podría llamarse sur y que sería algo equivalente al euro, pero para Sudamérica. Empezarían usándola Brasil y Argentina y luego se extendería a otros países.
La idea de una moneda común no es algo nuevo por aquellos lares. Brasil y Argentina llevan más de 30 años estudiando la integración monetaria para reducir su dependencia del dólar. En 1987 firmaron un acuerdo para crear una divisa denominada gaucho, y luego propusieron la creación de una moneda regional tras el nacimiento en 1991 del Mercosur. Pero entre las continuas crisis económicas de Argentina y las disputas comerciales con Brasil, que se empeña en proteger su industria de las importaciones, la integración ha sido imposible. Brasil es proteccionista, Argentina lo es mucho más, es, de hecho, una de las economías más proteccionistas del mundo. El Banco Central de Argentina no es independiente, a diferencia del de Brasil, y el Gobierno aplica sistemáticamente controles de precios y de capitales.
Esta es, por tanto, la tercera vez que vienen con esto, ahora dicen que van en serio e incluso han sugerido un nombre para la divisa, que podría llamarse sur si alguna vez ve la luz
Hace décadas que Argentina y Brasil intentan construir una unión económica, pero hasta ahora ni siquiera han sido capaces de crear una zona de libre comercio propiamente dicha ya que el Mercosur es una unión aduanera muy incompleta. La historia de la moneda común volvió hace 20 años, en el año 2000 tras las reformas de los noventa que liberalizaron y estabilizaron ambas economías. En Argentina estaba Fernando de la Rúa y en Brasil Fernando Henrique Cardoso. El tema regresó años más tarde, en 2008, cuando Lula presidía Brasil y Néstor Kirchner Argentina. Se puso incluso en marcha la iniciativa. Se invitó a las empresas a utilizar el real y el peso como moneda de pago, pero nadie lo hizo porque era voluntario. Esta es, por tanto, la tercera vez que vienen con esto, ahora dicen que van en serio e incluso han sugerido un nombre para la divisa, que podría llamarse sur si alguna vez ve la luz.
Lula da Silva está especialmente interesado y de él ha salido la propuesta, algo que abrazó con entusiasmo Alberto Fernández. Ambos firmaron un artículo titulado “Relanzamiento de la alianza estratégica entre Argentina y Brasil” que publicó esta semana tanto la prensa argentina como brasileña. En el artículo, publicado en castellano en el diario Perfil, aseguran que quieren impulsar el comercio entre ambos países y estrechar las relaciones económicas. Dicen textualmente:
“Tenemos la intención de superar las barreras a nuestros intercambios, simplificar y modernizar las reglas y fomentar el uso de las monedas locales. También decidimos avanzar en las discusiones sobre una moneda sudamericana común que pueda usarse tanto para los flujos financieros como comerciales, reduciendo los costos operativos y nuestra vulnerabilidad externa. Trabajaremos conjuntamente para rescatar y actualizar la Unasur, a partir de su innegable legado de logros. Argentina y Brasil están decididamente comprometidos con la construcción de una América del Sur fuerte, democrática, estable y pacífica”.
Como vemos, ambos enfatizan la importancia de mantener el uso de las monedas de cada país, lo que implica que cualquier moneda nueva operaría en paralelo al real brasileño y al peso argentino. Más no se puede decir porque no han especificado en qué consistiría exactamente el sur.
El objetivo de ambos es reducir la dependencia que la economía hispanoamericana tiene con el dólar estadounidense, que es el que lubrica el comercio entre todos los países del continente. El problema es especialmente acuciante para Argentina, donde escasean los dólares. Eso afecta a toda la economía. Los exportadores, canal principal por el que entran los dólares, tienen problemas para importar algunos insumos por la poca disponibilidad de dólares. Esto ha provocado que las exportaciones argentinas a Brasil hayan disminuido últimamente. Para los argentinos que en Brasil les acepten los pesos en los pagos internacionales sería una gran noticia, pero no tanto para los proveedores brasileños, que se han quejado al conocer la noticia.
El real brasileño aún mantiene el tipo y goza de cierta credibilidad porque su Gobierno respeta a su propia divisa. Nada de eso ocurre en Argentina
Para la oposición a Lula, aún noqueada por la derrota electoral, es un desvarío ideológico. En Argentina tampoco ha gustado demasiado, lo ven como algo simplemente impracticable. José Luis Espert, que fue candidato liberal a la presidencia en 2019, lo calificó como “paja mental”. Según él “no se da ninguna de las condiciones necesarias (y no suficientes) para que esto funcione: no hay libre comercio ni de bienes ni de servicios, no hay libre movilidad de capitales, las políticas fiscales y laborales son diferentes. Nada”. Poco más que añadir. Todo lo que dice Espert es rigurosamente cierto.
Podrían, eso sí, ponerse con ello ahora en serio y caminar en esa dirección. Recordemos que el euro empezó a gestarse en los años 70 y no vio la luz hasta 1999, es decir, unos treinta años después, pero tenían una hoja de ruta muy clara y bien planificada en economías muy ricas y estables. Nada de eso ocurre con Argentina y Brasil. El real brasileño aún mantiene el tipo y goza de cierta credibilidad porque su Gobierno respeta a su propia divisa. Nada de eso ocurre en Argentina. Allí el banco central imprime dinero a placer para financiar el gasto público de los sucesivos Gobiernos. Eso mantiene al peso muy debilitado con respecto a otras monedas y es el responsable de que la inflación ronde el 100%.
Esto en Brasil no terminan de verlo, sería algo así como abrir una cuenta corriente conjunta con un amigo desempleado y holgazán que debe dinero a todo el mundo. La cosa no puede salir bien. De hecho, nadie en el Gobierno brasileño (ni en el argentino) se ha pronunciado al respecto, seguramente porque nadie se lo toma en serio. Lo más probable es que la cosa consista en eso mismo, en simple charlatanería de dos presidentes que quieren insuflar algo de ánimo y no saben cómo porque la economía brasileña ha salido muy tocada de la pandemia y la argentina está directamente desfondada.
Alberto Fernández no tiene mucho más que ofrecer. Es, según las encuestas uno de los líderes más impopulares de toda Hispanoamérica. Durante sus más de tres años de mandato la crisis que heredó no ha hecho más que profundizarse sin que su Gobierno haya hecho nada para impedir que haya cada vez más argentinos viviendo bajo el umbral de la pobreza, actualmente el 43% de la población. La inflación está desbocada, alcanzó el 95 % en 2022, la más alta en tres décadas. El estancamiento económico es visible en todas partes y el banco central anda muy escaso de reservas.
El año pasado Argentina llegó a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para refinanciar un rescate de 44.000 millones de dólares a cambio de reducir el gasto público y la emisión de dinero. Eso es todo lo más que puede ofrecer ahora mismo. Lo de la moneda común con Brasil no es más que un conejo saliendo de una chistera, no hay mucho que su Gobierno pueda mostrar al electorado y esta es una forma de crear expectativas para un futuro indeterminado pero ilusionante.
Los argentinos, entretanto, tratan de hacerse con dólares o cualquier divisa fuerte y la ponen a salvo fuera del país en cuentas corrientes en Estados Unidos o en Europa. Esta práctica, muy extendida por lo demás, habla por sí misma. Los argentinos simplemente no confían en el peso, y si no confían en el peso nada hace pensar que harán lo propio con el sur, el gaucho o cómo quieran llamarlo. La realidad es que hoy por hoy la única moneda que tanto argentinos como brasileños quieren llevar en sus bolsillos es el dólar estadounidense mal que le pese a sus presidentes.