Opinión

El retorno a las ciudades

Hace algo más de un año, los edificios de oficinas de todo el planeta se vaciaron por completo. Cubículos, despachos, salas de reuniones, escritorios, máquinas de café, fotocopiadoras, todo quedó

  • Nueva York.

Hace algo más de un año, los edificios de oficinas de todo el planeta se vaciaron por completo. Cubículos, despachos, salas de reuniones, escritorios, máquinas de café, fotocopiadoras, todo quedó atrás, sin uso alguno. En todos los centros de negocios del planeta, los trabajadores dejaron atrás la luz de los fluorescentes, cogieron sus portátiles y se fueron a casa.

Durante meses, gran parte de la economía mundial ha pasado de concentrarse en los rascacielos y moquetas de los despachos del centro de las grandes ciudades a hacerse en la mesa del comedor, el despacho de casa, o cualquier lugar con internet. La pandemia ha hecho que las empresas hayan descubierto (al fin) los milagros del trabajo remoto. Es posible llevar una empresa sin reuniones, sin viajes de negocios constantes, incluso sin una presencia física.

Para muchas empresas con oficinas en el centro de las capitales económicas del planeta como Nueva York, Londres, San Francisco, Madrid, Berlín o Barcelona, esto abre algunas posibilidades interesantes. El alquiler de diez o quince plantas en un rascacielos de Midtown Manhattan cuesta una fortuna; Nueva York es el centro del mundo decenas de industrias, y la demanda de oficinas casi inagotable.

Aumentar la productividad

La pandemia, sin embargo, parece ha dejado claro que quizás esto de tener miles de metros cuadrados en despachos es un peso muerto, ya que los trabajadores son igual de productivos currando desde su casa que en una oficina que cuesta más de lo que cobran. Quizás no sería mala idea reducir la presencia física de la empresa de quince a seis o siete plantas, hacer que la gente sólo tenga que venir al despacho dos o tres veces por semana, y dedicar el espacio a salas de reuniones y espacios de trabajo colaborativo (léase: planta abierta, que es más barato) en vez de tener a todo el mundo de nueve a cinco toda la semana.

Es una estrategia racional, y la verdad, creo que muchas empresas harían bien de adoptarlas. Es más, me encantaría que mi jefe leyera este artículo y abrazara la idea. Es algo que mejorará la calidad de vida de muchos trabajadores, reducirá el uso de energía y aumentará la productividad de la economía, ya que estaremos dedicando más dinero a cosas productivas y menos a llenar los bolsillos de las inmobiliarias.

Si, de un día por otro, la mitad de las oficinas de Manhattan se quedan vacías, la ciudad puede sufrir una crisis económica monumental

Este previsible cambio de modelo organizativo, sin embargo, tiene a mucha gente asustada. Nueva York (o Londres, o Madrid…) es lo que es gracias a los millones de personas que llenan sus calles y edificios cada día. Si, de un día por otro, la mitad de las oficinas de Manhattan se quedan vacías, la ciudad puede sufrir una crisis económica monumental. Si uno puede trabajar desde donde le apetece, ¿por qué vas a poner tu sede en una de las ciudades más caras del planeta? ¿Por qué las empresas están en Madrid, donde todo es más caro, y no en Calatayud, donde hay sitio de sobra y estás a una hora en tren del centro?

Por fortuna para las ciudades en este brete la economía no funciona de este modo, y el precio de los alquileres en Manhattan o Madrid pre-covid debería ser una pista. Resulta que las ciudades tienen una ventaja que las hace atractivas: la productividad de una empresa depende de dónde está situada.

Entre Madrid y Calatayud

Imaginemos, por ejemplo, dos agencias de publicidad idénticas, sólo que una está en Madrid, y la otra en Calatayud. Las dos están montando una campaña en televisión y necesitan encontrar un equipo de filmación, un puñado de actores y editores de video. Necesitan alguien que busque los derechos de la música que quieren utilizar, un diseñador gráfico para los logos, un abogado para preparar y revisar los contratos, una relación fluida con las cadenas de TV donde haces la compra, entre otros puestos. En Madrid hay decenas de productoras que pueden hacer spots, y cientos de profesionales con experiencia listos para ser contratados; actores, abogados, diseñadores, y casi cualquier cosa que se te ocurra. En la ciudad hay una industria audiovisual bien establecida, y eso hace que cualquier proyecto sea mucho más fácil de poner en marcha.

En Calatayud… bueno, quizás hay alguien que filma bodas los fines de semana, algún actor de paso en retiro espiritual, y abogados hay, pero saben más de viñedos y derecho agrícolas que de derechos de autor. Por muy buena que sea tu agencia, no vas a poder competir, ya que no tienes la infraestructura. Estás empezando de cero.

San Francisco es el mejor lugar del mundo para abrir una empresa tecnológica, pero es tan absurdamente cara que es casi imposible hacerlo ahí de entrada

En un escenario post-covid donde ambas agencias de publicidad trabajan tres días a la semana desde casa, la ventaja comparativa de la agencia madrileña no desaparece, sino que se hace aún mayor. El único factor en que los bilbilitanos tenían a su favor era que pagaban menos por el alquiler de la oficina. Tras la reorganización, la agencia madrileña ahora gasta la mitad de lo que gastaba antes, mientras que el resto de sus ventajas siguen intactas.

Si miramos a la ciudad en agregado, además, es posible que su ventaja comparativa aumente, no disminuya. El cuello de botella principal de San Francisco o Nueva York es que la alta demanda para acceder a sus redes y conexiones con las industrias que albergan las hacían muy, muy caras. San Francisco es el mejor lugar del mundo para abrir una empresa tecnológica, pero es tan absurdamente cara que es casi imposible hacerlo ahí de entrada. Las start ups suelen empezar en otros lugares y o bien se trasladan ahí cuando crecen o (más habitual estos días) son fagocitadas por alguno de los colosos del sector.

Cuando los alquileres bajan

Estamos en un mundo post-covid, sin embargo, y en San Francisco hay muchas, muchas, muchas oficinas vacías, y más que habrá según vayan expirando los contratos de arrendamiento vigentes. Eso hará que los alquileres bajen, por un lado, y que por otro el mismo rascacielos en el centro de la ciudad que ahora albergaba a media docena de empresas tendrá espacio para el doble de ellas. Las redes, las aglomeraciones de servicios, infraestructura y talento que hacen que las ciudades sean atractivas serán aún más densas. La ventaja de las ciudades estrella aumentará.

Hay, sin embargo, un dato a tener en cuenta: el precio de la vivienda. En lugares como San Francisco o Londres, el coste de vivir en el área metropolitana es tan alto que hace que los salarios, por altos que sean, se queden en nada. La mejor manera de evitar que esto ocurra es adoptando políticas para controlar estos precios, es decir, construyendo más viviendas. De lo contrario, las ganancias en productividad irán al bolsillo de los caseros, no de los trabajadores.

Así que ya saben: no temamos los cambios, y hagamos que nuestras ciudades prosperen. Ayudémoslas a crecer.

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