Opinión

Cuixart quiere a sus hijos encarcelados

El preso golpista dice que está dispuesto a que sus hijos pasen largas temporadas en la cárcel. Todo sea por la independencia

  • El presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart

Se me ocurren muchas cosas que decirles a propósito de lo dicho por el presidente de Ómnium Cultural en una entrevista concedida a Cataluña Radio. Se me ocurren todavía más respecto a quien le hacía dicha entrevista. Pero se me agota el vocabulario cuando compruebo hasta qué punto la actitud miserable ha calado en la sociedad catalana. Este no es un asunto político. Que alguien hable así de sus hijos entra en otro terreno más angustioso, más deleznable. Y todo ante la impasibilidad de la sociedad. Porque nadie, a estas horas, lo ha llevado ante los tribunales ya no por intentar un golpe de Estado, sino por delito de maltrato infantil. ¿O es que desear que tus hijos acaben en prisión no es una forma de maltrato psicológico? ¿Qué tipo de educación es esa? ¿Los adiestra también para kamikazes? ¿La Fiscalía de Menores no tiene nada que decir? Por menos de eso se retiraría la guarda y custodia, y muy bien retirada, al progenitor que manifestase tamañas enormidades públicamente.

Oiga, Cuixart, y ya de paso, ¿le ha preguntado a sus hijos qué quieren ser de mayores? ¿Una nulidad como usted o, por el contrario, alguien que sea, a la vez, útil a sí mismo y a la sociedad? ¿Tan poco quiere usted a sus hijos que encuentra bien, según sus propias palabras, “que nuestros hijos pasen largas temporadas en la cárcel con el objetivo de que este país – Cataluña – pueda decidir libremente cual ha de ser su futuro político”? ¿Habla usted en serio o, simplemente, la obnubilación que produce la ingesta de consignas durante décadas le impide ver la barbaridad que ha salido de su boca?

Servidor, que es padre, entiende que uno busca lo mejor para los hijos, algo tan obvio que es preciso que viniera un iluminado para recordarnos que con esta gente incluso la ley de la gravedad debe recordarse a diario. Yo no quiero que al mío, por decir algo, le peguen los grises con tanta saña que le desvíen la columna vertebral de por vida, que hubiera tenido que ponerse a trabajar a los catorce años porque hacía falta un sueldo más en casa, que descargase fardos en el muelle siendo un imberbe y de manera clandestina pagando un tanto a la mafia que controlaba el asunto para llevarse cuatro chavos al día por deslomarse, que tuviera que pasarse dieciocho horas fregando platos sin apenas parar salvo un cuarto de hora para comer siete días a la semana o, lo peor de todo, perder a tu padre a los dieciséis años, muriendo en tus brazos, para poco después ver cómo se suicida tu novia después de haber sido violada en dependencias oficiales por unos criminales. Pero, entendámonos, tampoco me complacería verlo instalado en la comodidad del carguito, sentado en un despacho en el que no se hace nada salvo acumular polvo, con el diploma de burgués que se las da de revolucionario que aspira a sacarse la carrera de mártir Cum Laude poniendo a su prole por delante.

Como el padre está en la cárcel, piensan, que lo estén también sus hijos el día de mañana. Tenemos asegurada la saga, podemos dormir tranquilos en nuestros confortables pisos de la zona alta de Barcelona

Un padre se devana los sesos intentando obtener para sus hijos las cosas de las que careció de joven, aunque ese quizás sea un error que estamos empezando a pagar muy caro, pero, en todo caso, lo que no anhelas es que tengan que pasar por tus mismas privaciones, por tus mismas calamidades, por esas zozobras vitales que dejan una huella indeleble, no siempre para bien, toda la vida. Incluso en eso, que podría unirnos a todos, pensemos como pensemos, los separatistas debían ser distintos. A los que jalean a Cuixart estas palabras les deben parecer estupendas. Como el padre está en la cárcel, piensan, que lo estén también sus hijos el día de mañana. Tenemos asegurada la saga, podemos dormir tranquilos en nuestros confortables pisos de la zona alta de Barcelona o en nuestros chalecitos de La Cerdaña. Siempre habrá ignorantes que den la cara por nosotros, los del tres por ciento.

Una observación final. Cuando alguien se indigna al ver que considero igual separatismo que nacionalsocialismo no puedo por menos que comparar. Magda Goebbels, esposa del ministro de propaganda del Reich, decidió asesinar a sus seis hijos pequeños a sangre fría, envenenándolos, e intentó justificar la atrocidad diciendo que no valía vivir en un mundo sin nacionalsocialismo ni Hitler. Luego se suicidó. Podría haberlo hecho antes y esas criaturas habrían sobrevivido.

Hay días en los que, como hoy, escribo con una mezcla de rabia y tristeza infinita. Porque los niños son sagrados. Incluso para los fanáticos deberían serlo.

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