Once horas declarando ante un Tribunal dan para mucho, sobre todo cuando el procesado ha decidido cambiar de estrategia y pasar de intentar torpedear la investigación a convencer a todos, sobre todo a los magistrados que le juzgan, de que quiere colaborar con la Justicia. Por ello, durante buena parte de las dos jornadas de la vista que ha pasado contestando a las preguntas de la representante de la Fiscalía Anticorrupción, Francisco Correa se ha esforzado en mostrar la que pretende que sea una nueva cara. Una que le permita borrar la imagen de mafioso engominado (aunque siga con este aditivo capilar) al que le gustaba que le llamaran 'Don Vito' y cuyas 'andanzas' han dado para una petición de pena de 125 años de cárcel. Es el 'nuevo' Francisco Correa. El arrepentido. El sincero. El dispuesto a luchar por "las causas de los débiles". Eso sí, siempre según Francisco Correa. ¿Cuánto de verdad y cuánto de impostura hay en ello?
Francisco Correa llegó a afirmar el viernes en la Audiencia Nacional que estaba "agradecido" y se sentía "cómodo" de estar declarando ante el Tribunal
Correa ha dicho una y otra vez, hasta la saciedad, que estaba dispuesto a decir "la absoluta verdad" aunque, como diría el segundo día, "me crucifiquen". Simpático, siempre educado, aunque con ramalazos de prepotencia, en un momento dado ha llegado a dibujar su paso por el banquillo para declarar como una experiencia casi liberadora. "Me siento bien aquí. Estoy muy agradecido. Estoy cómodo", aseguró el viernes, después de que el día anterior llegase a afirmar que había tenido "un subidón" tras oír una de las grabaciones que le había puesto la fiscal para interrogarle por su relación con un ex alto cargo de la Comunidad de Madrid también procesado, Carlos Clemente. Tan suelto estaba que en un momento dado de la sesión del jueves se permitió el lujo de parar el juicio tras decirle al tribunal que "me he tomado dos Coca-Colas y necesito orinar".
Como empresario, se presentó como un emprendedor de éxito, con negocios en EEUU, Colombia y Venezuela, además de en España, cuyas sociedades iban "fenomenal" hasta que le detuvieron. Y ello pese a que en los años 90 tuvo problemas que le colocaron al borde de la ruina. Pero él supo levantarse y construir un pequeño imperio gracias a su "filosofía empresarial" que comparó sin ningún pudor con la del célebre José Ignacio López de Arriortúa, 'SuperLópez', el ingeniero vasco que revolucionó el mundo del automóvil. Como ejemplo de su excelencia no dudó en presumir de ser el 'inventor' de las Oficinas de Atención al Ciudadano que han proliferado por los Ayuntamientos y que calificó sin ninguna modestia como "un proyecto personal mío" en el que invirtió tres años y que le han copiado por doquier mientras él estuvo más de tres años en la cárcel.
"Mi mentalidad era la del sector privado", añadió para justificar que buena parte de ese éxito se sustentara, precisamente, en los regalos de todo tipo a cargos públicos. Algo, por otra parte, que el consideraba una práctica extendida. "Existen muchos Francisco Correa", llegó a decir. Por ello, aseguró que no entendió en su momento por qué lo detenían. Quién podía pensar que por regalar "una corbata o cinco" a Francisco Camps le iban a adjudicar contratos de la Generalitat que presidía éste. Aseguró que sólo cuando lo detuvieron supo de la existencia de los delitos de "cohecho y prevaricación", y lo que significaban. "Posiblemente, en Valencia hicimos cosas irregulares para la financiación del Partido [Popular]", admitió en un momento dado sin darle más importancia, como el que lo hace casi sin querer y, desde luego, sin maldad.
"Quería ser opaco"
En este sentido, recalcó que de lo único de lo que era consciente era de haber engañado al fisco. No le dolieron prendas en afirmar que no pagaba a Hacienda desde 1993, que disponía de una caja B bien repleta de la que tiraba para todo y que tenía una cuenta a nombre de una empresa 'pantalla' en Ginebra porque "quería ser opaco". Curiosamente, añadió que no prestaba mucha atención a esos depósitos helvéticos pese que cuando fueron bloqueadas por las autoridades de Berna acumulaban cerca de 20 millones de euros. "No he visto ni un sólo extracto de mis cuentas en Suiza. Le doy mi palabra de honor", le dijo a la fiscal para después recalcar que él fue el primer sorprendido al conocer la pequeña fortuna que atesoraba en ellas. "No he sido un tío que haya estado exhaustivamente en lo que tengo y no tengo", se excusó. Una despreocupación que también trasladó "al día a día" de sus empresas y que le permitió parapetarse en el "no me acuerdo" y "no lo sé" cuando la fiscal bajo al terreno del detalle, de los documentos incriminatorios y de las grabaciones acusadoras. "Me tiene que entender, son muchos años. Son miles y miles y miles de actos", esgrimió para excusar sus frecuentes fallos de memoria precisamente cuando tenía que dar explicaciones sobre pagos a políticos y amaños de contratos.
Correa, que se autoadjudicó un alias con reminiscencias de 'El Padrino', ahora reniega de él: "No soy un mafioso. ¿Tengo pinta de 'Don Vito'?"
Lo que descartó tajantamente fue que lo suyo fuera una organización criminal "como si fueramos un laboratorio de cocaína". Correa insistió en que no era "un mafioso", sino alguien tan "trabajador" que en la vorágine de las campañas electorales le dedicaba "25 horas al día" al PP y convertía la sede de Génova 13 en "mi casa". De hecho, se mostró ofendido por el mote con reminiscencia de 'El Padrino' con el que le llamaban y que, de hecho, él mismo se autoadjudicó en sus años de máximo auge, cuando se creía intocable. "¿Tengo pinta de 'Don Vito'?", dijo a la fiscal casi enfadado. Como ejemplo de esa inocencia, aseguró que cuando su número 2, Pablo Crespo, le llamó casi paranoico para mostrarle su convencimiento de que tenían el teléfono pinchado, él rechazó tomar medidas. "Me importaba un rábano que me escucharan. Yo no era el socio de Bin Laden", le dijo al tribunal. Eso sí, cuando fue detenido en febrero de 2009 por orden del juez Baltasar Garzón, entonó el 'mea culpa' y admitió que le habían pillado "con el carrito del helado".
También tuvo tiempo de dibujar un lado 'humano', ese que "desde pequeño" le hacía interesarse por "las causas de los débiles". Alguien capaz de prestar a la novia del ex concejal del PP en Estepona Ricardo Galeote, también imputado, 30.000 euros sin más. "Un favor que yo hago, uno de tantos que he hecho en mi vida", dijo. Parecido a las "atenciones" que tenía con el ex alcalde de Pozuelo de Alarcón, Jesús Sepúlveda, al que le regaló tres coches, una tras otro a cual más caro, porque éste le dijo que le apetecía tener esos caros vehículos. "No te preocupes, yo te lo compro", asegura que le dijo. Lo único que le dolió es que luego le cerrara las puertas del consistorio a sus empresas. Su respuesta fue casi la autoflagelación: guardar en la cartera la factura de casi 9 millones de las antiguos pesetas que le había costado uno de los automóviles. "Podía haberla roto, pero la llevaba ahí para recordarme de vez en cuando..." dijo sin terminar la frase.
"Amistad tremenda"
Porque lo que intentó demostrar una y otra vez que ni es vengativo ni rencoroso. Ni con el desagradecido marido de Ana Mato ni con José Luis Peñas, el ex concejal de Majadahonda que destapó la trama. "Podría decir aquí, después del daño sufrido, que [ese dinero] era para Pepe Peñas, pero no es así..." Al fin y al cabo ha dedicado buena parte de estas once horas de declaración a intentar exculpar a la gente de su grupo, a algunos de los cuales destacó que los había contratado por la "amistad tremenda" que tenia con familiares suyos. "Estás personas que están aquí sentadas no tenían que estar. Han hecho su trabajo", dijo. Que si Pablo Crespo era "oro molido", "un tío serio" y "un hombre honrado" con un "código" ético a prueba de corruptelas. Que si le entristecía ver a Alicia Mínguez en el banquillo. Que si Álvaro Pérez, 'El Bigotes', hacía lo que él le decía. Que si el contable, José Luis Izquierdo, "no tenía capacidad" para la labor que concluye la Policía que desempeñaba en la trama. Hasta habló bien de Isabel Jordan, de la que dijo que era "una buena profesional" pese a que con una tarjeta de empresa le hizo un agujero de varios cientos de miles de euros. Dice que la despidió y ya está.
El jefe de la trama recalcó que ideológicamente estaba "hacia el otro bando" del PP y que en su agenda también hay cargos públicos del PSOE e IU
Y ello pese a que también aseguró que uno de sus "defectos" era su carácter. "Soy impulsivo y digo cosas de las que me arrepiento". Pero no lo suficiente para elaborar 'dossieres' sobre gente -"no es mi estilo"-, aunque sí para estar quince días sin hablar con su mujer porque ésta no le hizo caso y compró una vivienda en Majadahonda a Guillermo Ortega, el alcalde "amigo" de cuyo hijo recordó que era padrino. Y eso que era del PP, porque una de las cosas que dejó claro al comienzo de su testimonio era que él tiraba "hacia el otro bando". De hecho, presumió de haber hecho sus pinitos con los gobiernos de Felipe González y de que su padre tuvo que exiliarse por motivos políticos tras la Guerra Civil. Incluso detalló que antes de trabajar para Génova 13 sólo había asistido a un mitín, a uno de la legendaria dirigente comunista 'La Pasionaria'. También destacó que, además de ediles del PP, entre su amplia agenda de amigos y conocidos había gente del PSOE e, incluso, de IU.
Claro que, detrás de todo ello, también dio muestras evidentes de esa prepotencia que le llevaba a ser cliente habitual de lujosas joyerías de la calle Serrano y a tener "25 palcos" en el campo de su equipo, el Atlético de Madrid, para agasajar a amigos y, por supuesto, políticos. Pero sobre todo, de un egocentrismo que pareció no saciarse sabiéndose el centro de atención de toda España durante estos dos días. Por ello, no dudó en rebautizar todo el sumario como el 'caso Correa' para demostrar que él era el principio y fin de toda la causa. Una y otra vez dijo que él era quien tomaba las decisiones, quien entregaba los sobres con dinero en metálico a los cargos públicos... No se podía esperar menos de alguien que, pese a enfrentarse a una petición de pena de la Fiscalía pena de 125 años de cárcel, no dudó en insistir una y otra vez ante el tribunal que lo que él pretende con su pseudoconfesión es "que lo sepa España entera". "Punto y pelota", como llegó a decir. Es el nuevo Francisco Correa, según Francisco Correa.