Los coches circulan con calma aparente frente al inmenso edificio de la administración regional de Kharkov; una mole rectangular que luce, con la arrogancia estalinista propia de los años cincuenta, catorce columnas monumentales en su fachada de color arenoso. Todo ocurre en una décima de segundo. Un objeto se precipita desde el cielo y la imagen se funde en una gigantesca bola de fuego que se deshace en volutas de humo gris. Los coches han desaparecido, los árboles se mecen como agitados por un temporal. Ninguna de las ventanas de la estructura parece haber sobrevivido a la onda expansiva; aunque las columnas permanecen en su sitio, impertérritas.
Era 1 de marzo, y Rusia había lanzado un misil de crucero 3M14 Kalibr contra un edificio de gobierno. Pero aquello no era lo peor que viera Kharkov. La guerra de Ucrania acababa de entrar en una nueva fase. Principalmente, porque Rusia, pese a su imparable avance inicial por el norte del país, parecía haberse atascado a la hora de conquistar la capital, Kiev, en su intento por deponer al gobierno cuanto antes y dejar a los aliados de Ucrania sin un interlocutor claro. Tan importante era esta meta que las fuerzas rusas que atacaban la cercana ciudad de Chernihiv, cerca de allí, habían abandonado su tarea para confluir, como las aguas del Dniéper, sobre la malhadada capital ucraniana. Pero Kiev, con sus tropas, sus milicianos vestidos de negro y sus civiles preparando cócteles molotov en los temblorosos sótanos de la ciudad, había resistido de manera improbable. El gobierno del presidente ucraniano Zelensky se atrincheraba allí, negándose a huir. Los ucranianos habían dinamitado los puentes de acceso a la ciudad. Y Rusia comenzaba a impacientarse.
¿Por qué? No tanto por los célebres barros ucranianos que acompañan al deshielo, que finalmente no han logrado paralizar a las divisiones acorazadas rusas -estas han demostrado estar particularmente preparadas para el terreno-, sino porque la guerra, a pesar de hacerles acumular victorias inexorables en términos militares, está acumulando también una ristra de derrotas igualmente inexorables en términos políticos.
Rusia pierde la guerra de propaganda
Cuanto más tiempo pasa, más se desgasta la imagen de Rusia en el mundo entero. En más de un centenar de sus propias ciudades, de hecho, decenas de miles de rusos desafiaban la ley y protestaban contra la guerra, envueltos en gruesos anoraks para contener la nevisca. Frente a ellos se desplegaban antidisturbios igualmente voluminosos, y alrededor de cinco mil manifestantes acabarían siendo detenidos.
Mientras tanto, la tragedia acariciaba las fronteras de Europa: el flujo de refugiados supera ya el millón. Pese a que Rusia acaba de pactar con Ucrania la apertura de corredores humanitarios para permitir su salida -y la entrada de alimentos y suministros a las regiones más castigadas-, la nación atacante no ha podido evitar situarse, en cuestión de una semana, en el papel más bien poco envidiable del malo de la película.
Las señales de tráfico han sido retiradas para que los invasores equivoquen el camino. La empresa responsable de las mismas ironizaba por Facebook: "Ayudémosles a ir directamente al infierno"
A esto ha contribuido también el espíritu de resistencia de los ucranianos, que han respondido con un brío sorprendente ante un enemigo que les desborda de forma tan abrumadora. No sólo militarmente, aguantando a la desesperada en cada ciudad importante, sino también a nivel de la población civil, con muchedumbres que han llegado a bloquear el paso de los tanques, y que protagoniza momentos como el que puede verse en vídeo: un ucraniano de provecta edad enfrentándose a puñetazo limpio con un soldado ruso hasta que este, desesperado, dispara una ráfaga semicircular sobre la nieve a modo de advertencia. Las señales de tráfico, por otro lado, han sido retiradas para que los invasores equivoquen el camino. La empresa responsable de las mismas ironizaba por Facebook: "Ayudémosles a ir directamente al infierno"
Otro fenómeno propagandístico, alentado por el propio Ministerio de Defensa, es el del misterioso "fantasma de Kiev", un caza MiG-29 ucraniano que supuestamente derriba a los Sukhoi rusos en vídeos y fotografías espectaculares; que provienen, todo sea dicho, de simuladores de videojuegos o de imágenes anticuadas. Alguna de estas muestra realmente a un piloto canadiense y hasta a un abogado argentino: este último publicó, con gran sarcasmo, una foto festiva en la que se le veía lanzado en volandas por sus colegas, acompañada de las palabras: "Así recibieron al fantasma de Kiev al llegar a la base." Todo indica, en suma, que se trata de una leyenda urbana. Un tuitero ucraniano resumía la actitud de sus conciudadanos ante la misma: "Si es real, que Dios esté con él. Si es inventado, rezo porque haya más como él."
El halo de gloria resistente alcanza al mismísimo presidente Zelensky, cuyos discursos se han convertido ya en fenómeno viral. Sus populares diatribas contrastan con la soledad ante la ONU del ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, que se quedó hablándole al vacío el día 1, cuando casi todos los miembros de la Conferencia del Desarme a la que dirigía su vídeo pregrabado se levantaron y abandonaron la sala.
Los bombardeos entran en una nueva fase
Con las prisas, el ejército ruso parece haberse quitado los guantes. Los ataques con misiles ya no son quirúrgicos (aunque esa cirugía, como todas, no dejara de manchar de sangre la mesa de operaciones). Kharkov veía cómo llovían los cohetes Grad, disparados desde camiones lanzamisiles, sobre amplias zonas residenciales de la ciudad; estallando como tracas de petardos sobre una maqueta. En las calles se mezclaban escombros con vehículos de carrocería retorcida, todo ello de un mismo gris mate. Las fases de bombardeo antes de reiniciar el asalto se volvían más frecuentes, más crudas; y ahora incluían a la población civil.
En la sureña Mariupol -un nexo imprescindible para que los rusos unifiquen el frente del sur con el frente oriental-, la ciudad se halla completamente rodeada y es castigada tanto por la artillería como por los cohetes y la aviación. Además de convertir distritos residenciales enteros en túmulos funerarios formados por los escombros, el bombardeo ha logrado que, en algunas partes de Mariupol, los grifos apenas lagrimeen y la electricidad deje de funcionar. En Kiev, también, la llegada de abundante artillería pesada indica que se avecina una lluvia de fuego inminente. Un reportero de la BBC fue testigo, la noche del 2 de marzo, de la mayor deflagración jamás vista hasta entonces sobre la capital: finalizaba su conexión cuando el cielo se iluminó en tonos anaranjados a sus espaldas. "¿Qué ha sido eso?", preguntaba, ya off the record, "Era como un rayo." Una segunda explosión le hacía agacharse rápidamente.
Más allá de su indudable poderío pirotécnico, Moscú parece estar recurriendo a elementos menos convencionales, pero propios del historial que comparten sus líderes en los servicios secretos soviéticos. Zelensky ha denunciado ser el objetivo de asesinos chechenos, y el diario The Times informó de la presencia de hasta 400 mercenarios en la capital -algunos provenientes del grupo Wagner, la célebre compañía de soldados de fortuna ligada al Kremlin- con el objetivo de matar al presidente.
La ciudad teme también a los "saboteadores" rusos, como los que el día 25 de febrero se hicieron con uniformes ucranianos y robaron un camión artillado. Interceptados por las tropas defensoras en pleno, el camión se salió de la calzada: el conductor fue acribillado. Su compañero saltó de la parte trasera al césped, sólo para caer herido y, seguidamente, ser rematado a tiros por un soldado que se acercó al vehículo. Una tanqueta antiaérea, mientras tanto, llegaba a toda prisa al lugar, derrapando sin control, y acabaría por arrollar involuntariamente un coche que se encontró de frente, al que dejó completamente laminado. El anciano conductor del coche, milagrosamente, sobrevivió al aplastamiento.
Con vistas a localizar y neutralizar a estos infiltrados, las autoridades ucranianas declararon ese mismo día un toque de queda de 36 horas sobre Kiev, advirtiendo de que encontrarse en la calle conllevaba el riesgo de ser considerado agente ruso y "liquidado." Varias personas serían arrestadas, aunque resulta difícil dilucidar si los soldados y celosos milicianos, enarbolando sus kalashnikov, acertaron con sus presas.
La Unión Europea, finalmente unida
A la vista de una invasión tan descarada, 141 naciones (de un total de 193) apoyaron condenarla en la Asamblea General de la ONU. Corea del Norte, Siria, Eritrea y Bielorrusia votaron en contra. La complicidad de Bielorrusia con el Kremlin es total: su líder, el dictador Alexandr Lukashenko, se ha visto forzado a atarse a Moscú en tiempos recientes y, de hecho, le cedió su país como plataforma para que los rusos atacaran el norte de Ucrania. Por otra parte, Cuba, Nicaragua y Venezuela también han apoyado al Kremlin, pero las dos primeras se abstuvieron: Cuba había llegado a afirmar, apenas 24 horas antes del ataque, que la posible invasión no era más que una "manipulación" instigada por EEUU. Venezuela, por otro lado, no puede votar en la ONU al tener sus cuotas sin pagar (como otros ocho países). También se abstuvo China, que, a pesar de su amistad con Rusia, ha preferido mantener una cauta distancia en todo este asunto. Y no dudaron tampoco en pronunciarse, lejos de allí, los talibán afganos; pidiéndole a ambas partes "moderación" y "diálogo."
En cuanto a Europa, no fueron pocas las burlas iniciales que provocó el responsable de Exteriores de la UE, el español Josep Borrell, cuando anunció que Rusia sería vetada de Eurovisión. Poco se imaginaban los internautas que la Unión Europea estaba a punto de embarcarse en una inaudita demostración de fuerza. Primero llegaron las durísimas sanciones económicas contra Rusia, que inflaron sus precios y hundieron el rublo; generando, ante los bancos rusos, colas de ciudadanos ansiosos por retirar sus ahorros. La respuesta del Kremlin consistió en poner sus fuerzas nucleares en "alerta especial" a fin de amedrentar a los gobiernos occidentales. Fue una maniobra contraproducente. La UE prohibió los canales Sputnik y Russia Today (brazos mediáticos del Kremlin) y, cosa inédita, aprobó utilizar 450 millones de fondos comunitarios para enviar armas a Ucrania. Hasta la reticente Berlín se sumó al plan; lo cual permitió a su vez que terceros países, cuyas armas habían sido fabricadas originalmente en Alemania, pudieran mandárselas a los ucranianos.
Su efectividad queda plasmada en los vídeos donde se ven enjambres de helicópteros invasores recibiendo un impacto y dispersándose apresuradamente mientras lanzan lluvias de bengalas para distraer al sensor térmico del proyectil
El asunto de las armas no era un tema menor; especialmente, si se trataba de tres artefactos que los ucranianos necesitaban desesperadamente para frenar los ataques aéreos y acorazados. El primero, el lanzamisiles antiaéreo Stinger, que pesa poco más que un niño de tres años y con el que basta apuntar unos segundos al objetivo para que el cohete detecte la fuente de calor y se guíe solo hacia el mismo. Su efectividad queda plasmada en los vídeos donde se ven enjambres de helicópteros invasores recibiendo un impacto y dispersándose apresuradamente mientras lanzan lluvias de bengalas para distraer al sensor térmico del proyectil. Lo mismo hacen el NLAW (New-generation Light Anti-tank Weapon) y el Javelin, sólo que con los tanques. Pueden lanzar el cohete hacia los cielos -como la jabalina que da su nombre al segundo- para caer sobre la parte superior del objetivo acorazado; justo donde es más vulnerable. Alternativamente, se pueden disparar en línea recta, lo que también les permite alcanzar a los temidos helicópteros.
Más allá de esta Santísima Trinidad de la defensa guerrillera, Ucrania recibirá también una nueva entrega de drones turcos Bayraktar TB-2, pájaros pulidos y plateados del tamaño de una avioneta con los que se ha logrado bombardear convoyes rusos: sus imágenes, en blanco y negro, muestran filas de camiones, marcadas por las finas líneas del punto de mira, disolviéndose súbitamente en una negra deflagración.
El punto clave para entregar todas las armas es Polonia, que comparte una frontera de 535 kilómetros con Ucrania, dado que la Hungría de Viktor Orbán, considerado el "caballo de Troya" del Kremlin dentro de la OTAN, se ha negado a permitir el paso de armas por su territorio. Eslovaquia y Rumanía tampoco son una opción: las rutas resultan demasiado montañosas. Rusia, por su parte, ha amenazado con atacar los convoys de armas europeos si estos entran en territorio ucraniano. Podría animarse, también, a conquistar Ucrania entera (y no sólo la mitad oriental) para tratar de cerrar la frontera y evitar que la UE apoye así una posible guerrilla. El presidente francés Emmanuel Macron, que se ha telefoneado con Putin en varias ocasiones, cree que Moscú busca engullir el país al completo, sentenciando: "Lo peor está por llegar."
¿Existe riesgo de guerra nuclear?
Cuando Putin puso a la fuerza nuclear rusa en "alerta especial", la alarma se disparó por todo el mundo. No en vano Rusia es la potencia con más armas atómicas del mundo: 6257 cabezas nucleares frente a las 5500 de EEUU, quedando ambos a años luz del resto de naciones. La Casa Blanca, por su parte, se negó a replicar la escalada, aunque comentó que cualquier acción con armas nucleares obtendría una respuesta "mayor o igual."
Sin embargo: ¿hasta qué punto constituye la bravata de Putin un peligro real, o es simplemente una maniobra intencionada para atemorizar al adversario? En primer lugar, la amenaza de utilizar armas nucleares es uno de los puntos comprendidos en la doctrina militar rusa publicada en 2020. Es una herramienta en sí; como paso inferior a realizar ensayos atómicos y, finalmente (y en caso excepcional), a utilizar sobre el campo de batalla un arma nuclear táctica, es decir, de alcance mínimo.
Lo cierto es que Putin puede ser implacable, frío y brutal como líder, pero al contrario de lo que vocean algunos comentaristas hiperventilados, no es una persona irracional. Es un jugador de ajedrez. Y su estrategia es ya conocida: primero, sondea la fuerza y determinación de su adversario, luego lo confunde con amagos contradictorios y, finalmente, golpea en el momento oportuno. El suicidio nuclear no entra en los planes de alguien con un perfil psicológico así. Incluso la utilización de un arma nuclear táctica sobre el campo de batalla sólo se contemplaría si la guerra diera un giro de 180 grados y el presidente ruso, siendo acosado por enemigos internos, estuviera a punto de perder el poder en su propia casa.
Una dura perspectiva de futuro
Los rusos también han sido atacados por un flanco inesperado: el grupo hacktivista Anonymous, una suerte de confederación de hackers sociales ocultos tras máscaras de Guy Fawkes como las enarboladas en la película V de Vendetta que actúan aparentemente sin liderazgo central. En cuestión de días, fueron hackeadas varios cientos de webs ligadas al Estado ruso -incluida la de Russia Today-, e incluso la televisión nacional se cortó durante unos minutos para entonar canciones ucranianas y mostrar imágenes de la invasión.
Sin embargo, esto cuenta más bien poco para los soldados ucranianos que sostienen los tres frentes bajo asedio. El frente sur, en particular, resulta clave a pesar de no despertar tanto interés: si se viene abajo, los rusos podrán atacar la retaguardia del frente oriental, donde combate la 95 Brigada Aerotransportada, una de las mejores unidades del ejército ucraniano; y esta quedará aplastada entre dos frentes. Destruidas las sólidas defensas orientales, la marea rusa barrería el país de derecha a izquierda como un vendaval.
Eso será, en todo caso, si Kiev logra aguantar hasta entonces. Las imágenes de satélite muestran un convoy de hasta 64 kilómetros de extensión con tanques y camiones -algunos de ellos en triple fila- que se dirige hacia la capital. Si la rodean, bloquearán cualquier intento por entregar las armas europeas. Su marcha se ve enlentecida por la logística chapucera y por el famoso barro ucraniano. La resistencia también podría estar contribuyendo a frenarlo. Asimismo, la moral de la tropa rusa -que mezcla jóvenes reclutas con veteranos de Siria o el Dombás- parece estar descendiendo rápidamente. La propaganda del Kremlin había hecho creer a muchos soldados que iban a liberar una nación secuestrada por un puñado de Banderivtsi, seguidores del histórico líder fascista de los años cuarenta, Stepan Bandera. En su lugar, se encuentran con lugareños que les insultan a su llegada.
Mientras tanto, Zelensky ha ordenado liberar a los presos carcelarios con experiencia de combate para que se sumen a la lucha. Este gesto se resume en una palabra: desesperación. La victoria de los rusos, ciertamente, parece costar mucho más tiempo y sacrificios del que previeron sus mandos, pero sigue siendo igual de probable dada la desigualdad indiscutida entre ambos ejércitos. El sol se pone sobre Ucrania.