Cultura

‘El grito silencioso’: las mentiras que ayudaron a legalizar el aborto en Estados Unidos

Sus promotores cebaron los medios con cifras y encuestas falsas que movieron la opinión pública e incluso a los jueces antiabortistas del Tribunal Supremo

  • Póster promocional de la película

Medio millón abortos ilegales al año en Estados Unidos con un saldo de 10.000 mujeres muertas. Quizás les suenen las cifras. En 1973 se hicieron muy populares y nadie las discutió. Pero fueron cifras inventadas por la campaña en favor de la legalización del aborto en el país que anticipa las tendencias en el mundo. También aparecieron de la nada encuestas que supuestamente avalaban el abrumador apoyo popular a la legalización: un 80% de los médicos y un 60% de la población estaban a favor, publicó The New York Times). Encuestas que jamás se realizaron. ¿Para qué molestarse, si las cifras inventadas a conveniencia eran dadas por buenas en los medios afines y replicadas por los demás?

Sabemos que esto ocurrió porque uno de los dos hombres clave de aquella campaña -en la que los proaborto se presentaron por primera vez como ‘prochoice’ (proelección)- el médico Bernard Nathanson, conocido como ‘el raspador’, o también como ‘el rey del aborto’, se cambió de bando. En los años ochenta, tras realizar 70.000 interrupciones del embarazo y enriquecerse como nunca imaginó, se arrepintió, se convirtió al catolicismo y se dedicó a propagar la verdad de que el feto es vida humana necesitada de defensa. Sabemos que la denuncia es real porque inventó personalmente algunas de esas cifras, y estaba en la ‘cocina’ en la que se gestaron la mayoría de las otras mentiras.

Pero, ahora, lo conocemos a mayor escala, sobre todo, gracias a una película El grito silencioso. El caso Roe versus Wade, que cuenta la intrahistoria de la sentencia del Supremo norteamericano que legalizó el aborto hace 50 años. La reciente decisión de ese mismo tribunal de anularla y declarar que no existe ningún derecho constitucional en esta materia – y que, por tanto, cada Estado puede regularla como quiera- ha brindado la oportunidad de volver la mirada a la turbia intrahistoria de aquella decisión, muy poco conocida.

La escena en la que el doctor Nathanson, y su aliado Larry Lader, presumen en la playa, ante unas chicas, de cómo controlan lo que publican los medios informativos es una de las más impactantes de una película cinematográficamente irregular, pero que ayudará a que se conozca lo que ocurrió. “Somos la fuente de las noticias”, bromean ambos. “Tenemos mano en los medios”. Gracias a Nathanson sabemos que existía un acuerdo que llevaba al semanario Time a publicar cuatro artículos al año pro aborto (desde 1969), si bien la película no aclara si lo hacían por afinidad ideológica o estimulados por alguna contrapartida.

La película rinde homenaje desde el título a un documental que el converso doctor Nathanson realizó en los años 80 y en el que explicaba que el feto era vida humana, apoyándose en una nueva tecnología, las ecografías, que permitían ver su forma. Durante lo más crudo de la campaña pro aborto, los proelección defendieron que lo que había en el útero no era vida humana, sino un amasijo de carne. El Nathanson abortista avaló esa teoría, que permitía a las activistas decir que abortar era “como ir al dentista”, aunque sabían que no era cierto.

Asimismo, descubrimos de primera mano los inicios de una estrategia que ha llegado hasta nuestros días: la descalificación del adversario por su condición de católico. Ser católico pasó a considerarse motivo de sospecha, o, simplemente, algo que descalificaba lo que esa persona pudiera defender. No fue casual, ni espontáneo. La mano de Larry Lader estaba tras estos insidiosos comentarios, como queda de manifiesto al final de la película con el fragmento de una entrevista que muestra la intensidad y virulencia de su fobia contra estos creyentes.

La película dirigida por Nick Loeb (que además interpreta a Nathanson) y Cathy Allyn revela también que el caso que dio origen a todo el proceso judicial fue inventado ad hoc. Se buscó a una mujer embarazada que quisiera abortar, y que inventó haber sido víctima de violación, como reconocería después, cuando se arrepintió de su complicidad con este asunto. Se creó un caso a medida. El nombre de la denunciante, Norma McCorvey, se cambió por Jane Roe para impedir que su versión pudiera ser verificada, y para ocultar su historia personal y antecedentes.
Pero, sobre todo, se la impidió abortar de forma clandestina, que es lo que ella quería en ese momento, porque la campaña necesitaba una mujer embarazada para iniciar la causa. Las abogadas Sarah Weddington y Linda Coffee le dijeron que el litigio estaría resuelto antes de que concluyera su embarazo, aunque sabían perfectamente que eso era imposible por los plazos de la justicia. De modo que la mujer usada para legalizar el aborto terminó dando a luz. McCorvey fue consciente del engaño, y de que había sido utilizada para la campaña abortista, años después cuando descubrió que la abogada Weddington había abortado ilegalmente en México, aunque a ella le había dicho que no sabía cómo ni dónde podía realizar el suyo.

La cinta nos muestra asimismo a unos jueces del Supremo condicionados por su familia, con esposas e hijas colaboradoras de Planned Parenthood, la gran empresa abortista estadounidense

Descubrimos también que Lader, el principal promotor de la Asociación Nacional para Revocar las Leyes del Aborto (NARAL) era discípulo de Margaret Sanger, la fundadora de Planned Parenthood. Una mujer que, en sus inicios, otorgó al aborto una finalidad racial, como explicó a un grupo de mujeres del Ku Klux Kan. “La mayoría de los negros, particularmente en el Sur, se procrean de forma negligente y desastrosa. El resultado del incremento de la población negra, mayor que el de la blanca, es que crece la parte de la población menos inteligente y apta”. La película sitúa esta cita de Sanger en su Autobiografía.

El grito silencioso es una película, financiada en parte por micromecenazgo, que está concebida como un instrumento comunicativo de la causa provida, y queda claro desde el principio al adoptar como narrador al converso doctor Nathanson. Pero intenta reflejar con fidelidad, aunque no siempre con brillantez, los hechos y los puntos de vista de las partes en litigio. Así descubrimos, por ejemplo, que la feminista Betty Friedan, la autora de La mística de la feminidad, fue pieza clave para movilizar a las mujeres en favor de la eliminación de las restricciones, aunque recelaba de sus socios de campaña, a los que veía como tipos que se forraban a costa de las mujeres.

También nos muestra, en el otro lado, que los representantes legales del movimiento provida se vieron sobrepasados por la magnitud del caso y cometieron errores graves, dejando de exponer en los tribunales argumentos que hubieran podido jugar a su favor. Pero, asimismo, los vemos impotentes, superados por el masivo posicionamiento de los medios, y de la industria del cine, a favor del aborto, y por su capacidad para lanzar eslóganes fáciles que ellos sólo pueden responder con discursos complejos.

El grito silencioso nos muestra asimismo a unos jueces del Supremo condicionados por su familia, con esposas e hijas colaboradoras de Planned Parenthood, la gran empresa abortista estadounidense, y temerosos de que su decisión pueda verse como un ataque a la igualdad de la mujer. Gracias a esa presión, un Supremo con aparente mayoría de miembros conservadores y provida terminó aprobando el aborto por siete votos frente a dos, lo que supuso un inesperado aval para la sentencia, que nadie se atrevió a cuestionar durante décadas.

La película ayudará a que estos hechos se conozcan, pero sus carencias cinematográficas limitarán su capacidad para convencer para la causa provida a quien no lo esté ya. El guión, excesivamente preocupado por narrar escrupulosamente los hechos tal cual ocurrieron, no está bien hilado, carece de grandes interpretaciones y desaprovecha sus principales bazas. Especialmente la figura del doctor Nathanson, cuyo cambio de bando se explica con gran pobreza narrativa. Pero tampoco se le saca partido a la figura de la doctora afroamericana Mildred Jefferson, partidaria de “sacar a Dios fuera de la ecuación”.

El excesivo apego al rigor judicial provoca que el arranque de la historia sea áspero, e incluso un poco confuso. Pero lo peor para su propósito movilizador es que la película no siempre se muestra capaz de exponer sus razones de la forma más convincente. A veces se argumenta contra el aborto desde la realidad biológica del feto como vida humana, y en otras se usan claves religiosas. Y el supuesto debate interno en el seno de los provida está contado de forma bastante torpe. Sólo un ejemplo. Al principio, se recrea una escena real: tras legalizarse el aborto en Nueva York, un senador republicano hace una lectura pública del Diario de un feto, una obra literaria que personaliza al feto como si tuviera conciencia de sí, lo que es una falsedad similar a otras divulgadas por los abortistas y de la que ningún personaje provida de la película se desmarca. Pese a todo, los espectadores curiosos o interesados en esta cuestión encontrarán mucha materia prima sobre la que pensar. Sobre todo, porque las estrategias de manipulación de entonces siguen hoy vigentes.

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