Cultura

Adiós a Fernando Botero: el polémico artista de la belleza XXL

El colombiano, una de las pocas estrellas globales del arte contemporáneo, representaba el conformismo vital en un mundillo al que le gusta presumir de rebeldía

Pregunta crucial en el día de la muerte de Botero: ¿cómo se le ocurrió, en una sociedad obsesionada con la esbeltez, que podía haber belleza en lo redondo? Fue dibujando una mandolina. “Hice un pequeño agujero que no guardaba relación con el tamaño del instrumento y para mi sorpresa vi que ahora la mandolina tenía dos dimensiones monumentales: volumen y escala. Había algo emocionante en la dinámica de la plasticidad en estas proporciones salvajes. Este fue el comienzo real de lo que estoy haciendo ahora, pero había estado buscando una manera de crear un lenguaje de plasticidad que fuera efectivo y que conmoviera a la gente desde que decidí ser artista, explicó a la periodista Ingrid Sischy durante una entrevista en mayo de 1985, en la prestigiosa publicación estadounidense 'ArtForum'.

Seguramente el asunto más debatido sobre el arte de Botero tiene que ver con su representación de las mujeres, tan distinta a la de sus precedentes y sus contemporáneos. El artista se defendía alegando que él era “el pintor del volumen, no de las mujeres gordas”. Pero la mejor defensa nunca viene del protagonista, así que podemos citar unas líneas del prólogo que escribió Mario Vargas Llosa para el libro Las mujeres de Botero (Artika, 2018). "Botero es un gran artista, creador de un mundo propio, en el que la hinchazón de los seres y de los objetos que lo forman no es solo un rasgo físico, sino obedece a una razón de ser profunda, una abundancia material y física que expresa un estado de contentamiento y satisfacción de la vida tal como es, la sensación de que el mundo en el que vivimos, pese a todo lo malo y doloroso que pueda haber en él, hecha la suma y las restas es un mundo que vale la pena de ser vivido...", escribe el Nobel. Esa sensación evidente de conformismo es lo que separaba al colombiano de gran parte del mundo del arte contemporáneo, al que le gusta definirse por su rebeldía y colmillo crítico (lo tenga o no).

Lo que nadie puede discutir es el impacto global de Botero. Pocos artistas pueden presumir de haber realizado exposiciones en lugares tan especiales como los Campos Elíseos, Park Avenue,  la plaza de la Señoría de Florencia y el Gran Canal de Venecia. “Como dicen los toreros, los contratos no los hacen los empresarios, sino el torero que se arrima al toro. Tantas exposiciones que he hecho van convenciendo a la gente de la importancia de lo que uno hace y le dan confianza al público sobre la obra de un artista”, presumía. Desde finales de los ochenta, su problema no era convencer a los comisarios, sino mantener la disciplina de no comprometerse con más proyectos de los que podía manejar. Sus obras están diseminadas por todo el planeta y quienes tienen que convivir con ellas acaban estableciendo con ellas relaciones de cariño, por ejemplo los vecinos de la Rambla del Raval barcelonés con su célebre gato.

En su ciudad natal, Medellín, Botero es la estrella indiscutible del Museo de Antioquía, situado junto al Parque de Berrío, que también cuenta con una escultura del autor. Frente al museo se encuentra la plaza Fernando Botero, de siete mil metros cuadrados, suficientes para albergar 23 de sus enormes obras. La más popular es una de Adán y Eva en la que suelen sentarse los turistas a hacerse selfis. También es obligado mencionar la escultura del pájaro en la plaza San Antonio de Medellín, destruida en uno de los atentados más salvajes que ha sufrido la ciudad, poco después de la muerte de Pablo Escobar. Muchos consideran esta obra un símbolo de las profundas heridas que ya han cicatrizado en Medellín, que hoy es una ciudad conocida por su creatividad y uno de los destinos predilectos de los nómadas  digitales de todo el planeta.

En un arte contemporáneo cada vez más entregado al conceptualismo y el discurso teórico, Botero representaba en enfoque más sensorial del arte. “Simplemente hago pinturas y esculturas como me gusta. Algunas personas les dicen a los artistas que deberían cambiar. ¿Cambiar qué? Es como decir, ¿por qué no caminas diferente o hablas diferente? No puedo cambiar mi voz. Así es como soy. Trabajo todos los días porque nunca he encontrado nada que me dé más placer que pintar. Una vez, cuando mis ideas no estaban claras, cuando no sabía exactamente qué estaba haciendo o qué quería hacer, fue muy doloroso. Cuando no tenía los recursos técnicos para plasmar en el lienzo exactamente lo que tenía en mente, era doloroso, pero ahora es un gran, gran placer y me proporciona estabilidad. Es mi continuo”, señalaba.

Botero y el prestigio

No es de extrañar que alguien con esa brújula estetica viviese en un divorcio permanente con la crítica. Dicho esto, sí que apreciaba a alguno de los grandes analistas de la historia del arte. Cuando llegó a Europa, leyó mucho a Bernard Berenson, prestigioso crítico estadounidense que escribió la historia del Renacimiento italiano y que hacía en sus obras un gran elogio del volumen. Botero se sentía “identificado completamente” con esas ideas. Es algo que el artista ya había intuido, como demuestran una serie de acuarelas que pintó con catorce años y que ya eran “totalmente volumétricas”.

"Lo que yo hago es revolucionario, va contra el orden establecido", defendía Botero

Botero tenía muy claros sus criterios estéticos, como confirma a finales de 2009 cuando condenó como “lamentable” el nivel medio de los participantes en el premio que llevaba su nombre. La andanada sorprendió y humilló a la Fundación de Jóvenes Artistas Colombianos que administraba el premio. El consejo directivo suspendió esta semana el premio, que otorgaba 50.000 dólares en efectivo para artistas menores de 35 años. El resultado fue que grupo promotor del galardón decidió suspenderlo. "Después de leer estas declaraciones tan inequívocas sobre los artistas jóvenes en Colombia, decidimos que era imposible entregar el premio que se quería entregar", dijo su directora, María Elvira Pardo, al diario 'El Tiempo' . "No vale la pena hacerlo de esa manera", zanjó.

Defensores y detractores reconocen que Botero no se dejaba intimidar por los autoproclamados prescriptores de prestigio. “Lo que yo hago es revolucionario, va contra el orden establecido. Para uno ser artista tiene que estar en desacuerdo, y mientras más en desacuerdo esté más importante es. Si no, uno es un seguidor, no un artista", proclamaba.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli