Cultura

Aforismos, entre el latido y el signo de admiración

El reaccionario quiere volver atrás el tiempo. El progresista, adelantarlo. El equidistante, frenarlo. Y al tiempo sólo hay que abolirlo en un presente transido de eternidad

  • El signo de admiración es la aguja de la brújula del poeta

Advirtió el poeta brasileño Mario Quintana que "Los poetas son los únicos que no pueden hablar contra los absurdos de la religión. Incluso aquellos que se juzgan materialistas deben sentirse ingenuamente aludidos: la poesía es un síntoma de lo sobrenatural". En consecuencia, los aforistas —ingenuamente aludidos— tampoco podríamos hablar contra ninguna medida a favor de oír los latidos de una nueva vida incipiente en riesgo de ser acallada para siempre. Porque los aforismos son los latidos de una vida que se insinúa. Habrá quien no lo veo o piense que la analogía está forzada, pero entonces es que no oye los latidos.

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Rosa de los vientos

El ah, el oh, el ay y el eh son los cuatro puntos cardinales de la literatura. Asombro, admiración, aflicción y admonición.

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La ironía combate el relativismo con la relatividad.

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La maldad es tan mala que, a menudo, basta recurrir a los vicios —el egoísmo, la ambición, la pereza— para poner un freno a sus pulsiones destructivas.

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El vino es el mensaje en la botella. Lo manda —se ve claro a la tercera— Quien envió la lluvia.

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La poesía melancólica o trágica tiene más éxito porque el lector se alegra de no estar tan mal, mientras que la feliz entristece por la misma comparación, salvo a los lectores quijotescos que hemos hecho un oficio de vivir en primera persona aquello que leemos.

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La gratitud es el título más legítimo de propiedad.

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No hay más fe que la del converso.

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Los aforismos no se escriben, se piensan. Los buenos aforismos no se piensan, se viven. 

Y se pasan al papel repasando la vida que son.

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La gratitud es el título más legítimo de propiedad

Posmodernidad

Piensen ustedes en todo lo que ahora no se puede pensar, y no digamos nada de las cosas que nos empujan a decir.

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No puedo utilizar la expresión "poner mi granito de arena" sin evocar la caída de un reloj de arena.

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La buena educación del emisor exige la inteligencia despierta del receptor.

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Comentar la fealdad del prójimo es una ordinariez muy de clase alta.

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Empeñarse en hacer amigos es tan ridículo como obsesionarse con no tener enemigos y viceversa. La vida es ondulante, fluye, hay que vivir, vivir como si nada, el viento se levanta, etc.

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¿Es una microinfidelidad comer con vino si almuerzas solo en casa, sin tu mujer?

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Plaza de toros. El ruedo es la esfera de un reloj. Las manecillas, los cuernos del toro… Desde que se me ocurrió este aforismo, no puedo mirar la hora sin un nuevo estremecimiento.

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El reaccionario quiere volver atrás el tiempo. El progresista, adelantarlo. El equidistante, frenarlo. Y al tiempo sólo hay que abolirlo en un presente transido de eternidad.

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Si me entusiasma incumplir las leyes y los reglamentos, no es por delinquir, sino por aristocratizar.

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El signo de admiración es la aguja de la brújula del poeta.

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No puedo explicarles la Divina comedia a mis alumnos de Formación Profesional, pero puedo explicarles el contrato laboral o la entrevista de trabajo siendo consecuente con mi lectura de la Divina comedia.

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Sinergia

Mi manera de pensar es escribir y mi manera de escribir es pensar. Las habrá mejores; la mía, al menos, ahorra la mitad del tiempo.

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El ciprés: un horizonte puesto en pie.

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Cuando alguien te empuja a hacer algo indigno, y lo haces, la culpa es tuya.

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La expresión "nunca mejor dicho" sería mejor no decirla nunca, sino que sea pensada o sentida por el lector o el oyente.

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No te invitan 

Te hacen un favor dándote un pellizco.

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La capucha a la espalda de nuestras gabardinas son las micro-capas de los héroes cotidianos que, en el fondo y por la espalda, deberíamos estar siendo.

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Una amistad reciente, como de sobretablas, si bebe jerez en el primer encuentro, es como si adquiriese —rociada en el sistema de criaderas y soleras— la edad de la solera que se trasiega. 

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Para ir contra corriente, se avanza mejor bajo la superficie. 

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Hacer el absoluto ridículo es uno de los presupuestos básicos y de las posibilidades últimas de cualquiera que se propone hacer algo. Quizá no se tenga que terminar haciéndolo en todos los casos necesariamente, pero hay que contar con ello.

Me parece muy bien que la gente presuma de sus padres —es de lo mejor que puede hacerse—, pero algunos usan la muy loable humildad de sus progenitores para echárnosla en cara. Y eso no es orgullo filial.

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Soy optimista porque me importa más la pelea —siempre a nuestro alcance— que la eventual victoria.

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Yo no vivo a la carrera. Estoy cogiendo carrerilla para el salto final.

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