"Un libro de aforismos en el que todos los aforismos fuesen brillantes sería tedioso", dice Ramón Eder, dándonos, además de un consejo inmejorable, una clave interpretativa de sus libros. En efecto, él maneja como nadie los cambios de ritmo, de tono, de gravedad y de brillo. Es una manera finísima de conseguir que cada aforismo se individualice incluso en una amplia colección. En sus libros de aforismos, el control es total, aunque no se note. Yo no me tengo que preocupar porque sean todos brillantes, pero, con suerte, el resultado, aunque involuntario, será el mismo.
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Las ciudades con mar tienen resuelto el enojoso problema de ir deshilachándose en polígonos por las afueras.
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Que somos hijos del espermatozoide que ganó la apretada carrera, sí, bien, maravilloso; pero también del óvulo que se resignó a lo primero que llegase. Lo que tampoco está mal para tomárselo con más calma.
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La vanidad es pretender que tu libro les guste a aquellos cuyos libros no te gustan. El orgullo es que les guste a los autores que te entusiasman. La humildad es, paradójicamente, que te guste a ti y ya.
(Se pueden tener, ay, simultáneamente, pero es tonto confundirlos.)
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Beber a solas es beber a medias.
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Saber perder implica no querer perder.
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El silencio: la crítica agridulce de los que te quieren muchísimo.
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Un Ministerio de Cultura responsable no tendría que hacer campañas de fomento de la lectura, sino de la relectura.
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Creer algo creyendo a la vez que es moralmente superior lo que creen los contrarios es muy raro y común.
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Que «coraje» y «cordialidad» tengan la misma raíz es una alegría para siempre.
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El pan es el mejor amigo del hambre.
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Lo que más cuesta dar es buen ejemplo. Y el buen ejemplo, como si fuese poco, hay que darlo sin querer.
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Pascal había advertido que «el hombre no es ni ángel ni bestia, y quien quiera ser ángel terminará siendo bestia». Añado yo, con la perspectiva que otorga nuestro tiempo, que, por su parte, el hombre que quiera ser bestia terminará siendo ángel (caído).
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Si te entristece y apoca, no es humildad.
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El optimista que dijo lo del vaso medio lleno sabía, además, que las copas de vino se llenan hasta la mitad. Estaba haciendo una feliz y oportuna asociación de ideas. Prácticamente, un brindis.
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El humor es la esperanza de incógnito.
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Los que nos dan por muertos precipitadamente, propician nuestra resurrección metafórica al rato. Experimentamos gracias a ellos un pregusto de lo que tiene que ser salir de la tumba, cuerpos gloriosos.
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Como la princesa del guisante, el amor es una cosa tan delicada, que incluso al más indisoluble y sacramental de los amores le afecta, no sé, que se te haya olvidado recoger la cocina.
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La siesta es darle al día una segunda oportunidad.
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El mejor reirá el último.
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Se nos advierte a menudo de que lo importante es ser y no tener; pero hay que tener –precisamente– en cuenta que entre el ser y el hacer puede haber una enemistad bastante más peligrosa. El activismo es un nihilismo vergonzante.
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Enfadarse afea.
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La lentitud es la caricia
«Feliz» me parece un diminutivo coloquial y cariñoso de fe.
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Lo peor del cansancio es lo que se parece a la tristeza
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Qué fácil es ver la diferencia entre valor y precio en una librería, donde todos los libros cuestan más o menos lo mismo.
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«Felicidad» acaba en el imperativo de darla.
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La crítica literaria. Aquí hemos venido a ju(z)gar.
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La lentitud es la caricia.
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El vaso medio lleno conlleva además la maravillosa incitación a rellenarlo.
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Jesús nos pidió que ofreciésemos la otra mejilla; no que le riésemos la gracia al de la bofetada.