Dante se definió a sí mismo como tetrágono a los golpes del destino (Paraíso, XVII, 24). Para los medievales, el cubo era la figura más estable, porque —por mucho que se le empuje— siempre cae en plano, no como la pirámide, que, si se invierte, se desploma (véase la poblacional) y, mucho menos, como el círculo, tan dado a rodar. Dante tenía talento y carácter para constituirse él sólo en su tetrágono; pero nosotros necesitamos la ayuda de los grandes, empezando por Dante. T. S. Eliot arrancó ese cubo con Alighieri y Shakespeare y yo le añado dos facetas más con Cervantes y Montaigne. Teniendo a esos cuatro autores bien asimilados, ya puede uno considerarse, si no invulnerable, al menos sólido y cúbico. Y aprovechar entonces los meneos que te pega la vida para hacer aforismos o escolios de la escollera. Por cierto, que la escollera también está hecha de tetrágonos:
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La vida tiene sentido porque —en el peor de los casos— buscarlo ya es su sentido.
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Da la sensación de que los peones se toman más en serio la partida de ajedrez que los alfiles o que el rey. (Es una sensación tan intensa que desborda del tablero y adquiere perfiles metafóricos.)
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No hay muletilla que demuestre más inseguridad que la del orador que remata cada afirmación con un "¿verdad?"
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La patria de un poeta es su poesía; pero, como está inspirado muy pocas veces, reside casi permanentemente en el exilio.
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Ese poeta, en cambio, qué abolengo
De noble luna.
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Quien te elogia te reta a un duelo de honor contigo mismo para estar a la altura.
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Un buen lector vale por los miles de millones de seres humanos que no te leen ni te leerán y aún sobra para compensar a un lector indiferente e incluso a uno malintencionado. Un buen lector te salva. (¡Gracias!)
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Se puede perfectamente ser un gilipollas por no tener paciencia con los gilipollas. Y tratar a los demás como te tratan a ti suele resultar de una crueldad inaudita.
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Quien te elogia te reta a un duelo de honor contigo mismo para estar a la altura.
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Muchísimo antes de que Freud hablase de eso tan pedante del Eros y el Thanatos, ya decía nuestro refranero que "Matrimonio y mortaja,/ del cielo bajan".
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A favor de la frivolidad
Se me ocurre un aforismo que de ninguna manera contribuirá a mi prestigio como gran pensador, pero que quizá alumbre un instante una sonrisa en algún lector benevolente. Dudo si publicarlo. Dudo, hasta que recuerdo que el instante es el punto de intercesión del tiempo con la eternidad, y lo escribo. Esa breve sonrisa es, ¡zas!, para siempre.
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[Guiño a Joubert]
Cuando mis amigos son buenos, me miran de perfil.
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La hidalguía no sabe venderse, y hasta lo lleva a gala. El gentleman, en cambio, tiene un aire de dependiente de El Corte Inglés que ayuda.
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Dos idiomas
Digo: "No es un libro muy bueno…"
Responde con cara de suficiencia y ojos de escándalo: "¡Pero ¿qué dices? con lo que se está vendiendo…!"
No vamos a entendernos.
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Aquel amigo es generoso hasta la santidad en privado y meticulosamente rácano en público. Sin embargo, su generosidad bajo manta es sincera y su cicatería ante los demás no la puede evitar, es superior a sus fuerzas.
Le guardo gratitud, y no por ingenuidad. Su verdadera generosidad me ha ayudado mucho.
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Tetrágono
Eliot observa que Dante da la mayor anchura del alma humana mientras que Shakespeare, la mayor profundidad. Yo añadí que la mayor hondura la da Cervantes. Y la mejor superficialidad es la de Montaigne, materia tan frívola y tan vana, en apariencia.
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Del arte de citar
Hay que citar por agradecimiento y no por cobardía. O sea, a aquél que te descubrió una idea deslumbrante, por supuesto; pero no a aquél que defiende —como el primo de Zumosol— aquello que ya pensabas. Lo tuyo lo tienes que defender solo, incluso aunque no sea original.
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La conciencia habla en silencio. Por eso es tan incontestable.
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Es insólito, pero a veces el silencio se calla. Está descansando. Enseguida sigue.
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¿Y si ponen un Impuesto Progresivo a la Tontería y así los que quieren pagar más impuestos se quedan muy contentos y nosotros más tranquilos?
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El amor nos permite ver a los demás como los ve Dios [dijo Borges] y la alegría nos permite ver el mundo como debería ser [dice Eder] y yo no pido más que tener los ojos así: bien abiertos.