Es difícil, verdaderamente difícil, pero el veterano realizador inglés Adrian Lyne lo ha conseguido con Aguas profundas: ha vuelto al cine en 2022 con un filme de 1982 pero todavía más anticuado. Su nueva película es machista, clasista, tóxica, heteropatriarcal, nada racializada, sin diversidad sexual y, sobre todo, profundamente estúpida (hay una persecución con bicicleta al final que no es casi de este mundo). Pero ¿es aburrida? En absoluto, porque todas y cada una de las secuencias están al otro lado de lo que debería ser el cine en el siglo XXI.
Parece increíble que Aguas profundas, estrenada finalmente por el canal estadounidense Hulu, haya pasado el filtro de la nueva diversidad que tanto desvelo provoca a uno y otro lado. Lyne ha rodado un thriller heterosexual y erótico en un tiempo en el que ni se piensa en ese subgénero tan ochentero, y lo ha hecho con un argumento que parece escrito por Joe Eszterhas (Instinto básico) pero que en realidad es obra del muy moderno y ‘provocador’ Sam Levinson (Euphoria) sobre una novela de Patricia Highsmith, ya adaptada en 1981 con Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert.
Ben Affleck es Vic Van Allen, un millonario prejubilado después de forrarse gracias a un chip que utilizan los drones bélicos. Su mujer, Melinda (Ana de Armas), es una hispana que se desnuda ocasionalmente delante de la canguro (“es otra cultura”, justifica su marido) y que, como es joven y guapa y, ya decimos, latina, tiene un nuevo amante casi cada semana. Vic lo sabe pero no hace nada por evitarlo, para extrañeza de sus amigos Grant (Lil Rel Howery) y Jeff (Michael Braun) que sí están racializados, pero que no pintan mucho.
Cuando Vic comprueba que bromear con el asesinato de uno de los amantes de su mujer no es una opción demasiado peligrosa, pone en marcha la maquinaria de venganza. Mientras, cuida en su sótano de una colección de caracoles (en serio) y hace frente como puede a los contoneos de su mujer, siempre con ceñidos vestidos negros sobre cualquier joven que se ponga a su alcance, a veces cantando, a veces no.
'Aguas profundas': una trama que suena
Veinte años después de Infiel, con la que esta película guarda alguna semejanza, Adrian Lyne ha vuelto al cine con otra historia semierótica que fue filmada en 2019 y que nacía con bienvenido revuelo mediático por el breve romance de Affleck y De Armas antes del reencuentro del actor con Jennifer López. Pero nada ha sobrevivido a la pandemia, ni su fugaz amor ni el interés por un thriller lleno de momentos de no-cine que pretendía provocar cierta rumorología: lo ha conseguido, pero ciertamente no a favor suyo, o sí.
También hay momento musical con mujer supercosificada: Ana de Armas al piano mientras mira alternativamente a su marido y a su amante
Autor de films-iconos, para bien y para mal, de los 80 y 90 como Flashdance (1983), 9 semanas y media (1986), Atracción fatal (1987) y Una proposición indecente (1993) −la obra maestra La escalera de Jacob (1990) sigue siendo imitada pero nunca igualada− Lyne siempre ha aportado algún momento inolvidable a un cine siempre efectista, casi publicitario y muy resultón, y también siempre con mujeres sexys poniéndoles cuerpo con la música adecuada. Así, han quedado en el imaginario colectivo mundial Jennifer Beals ‘duchada’ a lo bruto en una silla mientras suena "Maniac" de Michael Sembello, Kim Basinger quitándose la ropa a ritmo de Joe Cocker, Glenn Close poniendo Madame Buterfly mientras cocina o las magníficas y melosas notas de John Barry meciendo a Demi Moore.
En Aguas profundas también hay momento musical con mujer superentregada y supercosificada: Ana de Armas al piano cantando Via con me de Paolo Conte mientras mira alternativamente a su marido y a su amante. Es el momento pseudoelegante, justo lo contrario del que vemos minutos después, cuando ella se quita algo de la boca tras estar entre las piernas de su marido mientras él conduce. ¿Es posible ver un momento parecido en la ficción actual? Radicalmente no, afortunadamente, pero también se agradece el susto tan chabacano. Como el realizador ha declarado en una entrevista reciente “lo importante de una película es que no se olvide con el paso de los años… y las mías, gusten o no, no se han olvidado en absoluto”. Muy cierto. Y esta tampoco la olvidaremos, caracoles mediante.