Una de las obsesiones más absurdas que puede tener una persona es el afán por trascender. Por ser recordado en los libros de Historia, como anhela Pedro Sánchez. Este miércoles se declaró luto oficial por Jacques Delors, expresidente de la Comisión Europea. Les aseguro que muy poca gente recuerda quién fue Delors. Si no me creen, den una vuelta por el barrio y pregunten por él.
Si han caído en el olvido Antonio Maura, Cánovas del Castillo, Sagasta, Espartero y tantos otros, ¿acaso alguno de nuestros políticos contemporáneos cree que sobrevivirá a la impávida demencia del paso del tiempo? En ‘El Irlandés’, la película de Martin Scorsese, hay un momento donde se representa en toda su crudeza esta realidad.
Frank Sheeran (Robert de Niro), un gángster acostumbrado a mirar a los ojos de sus víctimas mientras aprieta el gatillo, es ya un benevolente anciano más de una residencia de mayores. La enfermera descubre una foto de él con Jimmy Hoffa, el líder del Sindicato de Camioneros, uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos a mediados del siglo pasado.
-¿Quién es este hombre?
-¿No conoces a Jimmy Hoffa?
-No.
Ni siquiera aquellos hombres que hoy se creen reyes en la tierra lograrán trascender. En ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, el personaje de James Stewart, convertido en senador, viaja al pequeño pueblo de Shinbone para asistir al funeral de un hombre. A su llegada, y dada su relevancia pública, los periodistas le asedian con preguntas sobre el verdadero motivo de su viaje.
El senador explica que viaja para dar entierro a su amigo Tom Doniphon (John Wayne). Doniphone, el hombre que mató a Liberty Balance, es la persona a la que el pueblo de Shinbone le debe la paz y hasta la democracia. Stewart le debe seguir respirando. Pese a su relevancia, los periodistas se miran incrédulos: “¿Quién diablos es Tom Doniphon?”.
Para la gente de a pie, el ostracismo es el destino que nos espera. Un hecho que no tiene por qué generar angustia, sino todo lo contrario. Cada uno de nosotros vive su particular película mientras deambula por este mundo. Al final de nuestros días llegarán los títulos de crédito. Y cuando no quede ninguna de esas personas que han conformado nuestra existencia dormiremos el sueño eterno, al igual que millones antes que nosotros.
Es una realidad que nos permite viajar más ligeros de equipaje, sin las alforjas de un destino reservado a los héroes de las novelas de caballerías. Bien lo sabía Javier Marías, quien le comentó a Rafael Narbona –como refleja en su libro ‘Maestros de la felicidad’- que sus libros no sobrevivirían el paso del tiempo, que eso es algo de lo que solo pueden presumir unos pocos como Cervantes o Shakespeare.
No hay más que echar la mirada atrás para cerciorarnos de que problemas que otrora se nos antojaron de vital importancia, ahora son una nota a pie de página de nuestra biografía. Aquellos exámenes insalvables del Bachillerato, que nos iban a condenar a una precariedad eterna, son apenas un punto y coma en nuestra narración. Incluso las peores rupturas amorosas es capaz el tiempo de sanar con su impasible capacidad analgésica.
Nuestros recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia, y así lo hará nuestro nombre y con él, nuestros problemas. Pero hasta que ese momento llegue, sigamos disfrutando de la película. Queda mucho por contar.