El pasado sábado Alejandro Sanz triunfó en el estadio Wanda Metropolitano de Madrid y además recibió criticas elogiosas. No llenó el estadio por completo pero casi, certificando que es un artista con el gancho de cualquier superventas anglosajón. O mucho más: este concierto en su ciudad -cerca del barrio donde creció- es solo el pistoletazo de salida de una gira, Sanz en vivo, que es la más importante que se celebrará en España en 2022 y que le llevará por grandes estadios de toda España, con próximas paradas en Valencia (10 y 11 de junio), Sevilla (16), Valladolid (18), La Coruña (23) y Zaragoza (25). Hay que recordar que, antes de que se pusiera de moda en el planeta pop, Sanz fue una pieza clave en unir distintos territorios hispanohablantes bajo las mismas canciones (y en en ganar terreno para nuestro idioma en Estados Unidos).
Sobre el escenario demostró una enorme madurez y confirmó que su repertorio clásico no palidece con el paso del tiempo. Rehuyó trucos manidos como los discursos emocionales y poner el micro para que cante el público. Su única concesión al espectáculo fue la lluvia final de confeti, pero ni siquiera aprovechó los juegos de luces para crear más cercanía con el público (como si haría Leiva en el Wizink la noche siguiente). Abrió con “No es lo mismo” y confió en un repertorio de sus canciones más populares para un concierto generoso en minutaje pero que dejó a sus devotos con ganas de seguir otra hora.
Más allá de esta alegría para sus seguidores, la historia de Sanz es importante porque ofrece una parábola sobre nuestro injustificable menosprecio a la canción melódica. Cuando despuntó a mediados de los noventa, a lomos de las fans de Super Pop, se le clasificó como un fenómeno adolescente a pesar del alto voltaje de su repertorio. No se le tomó realmente en serio hasta Más (1997), cuando a estas alturas ya sabíamos que Serrat, Frank Sinatra y los Rolling Stones -entre muchos otros- también habían arrancado siendo ídolos adolescentes (como explicado la periodista Patricia Godes, son las quinceañeras quienes demostraron un mayor olfato para el talento pop en el siglo XX). Hoy seguimos pensando en la canción melódica como un subproducto cultural, previsible, cursi y de 'usar y tirar', cuando en realidad es el género que mejor aguanta el paso del tiempo.
Alejandro Sanz y el falso vanguardismo
El periodista musical Bruno Galindo admitía en su reciente libro de memorias, Toma de tierra (Libros del KO, 2021), que cuando Luis Miguel visitaba Madrid en los años noventa el personal de su compañía discográfica le percibía como un artista hortera, anticuado, material idóneo para hacer chistes. Treinta años más tarde, ‘Micky’ arrasa con su serie en Netflix, es un icono global comparable a Frank Sinatra y puede presumir del mérito de haberse negado siempre ha grabar un disco en inglés, con el sólido argumento de que ya vendía millones cantando en su propio idioma. Hoy los grupos de rock alternativo tan en boga en la época apenas son recordados y su presunto espíritu vanguardista ha envejecido más que cualquier bolero.
Jóvenes superventas como Rosalía y C. Tangana no se han hecho verdaderamente populares hasta que rebajaron la estética trapera para acercarse a la copla y las canciones de cantina
A muchos les ha sorprendido este año la noticia de que se prepara la vuelta del festival de la OTI, ese certamen de la canción hispanoamericana que en España siempre se clasificó como una especie de broma kitsch. La realidad es que el público sigue apreciando, por encima de todo, esas cancioncitas a corazón abierto, casi nunca demasiado innovadoras, que nos acompañan durante un enamoramiento o una ruptura. La popularidad a prueba de bomba de artistas como Julieta Venegas, Leiva y Romeo Santos tiene que ver con su capacidad para lograr que suenen nuevos los conflictos emocionales de siempre, algo que en realidad tiene más mérito que esas presuntas ‘innovaciones’ que caducan en una o dos generaciones.
Los dos artistas que van a perdurar como clásicos de los años noventa en España son -muy probablemente- Alejandro Sanz y Camela, autores de canciones de amor heterosexuales, normativas y románticas. El grupo que verá más revaluado su prestigio son La Oreja de Van Gogh, paradigma de los ñoño pero cada vez más apreciados por los amantes del gran pop. Gigantes como Juan Gabriel, Marc Anthony, Roberto Carlos, Armando Manzanero y Manuel Alejandro seguirán escuchándose cuando nadie recuerde ya quiénes son REM, Sonic Youth, Radiohead, Los Planetas ni Red Hot Chili Peppers. Recordemos que superventas jóvenes como Rosalía y C. Tangana no se hicieron verdaderamente grandes hasta que rebajaron la estética trapera para acercarse a la copla y las canciones de cantina (igual que Joaquín Sabina no pegó su estirón artístico hasta que superó su fase rockera para lanzarse de cabeza a la tradición sentimental latina). ¿Aprenderemos la lección alguna vez? El año 2022, con la gira de Sanz como acontecimiento pop masivo del año, es un excelente momento par devolver a la canción melódica el prestigio y centralidad que merece.