Cultura

Antony Beevor: “El Valle de los Caídos debe mantenerse”

El británico publica en España 'La batalla de los puentes' (Crítica), un libro sobre uno de los episodios de combate menos afortunado del siglo XX.

  • El historiador británico Antony Beevor.

Arnhen, 1944. La última victoria de los alemanes en la Segunda Guerra  Mundial y una de las batallas más desastrosas para los aliados: 15.000 hombres perdieron la vida en el intento de llegar a Alemania a través de Holanda. Dirigida por el general Bernard Montgomery, la Operación Market Garden tenía como principal misión tomar el puente de 600 metros de Arnhen. El fracaso fue estrepitoso, hasta el punto de perder casi por completo a la 1ª División Aerotransportada Británica. Este episodio se suma así al interés del historiador militar Anthony Beevor, quien dedica su más reciente libro a desentrañar las claves de aquella carnicería.

El británico Antony Beevor ha investigado a fondo la historia militar de la Segunda Guerra Mundial. Tal y como ya hizo en Stalingrado a través de una exhaustiva documentación. En su libro anterior, Ardenas, documentó una de las batallas más sangrientas,aquella con la que Hitler movió ficha en la jugada final, una crónica que dejaba en evidencia las miserias de una guerra extenuante y de la que ahora reconstruye en La batalla de los puentes (Crítica) uno de los episodios de combate menos afortunado del siglo XX. La guerra ha sido, siempre, el territorio de Beevor. Sobre ella ha construido algunos de sus ensayos más brillantes, textos de lectura enjundiosa e irrigados por fuentes primarias que vivifican su visión.

Historiador militar por encima de cualquier otra disciplina, Antony Beevor fue oficial regular del ejército británico. Tras cinco años de servicio, abandonó la institución y se trasladó a París, donde escribió su primera novela. Sus ensayos, traducidos a más de treinta idiomas y publicados todos en castellano por Crítica, han sido galardonados con varios premios. El ya citado Stalingrado (2000), lo hizo merecedor del Samuel Johnson Prize, el Wolfson History Prize y el Hawthornden Prize. Berlín. La caída, 1945 (2002), acumula ya más de una docena de ediciones en castellano. Otras obras suyas son La batalla de Creta (2002), ganadora del Runciman Prize, París después de la liberación (1944-1949) (2003), El misterio de Olga Chejova (2004), La guerra civil española(2005), Un escritor en guerra. Vassili Grossman en el ejército ruso, 1944-1945 (2006) y El Día D. La batalla de Normandía (2009).

 

-Arnhen, 1944. La última victoria alemana en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cuál es el elemento decisivo de este episodio?

-Es un libro que se vuelca más en la experiencia humana de la guerra y el efecto que tuvo sobre la población civil que en el elemento militar. Los efectos militares de la batalla de Arnhen, en términos estratégicos, fueron muy pequeños. No iba contra la guerra, podría haber ralentizado las cosas un poco, pero su mayor intención era subir la moral de los alemanes. Para mí el aspecto más importante es la riqueza del material documental, que no habla no sólo de la experiencia de los soldados sino también de los civiles que sufrirían la venganza de los alemanes después. También hay lecciones sobre el falso optimismo y otros aspectos que dieron lugar a una operación en la que murieron cientos de miles de personas, arrastradas por las consecuencias de una mala decisión. Esto nos enseña bastante acerca de las responsabilidades de los políticos y los comandantes antes de lanzar cualquier operación militar.

"Los mandos no estaban dispuestos a presentarse ante Montgomery y decir: lo siento Mariscal de Campo, esto no va a funcionar"

-Ningún plan funciona hasta que entra en contacto con el enemigo, escribe usted. También asegura que la operación de Garden Market estaba predestinada al fracaso, ¿por qué exactamente?

-Eso tenía que ser cierto en aquel momento. Los altos cargos y comandantes, entre ellos los de la aviación británica,  dijeron que resultaría un desastre. Por un elemento de vanidad, los mandos no estaban dispuestos a presentarse ante Montgomery y decir: lo siento Mariscal de Campo, esto no va a funcionar. Eso nos llevaría, por ejemplo, a las decisiones de las tropas británicas en Afganistán. Es muy difícil que alguien diga a su superior, lo siento señor esto no va a funcionar o incluso decírselo a los políticos, porque siempre existe la presión de demostrar entusiasmo.

-¿Qué ocurrió para que el combate aéreo tuviese tan mal desenlace?

-Fue desastroso por el tema de las comunicaciones. Los norteamericanos que aterrizaron con los británicos descubrieron que no se podían comunicar por radio, porque no tenían las frecuencias adecuadas. Esto demuestra que en una operación en la que se peca de optimista todo lo que puede salir mal, va a salir mal.

-¿Fueron mejores las fuerzas estadounidenses frente a las británicas?

-Tenían mejor formación y más experiencia, con la excepción de la 1ª Brigada de Paracaidistas, que fueron los primeros tres batallones que aterrizaron. El resto de la división no tenía ninguna experiencia de guerra. No habían luchado en Normandía y para ellos era una experiencia totalmente nueva. Tanto la brigada 82 como la 101 habían luchado en Sicilia, en Italia, y luego ambas divisiones, en Normandia, y sabían lo que hacían.

"Las personas escribieron diarios. Incluso los soldados, aunque lo tuviesen prohibido"

-Una vez más trabajó con diarios y testimonios directos. ¿Cuál es el principal atributo en esta ocasión?

-La riqueza del material provenía de una variedad de archivos holandeses, polacos, alemanes así como estadounidenses. Para mi asombro y emoción, encontré mucho material humano. Al final de la guerra, muchas personas se dieron cuenta de que estaban presenciando un momento emocionante de la historia y escribieron diarios. Incluso los soldados, aunque lo tuviesen prohibido. Por eso creo que es mi mejor libro: tiene ese tipo de detalle con el que puedes hacerte a una idea de lo que es luchar; de qué se siente, por ejemplo, recibir una bala en el cuerpo. Con los libros anteriores son había encontrado este tipo de detalle.  

-Usted es historiador y además formó parte del ejército británico. ¿De qué manea eso cambia su perspectiva?

-Es una ventaja inmensa el tener experiencia militar, porque te haces una idea de hasta dónde puede llegar la ceguera militar y testarudez en determinadas operaciones, así como también aspectos que son propios de ejércitos. Por ejemplo, la inteligencia emocional puede llegar a ser asombrosa al momento de lidiar con la tragedia y con el desastre. A partir de esa visión, puedes comprender muchos aspectos de la caída. Tengo amigas mujeres historiadoras, que no es tan habitual y esto es algo muy nuevo, pero la historia ha cambiado y desde luego la historia militar. Ninguna tiene experiencia militar pero después de haber hecho el esfuerzo de comprender la psicologías y presiones del momento pueden hacerlo mucho mejor que aquellos que no. De hecho, he visto una buena cantidad de sociólogos, antropólogos  que buscan imponer una fórmula en una sociedad militar que no comprenden. Es ahí cuando se hacen los análisis incorrecto. En mi caso no es esencial el haber sido soldado antes, pero desde luego que ayuda.

"La Segunda Guerra mundial tuvo más elecciones morales que cualquier otro período de la historia del siglo XX"

-¿Por qué la Segunda Guerra Mundial parece no agotarse como objeto de estudio?

-Sigue siendo fascinante incluso más ahora, si cabe, que hace veinte años. Creo que esto se debe, en parte,  al hecho de que hemos vivido en una sociedad post militar y en un ambiente donde  hay seguridad y salud, de forma que nos resulta fascinante la realidad de una guerra casi totalitaria. Hay otra cosa: vivimos en una sociedad sin juicios. La Segunda Guerra mundial, en cambio, tuvo más elecciones morales que cualquier otro período de la historia del siglo XX. Hoy en día existen muy pocas elecciones de esta índole. De hecho, creo que habrá elecciones morales muy importantes en un futuro, cuando el calentamiento global propicie migraciones masivas y que van a ser mucho más grandes de las que hemos recibido hasta ahora. A lo que me refiero es que toda elección moral es el centro del drama humano y una guerra tiene más elecciones morales que ningún otro período y creo que esa es la razón por la que se repite en películas y que aún tiene efectos en la gente

-¿Cuál es la última guerra clásica?

-Vietnam no es una guerra clásica, creo que lo más seguro sería Corea. Quizá haya sido la última guerra entre ejércitos de circunscripción masiva. Existen todavía dos ejércitos así en el mundo Corea e Irak, hasta cierta medida. De hecho, aquella fue una guerra clásica y de alguna forma ha sido una de las primeras guerras que ha demostrado que la victoria convencional no logra la paz. La paradoja en Irak es que el país no había quedado doblegado, pero los estadounidenses no tenían el control, a pesar de esta victoria aplastante. Eso fue irónico. Lo que estamos viendo es que los principales ejércitos del mundo, los británicos, alemanes, estadounidenses e incluso los suizos, se están preparando para la guerra urbana. Ningún ejército tiene hombres suficientes para la guerra como la entendíamos, de ahí este enfoque. La guerra urbana es la peor forma de guerra a la que nos podemos enfrentar, sobre todo por los civiles que quedan atrapados en ella.

"El Valle de los Caídos dice mucho más del fascismo que ninguna otra cosa"

-Creo que no ha habido un solo periodista español que no le haya hecho esta pregunta...

-Ah, ya… ¡el Valle de los Caídos! –dice en español-.

-Exacto. ¿Qué piensa? ¿Es una decisión extemporánea, naive, acaso electoralista?

-Puedo comprender que exista la necesidad de sacar a Franco del Valle de los caídos y no solamente Franco, también a José Antonio. Ambos cuerpos deberían sacarse de ahí. En ese sentido, no creo que deba ser  cementerio. Pero sí creo que El Valle de los Caídos debería mantenerse no como un monumento, sino como un ejemplo educativo, como un museo. En parte, porque la arquitectura en sí y la mismísima idea de crear este mausoleo es grotesca. Esto dice mucho más del fascismo que ninguna otra cosa. Estoy en contra de la idea de que todos los monumentos del pasado que no nos gustan deban ser destruidos.

-El uso político del pasado, en este caso, es interesado. El gobierno lo usa como un antítodo  ante la ausencia de programa electoral. 

-El gran error de hoy es el intento de imponer nuestras perspectivas morales y valores actuales a un periodo anterior. Por mucho que no nos gusten los fascistas, tenemos que comprender por qué reaccionaron como reaccionaron. Tenemos que comprender por qué la Guerra Civil ocurrió de la forma en que ocurrió: en la sombra de la guerra civil rusa. Tenemos que entender por qué los burgueses tenían tanto miedo de un golpe de Estado. Detrás de esto existe la necesidad de  entender cómo y por qué las palabras pueden matar. Y eso es algo que he visto en el estudio de la historia de España.

-¿En qué sentido, exactamente?

-Pensamos que las palabras no matan, pero sí que pueden hacerlo. Eso generó un conflicto de odio que desencadena, de una forma u otra, un enfrentamiento. No estoy sugiriendo que la historia se vaya a repetir, pero si no aprendemos de estas lecciones, que la retórica puede tener este efecto, estaremos siendo muy estúpidos. Este círculo vicioso de miedo entre ambos bandos actualmente no existe, y menos mal. No podemos pensar que los años treinta se vayan a repetir en 2020. Pero hay cosas de las que sí debemos tener miedo.

-¿Por ejemplo?

-Al calentamiento global. Las olas migratorias que se van a  producir por sus efectos, crearán elecciones morales mucho peores que aquellas a las que nos tuvimos que enfrentar en la Segunda Guerra Mundial. De momento recibimos refugiados o migrantes económicos, pero en el futuro serán la consecuencia de la hambruna en África cuando las cosechas se estropeen. Eso va a tener un efecto en Europa. La derecha emergerá y lo usará a modo de excusa, no sólo para asaltar la democracia liberal sino también para dar un paso más allá. Además, existe otro mito: el de la unidad de la Unión Europea. Eso es una sandez. Lo que realmente tiene peso y une es la democracia. La amenaza a la democracia es el verdadero peligro para el desencadenamiento de una guerra. No estoy diciendo que sea inevitable. En comparación a los años 30, Europa está hoy desmilitarizada. Putin y su oportunismo es una cosa. Va provocando con el ejército sueco. El temor sería, en ese caso, a que ocurriera un malentendido. Yo no creo (y le pido a Dios) que Rusia sea un peligro. Siento sonar tan deprimente, pero es lo que hay.

Un detalle de la portada.

 

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