Este violinista libanés lleva catorce años instalado en España, en el corazón de Malasaña, la zona donde hace tres décadas se asentó la movida madrileña. Siente la sensación de vivir al máximo cada momento y no para de crear espectáculos para transmitir su pasión por la música de muy diversas formas. Su calendario para los próximos meses incluye sesiones de jazz –con el quinteto del guitarrista argentino Fernando Egozcue-, actuaciones para niños (Mis primeras cuatro estaciones), un recorrido por la cultura zíngara (Colores), un divertimento sobre el mundo de la ópera (Los divinos) y una fusión de clásica y teatro con Pagagnini. Con este último programa estará en la laboriosa Corea del Sur a primeros de mayo. La incorporación más reciente a este singular catálogo es La orquesta en el tejado; con ella Malikian da un nuevo paso para acercar la música clásica a todos los públicos y junto a sus jóvenes instrumentistas ofrece piezas de Bach, Mozart junto a temas de Björk o Led Zeppelin.
Un apostolado divulgador que el violinista recarga en sus actuaciones en directo. “A veces empiezo un concierto cansado por el trajín de los desplazamientos, pero una vez que estás en el escenario lo olvidas”, precisa. “Es como si se entrara en otra vida aparte de la real. Siento la exigencia de darlo todo en escena, la necesidad de divertirme y hacer partícipe al público”. En estos tiempos de zozobra y temores resulta conmovedor escuchar a alguien que se considera un afortunado porque está haciendo lo que le gusta: “Ha habido épocas en las que tenía que tocar cosas que no quería, ahora todo lo que hago contiene mucha ilusión y motivación”.
Malikian es un violinista con un sólido prestigio cimentado con diversos premios internacionales. Ha sido concertino de la Orquesta Sinfónica de Madrid y sus grabaciones discográficas recogen tanto piezas de Khachaturian, Paganini y Sarasate como sus trabajos con Egozcue y el guitarrista flamenco José Luis Montón. Su eclecticismo no le impide reconocer el valor de los clásicos: “Bach es el pilar esencial, el número uno de todos los estilos”. Sin embargo, lo que lleva mal son las etiquetas, los encasillamientos, y frente a los puristas que alguna vez le han mostrado su desaprobación destaca que no se siente ni un transgresor ni un agresor. “Todos somos diferentes”, matiza. Sostiene que nadie puede atribuirse la arrogancia de decir cómo hay que interpretar, por ejemplo, una música tan grande como la de Beethoven. “Hay mil maneras de hacerlo, lo importante es llegar al corazón de la gente”, subraya.
Signo de los tiempos, Malikian a sus 45 años es un adicto de iTunes y Spotify para abastecerse de música. Quizás por eso opina que los tiempos dorados de la industria discográfica pertenecen al pasado y cree que las actuaciones en vivo son la base para valorar la talla de un intérprete. No teme que la sobreexposición, con tantos conciertos en su hoja de ruta, pueda generar hartazgo en el público: “Donde quiera que toque me siento feliz. Llevo así muchos años y veo que la gente repite y quiere verme. Pienso que no lo he hecho tan mal”.