La película se estrenó en 1988, un año antes de la muerte del escritor Leonardo Sciascia (Agrigento, 1921 – Palermo, 1989), el único que había intuido y reconocido el genio de Peppuccio, como llamaban entonces a un joven y debutante Giuseppe Tornatore (Bagheria, Italia, 1956), que salía a la palestra con su segunda película: Cinema Paradiso. Quizá un asunto entre paisanos, una sensibilidad común de quienes se reconocen como habitantes de una misma isla... Quién sabe. Lo cierto es que aunque Sciascia había asegurado que no regresaría jamás a un cine porque todas las buenas películas ya habían sido hechas, le dedicó a Tornatore uno de sus últimos artículos en La Stampa para decir lo que muchos sienten hoy: que en Cinema Paradiso estaba retratada, a la perfección, su infancia lejana de cinematógrafo de pueblo. De todo eso hace ya 25 años, un aniversario que ha animado a la productora italiana Cristaldifilm a editar una copia digital restaurada que será exhibida en España a partir del 5 de septiembre, aunque de momento la distribuidora en España A contracorriente no ha hecho pública la lista de salas donde se proyectará.
Aunque Sciascia aseguró que no regresaría a un cine porque todas las buenas películas ya habían sido hechas, le dedicó a Tornatore uno de sus últimos artículos
Considerada hoy un clásico en la trayectoria del realizador italiano, Cinema Paradiso se alzó en 1989 con el Oscar y el Globo de Oro a la Mejor Película de Habla No Inglesa y el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Pero el filme no las tuvo todas consigo en un comienzo. Cuando se estrenó, solo gustó en Sicilia. En el resto de Italia no contó con mayores entusiasmos… eso sí, hasta que llegó a Los Ángeles. Una vez que Tornatore se hizo con el hombrecito de oro, le escribieron todos: desde el presidente del Senado hasta la presidenta del Parlamento. “Su Oscar relanzará el cine italiano”, le decían. Sin embargo qué es –qué fue- esta película. Para muchos se trata del mejor homenaje que el cine se ha hecho a sí mismo, para otros es una declaración de amor a una de las artes que miente con más belleza: esa que congrega a un grupo de desconocidos en la oscuridad.
Con guión escrito por Tornatore, Cinema Paradiso es, en sí misma, un gesto nostálgico, una celebración de la memoria y el recuerdo, un retrato sentimental de la Italia -¿acaso también de la Europa?- de la posguerra, de la vida que ocurre en lo mínimo –y con lo mínimo-: esos gestos que caben en una lata de metal llena de trozos de película como las que guarda Alfredo, el proyector de Giancaldo, un pueblo remoto de Sicilia donde transcurre la historia. El punto de partida ocurre en la Roma de los años 80. Salvatore Di Vita (Jacques Perrin), un reconocido director de cine, llega tarde en la noche a su casa. Su novia le dice que su madre le ha llamado con una noticia: Alfredo (Philippe Noiret) ha muerto. Salvatore no viaja a su pueblo desde hace décadas. Nada de aquel mundo extinto –o eso parece- tiene sentido en su vida actual. Y sin embargo, aquel lugar regresa al presente cuando su mujer le pregunta: quién es ese Alfredo. Allí comienza el viaje hacia la infancia, la máquina narrativa que ha hecho de esta una de las mejores películas del cine italiano.
No es de extrañar que un hombre capaz de conseguir que "hasta los teléfonos sientan melancolía" conmueva incluso a los que no tienen vela en ese entierro
Al recordar su niñez, Salvador se convierte en Totó, aquel niño de seis años, huérfano de padre, que ama el cine y entabla amistad con Alfredo, el proyeccionista del pueblo, que coleccionaba en secreto todos los descartes que el sacerdote -el censor- cortaba de las películas. Cientos de besos y caricias montados de manera continua en una sola cinta van a parar a manos de Salvatore, que treinta años después los ve sucederse arbitrariamente y sin orden en una oscura sala de cine. Aquel final, aliñado con la música de Ennio Morricone, ha desatado el nudo del llanto en todos aquellos que a lo largo de 25 años han visto el filme. No es de extrañar que un hombre capaz de conseguir que “hasta los teléfonos sientan melancolía” –como dice Marcelo Mastroiani en la magnífica Están todos bien, que siguió a Cinema Paradiso- conmueva incluso a los que no tienen vela en ese entierro, a quienes les pilla muy lejos una historia que es a la vez remota y cercana, que apela a la memoria, al amor, a la vida sencilla que transcurre en los gestos mínimos y en la gran pasión, claro, el cine, como el vínculo que une a un niño y a un hombre viejo y solitario.
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"Con Cinema Paradiso me acusaban de que no tenía edad para poder contar de verdad lo que una vez fueron las salas de cine de pueblo en Italia; yo dije que no sólo era verosímil, sino que conocí una", explicó Tornatore al periodista Diego Muñoz cuando estrenó Están todos bien, un filme presentado al año siguiente que cuenta la historia de un siciliano, viudo y jubilado -interpretado por Marcello Mastroianni- que decide reunirse con sus cinco hijos, ya adultos, que viven todos repartidos por Italia y nunca van a visitarle. El filme está ambientado en los años del fax y el contestador telefónico -el jurásico- y sin embargo, el director consiguió entonces que el mundo pareciera tan frío y solitario como el espacio en blanco que dejan las notas de voz de los iPhone y los puntos suspensivos de un guasap en el que nadie termina de responder nada. Porque en el fondo Tornatore habla de estampas humanas visibles en el Totó de Cinema paradiso o en el Matteo Scuro de Están todos bien: el niño que se reconstruye en la extrañeza de la adultez y el jubilado que descubre cómo cada uno de sus hijos le miente durante años -ninguno es lo que decían ser-. En ambos opera ese veneno que Tornatore administra tan eficazmente en sus historias y con el que consigue que la vida enternezca incluso cuando está derrumbándose.
Tornatore consigue que la vida enternezca incluso cuando está derrumbándose
Por eso muchos le han acusado de demasiado sentimental, incluso de sensiblero. Habrá que preguntarse si, después de 25 años –el tiempo todo lo matiza, pero también acentúa lo definitivo-, Cinema Paradiso conserva la misma fuerza, esa justa combinación de drama, humor y costumbrismo que la convierten en una de las mejores películas de Tornatore.