Los fogonazos rompieron la oscuridad del cielo aragonés. En medio de una noche de verano, un piloto ruso ametralló y abatió la nave de otro compatriota con el que además de país de nacimiento compartía la condición de as de la aviación. Era septiembre de 1937, Mijail Yakushin, piloto del bando republicano disparó sus cuatro ametralladoras contra la cola del modelo alemán pilotado por Vsevolod Marchenko, otro piloto experto en vuelos nocturnos en este caso del bando sublevado. Marchenko considerado un “entusiasta de la causa nacional” tenía la misión de bombardear el principal aeródromo republicano del frente de Aragón, pero su incursión nocturna terminó en un derribo del que tuvo que saltar en paracaídas, según recogen Alberto Laguna y Victoria de Diego en La guerra encubierta Operaciones secretas, espías y evadidos en la guerra civil española, donde recuperan algunas historias desconocidas de la contienda.
Marchenko había llegado a España en 1923, año en el que concluyó la guerra civil rusa de la que acababan de salir vencedores los comunistas de Lenin. Perseguido por su apoyo al bando zarista, huyó y tras pasar por varios países fue reclutado en España como piloto. El ruso tenía experiencia de combates aéreos durante la Primera Guerra Mundial y durante los años treinta pilotó un sinfín de aparatos del Ejército, además de formar a decenas de pilotos españoles. Finalmente dio un cambio de rumbo a su carrera y se pasó a la aviación comercial, un sector en pleno crecimiento.
Tras la proclamación de la República, viajó a Madrid para hacerse cargo de la dirección del aeródromo de Barajas, recientemente inaugurado, y en otoño de 1934 “se incorporó como piloto a la LAPE (Líneas Aéreas Postales Españolas), donde simultaneaba cargos directivos, gracias a su dominio de varios idiomas —hablaba perfectamente ruso, alemán, francés, inglés y español—, con el pilotaje de aviones comerciales. Suya fue la responsabilidad de abrir las rutas aéreas entre Madrid y algunas de las principales ciudades de España como Valencia, Zaragoza y Las Palmas, u otras europeas como París, Marsella o Berlín”, según destacan los autores.
Su respuesta inicial al estallido de la guerra fue huir del país, aunque el 17 de octubre acudió a la Jefatura del Aire de Salamanca, donde prestó declaración jurada y solicitó incorporarse a la Aviación. Marchenko, conocido como Vicente por sus compañeros, era consciente de que sus orígenes rusos generaban cierta desconfianza entre sus superiores, a pesar de que ya había dejado claro su odio hacia el comunismo. Marchenko aseguró a su superior que había sido aprobado por los servicios secretos al llegar a España, considerándolo de "total confianza" y entusiasta por la causa nacional. Con 37 años, contaba con el apoyo del coronel Luis Gonzalo Vitoria, una de las personas más cercanas a Franco, y había adoptado la nacionalidad española en 1925 tras jurar lealtad al rey Alfonso XIII.
Su bautismo de fuego tuvo lugar el 9 de marzo de 1937, cuando participó en una operación de bombardeo en el frente de Trubia (Asturias) a bordo de un Junkers 52. Tras pasar unos meses realizando misiones en Andalucía, fue trasladado a Madrid en el verano de 1937 para luchar contra la ofensiva republicana en Brunete. Después de algunas misiones en el norte, al escuadrón de Marchenko se le encargó destruir el principal campo de aviación de la República en el frente de Aragón, el campo de aviación de Sariñena conocido también como “Alas Rojas”.
"Se trataba de una misión muy arriesgada, a cargo de dos Junkers nacionales que penetrarían simultáneamente en territorio enemigo, sin la escolta de la «caza amiga», para bombardear con toda rapidez las estructuras del campo de aviación", destacan los autores.
Las balas del avión republicano destrozaron el bombardero de Marchenko. El fuego se desató dentro del Junkers y atrapó al operador de radio, al observador y al mecánico que no pudieron abandonar la nave. Los otros tres tripulantes saltaron aunque solo uno saldría con vida de aquella misión.
Una vez en tierra, el ruso trató de orientarse en la oscuridad y se esforzó por alejarse del aeródromo enemigo, situado a unos 4 kilómetros del lugar de su aterrizaje. Con una herida severa en la cabeza, tuvo que cruzar un río hasta llegar a una carretera. Intentó mantener distancia de esta, pero un coche le iluminó el rostro con sus faros. En el interior viajaban varios milicianos que habían salido rápidamente en busca de posibles sobrevivientes.
Existen muchas dudas sobre lo que pudo suceder con Marchenko a partir de ese instante: "En su hoja de servicios un informe asegura que el piloto se enfrentó, pistola en mano, a los soldados que intentaron detenerle en esa carretera próxima al aeródromo de Sariñena. Tras agotar la munición, finalmente fue hecho prisionero. Según una investigación que publicó en 1997 la revista Aeroplano, solo unas horas después de ser capturado, un consejo de guerra presidido por el jefe del aeródromo, el teniente coronel Alfonso de los Reyes, le estaba juzgando. Marchenko fue condenado a muerte. De nada sirvieron los intentos de sus compatriotas rusos destinados en Sariñena, que aun siendo enemigos acérrimos intentaron salvarle la vida. Al día siguiente, fue fusilado en el pueblo de Albalatillo, en las cercanías del aeródromo", exponen los autores.