El partido estaba convocado a las 20:45, hora española, y era el primero de la fase de grupos de la Champions League. Esa temporada el Real Madrid estaba decidido a ganar su novena Copa de Europa, aunque para Florentino Pérez sería la primera. El adversario era la Roma que entrenaba Fabio Capello. Para más morbo, Capello había sido entrenador del Real Madrid -y había ganado la Liga- en tiempos de Lorenzo Sanz, el anterior presidente al que había echado Florentino.
El Real Madrid había contratado esa temporada a Zidane, el fichaje más caro de la Historia, digno de ser reseñado en la portada del Financial Times, el periódico económico más serio del mundo. Precisamente Zidane marcaría de bolea un maravilloso gol que supuso la victoria en la final frente al Borussia Dortmund, una final a la que el club blanco llegaría como una apisonadora, eliminando por el camino a grandes enemigos como el Bayern Munich y el Barcelona.
Sin embargo, el día en que empezaba la competición europea la atención de los aficionados no estaba en Roma. Aunque parezca increíble, algo había arrebatado al fútbol la atención general. Desde que a las tres de la tarde empezase el telediario, un acontecimiento había irrumpido en nuestras casas a través del televisor, desconcertando a la presentadora Ana Blanco y al planeta entero. Era el 11 de septiembre de 2001 y pudimos ver en directo cómo se estrellaba el segundo avión contra la Torre Sur, y luego cómo se derrumbaban las dos Torres Gemelas de Manhattan.
Pero por encima de la Historia está la UEFA. La burocracia del organismo futbolístico europeo es un mastodonte y cuando quisieron acordar una medida la hora de los partidos estaba encima. Decidieron mantener su celebración. La razón que dieron fue que desalojar los estadios donde ya habían acudido los aficionados crearía problemas de seguridad. Como gesto excepcional se jugaría con brazaletes de luto y se guardaría un minuto de silencio. Televisión Española, por su parte, decidió dar el partido por La 2, pues en TVE-1 seguía el telediario más largo de su vida.
Los que se alegraron de la tragedia del 11-S eran los mismos que un año después le darían la victoria en las elecciones al partido islamista de Erdogan
El minuto de silencio se observó en los estadios de media Europa, incluida Palma, donde el Mallorca jugaba por primera vez en la Champions –y ganó de penalti-. Algunos, los más sensibles o mejor informados, sintieron que aquel silencio era el epitafio de una era, la de la posguerra, en la que Occidente había vivido bastante plácidamente. Pero hubo un lugar donde el homenaje oficial fue anulado por el jolgorio en las gradas. Era el estadio Alí Sami Yen de Estambul, donde el club turco Galatasaray recibía al Lazio. Los que se alegraron de la tragedia del 11-S eran los mismos que un año después le darían la victoria en las elecciones al partido islamista de Erdogan. Turquía, que desde la revolución de Mustafá Kemal Ataturk, hace justo un siglo, había sido un país laico y moderno, comenzó su deriva hacía la sociedad islámica y el régimen totalitario actual en aquel minuto de silencio por el 11-S.
La provocación izquierdista de Sean Penn
Que los islamistas encontrasen regocijo en el hundimiento de las Torres Gemelas y la humillación a Estados Unidos, era normal, era el enemigo, y en la guerra santa declarada por Bin Laden no se hacían prisioneros. Más insólito es que sectores de la izquierda norteamericana se sintieran solidarios con Al Qaeda y justificaran el apocalipsis terrorista.
Tras los atentados un realizador de televisión francés, Alain Brigand, concibió un proyecto de película colectiva sobre el 11 de septiembre. Once directores de diferentes países realizarían once películas, de tipo documental o creativas, con una duración de 11 minutos y 9 segundos. El conjunto se tituló 11’9’’01 – September 11. En general los cineastas invitados aprovecharon para reivindicar que en otros países también existían víctimas de la violencia política, y que nunca tuvieron la cobertura mediática de los de las Torres Gemelas. Se evocaba desde las ejecuciones y torturas en Chile tras el golpe de estado de Pinochet, que también fue un 11 de septiembre, hasta la masacre de Srebrenica en Bosnia, sin olvidar a esas “víctimas colaterales” del 11-S que fueron los musulmanes de Estados Unidos, objeto de sospechas y discriminación después del brutal ataque de Bin Laden.
Pero había una película distinta que narraba una historia de ficción. La realizó el cineasta norteamericano Sean Penn, enfant terrible de Hollywood, militante de la izquierda más radical de Estados Unidos, amigo de Hugo Chávez, de Fidel Castro o del presidente de Irán, que durante décadas ha buscado formas de provocar a la sociedad de su país. Y esta película le ofrecía una ocasión única. He aquí cómo la aprovechó Sean Penn:
Un anciano vive triste y solitario en un apartamento donde jamás entra la luz del sol. Pero una mañana el sol entra a raudales por la ventana y el viejo se siente feliz. Han desaparecido las Torres Gemelas cuya sombra le condenaba a la obscuridad perpetua, de modo que él también se alegra por el 11-S.