Van Gogh, Monet, Sorolla, Tutankamon, El Bosco, Pompeya o Klimt, no hay nada que se escape de las exposiciones inmersivas. Estas experiencias turístico - culturales han tomado todas las grandes ciudades del mundo, y España no es una excepción. En los últimos años este fenómeno ha revolucionado la manera en la que el público interactúa con el arte. Ha ayudado a revitalizar el patrimonio y lo ha acercado a aquellos que estaban desconectados de la cultura. Sin embargo, ¿es esta la mejor forma de digitalizar los bienes culturales? ¿Son realmente este tipo de exposiciones la mejor forma de llevar el arte y el patrimonio al gran público?
Las exposiciones inmersivas se caracterizan por el uso de tecnología avanzada para crear experiencias multisensoriales. Proyecciones en pantallas a gran escala, sonidos envolventes y elementos interactivos permiten a los espectadores sumergirse completamente en la obra.
Estas experiencias tienen admiradores y ‘haters’ a partes iguales. Hay quién cree que ha ayudado a democratizar la cultura, sin embargo, otros opinan que es una forma de comercializar las grandes obras y que esta tendencia hará que solo se apueste por lo que le gusta a una gran mayoría.
España y las exposiciones inmersivas
El auge de estas exposiciones inmersivas en España comenzó a tomar forma con eventos como "Van Gogh Alive" en 2015. Desde entonces la fórmula se ha replicado en numerosas ocasiones. Ha sido tal el éxito que Madrid ya cuenta con el primer espacio estable de exposiciones de este tipo: Madrid Artes Digitales (MAD), que ha recibido más de 550.000 visitas desde su inauguración en 2022. Otras ciudades como Barcelona, Valencia o Sevilla también se han sumado a esta tendencia. En un mundo donde las experiencias se valoran tanto como el contenido, estas exposiciones intentan encontrar el equilibrio perfecto para atraer y cautivar.
Julia Selivanova, CEO y fundadora del museo Nomad-Art, cuenta a Vozpópuli que “este tipo de arte es un puente entre el público que no se siente cómodo en los museos, pero tiene curiosidad y ganas de aprender”. No se trata de una fórmula nueva, la experiencia se basa en educar a través del entretenimiento. “En la oscuridad de la sala nadie te juzga si te distraes, nadie te observa, y así se quita la presión que mucha gente siente en los espacios convencionales como teatros o museos. Supongo que allí es donde reside su principal atractivo, es una actividad divertida y a la vez te acerca al arte”, explica Selivanova.
Sin embargo, muchos sectores de la cultura sienten que se está reemplazando la experiencia física de museos por iniciativas digitales privadas. Otra de las grandes críticas en torno a este tipo de exposiciones es el precio. De media las entradas rondan los 15 o 20 euros, lo que hace que el discurso de accesibilidad y democratización no se mantenga. “No pretendemos ser una pastilla que lo cure todo, ni tampoco complacer a todos los públicos. Somos más que conscientes que hay una parte del público que siempre va a preferir una visita a un museo real, y nos alegramos, de verdad. Pero no queremos excluir del panorama cultural a los que no, o a los que quieren combinar ambos tipos de experiencias”, indica Selivanova.
El “efecto wow”
Jose Gabriel Ruiz Gonzalvez, CEO de Opossum Studios, una empresa que utiliza la digitalización 3D y la realidad virtual para dar vida al patrimonio califica a este tipo de experiencias como de “efecto wow”: “Al final hay que hacer un poquito más atractivo este tipo de contenido. Los museos tradicionales son aún un poco reticentes porque creen que se les quita protagonismo pero, poco a poco, se están dando cuenta de que esto es una herramienta más”.
En exposiciones inmersivas como la de "Klimt: The Immersive Experience", la combinación de los dorados y los patrones elaborados de Klimt con una banda sonora evocadora creaba una atmósfera que no solo mostraba las grandes obras del pintor, sino que también intentaba que lo sintieras. A diferencia de los museos tradicionales, donde el arte suele ser intocable, estas exposiciones a menudo invitan a los visitantes a interactuar con el entorno. “Esto no es una herramienta que va a matar a los museos, pero si es verdad que los grandes museos son entidades de carácter público y al final, como todos sabemos, la parte innovadora en lo público cuesta un poquito más”, explica Gonzalvez.
En realidad, la finalidad de este tipo de experiencias es que las tecnologías estén al servicio del patrimonio y no al revés. Algunas obras de arte ya no pueden salir de sus museos por el deterioro que sufren: “El pigmento amarillo que utilizó Van Gogh en ‘Los girasoles’ se ha ido degradando con el tiempo y la luz. Ya sabemos que ese deterioro es irreversible, lo mismo que pasa con la “Habitación en Arlés”, que en el momento de su creación tenía un color violeta y no azul celeste como lo vemos ahora. Muchas obras de Klimt han sido destruidas en los incendios o quemadas por los nazis, pero gracias a la tecnología, las podemos seguir viendo en las exposiciones inmersivas”, recalca Selivanova.
Un debate abierto: Instagram vs la cultura
Las experiencias culturales, que antes eran esencialmente educativas y contemplativas, ahora también se diseñan para ser visualmente atractivas y "compartibles". Este fenómeno ha generado un debate sobre si estamos convirtiendo los museos en meras experiencias "intagrameables".
Una de las críticas principales es que la cultura "instagrameable" puede fomentar una apreciación superficial del arte. La tendencia a buscar la foto perfecta puede distraer a los visitantes de una experiencia más profunda. En lugar de reflexionar sobre las obras, los visitantes pueden centrarse en capturar imágenes atractivas para sus redes. Esto puede llevar a la creación de exposiciones que son más espectaculares que significativas, sacrificando la profundidad en favor del atractivo visual. “En cuanto a este discurso sobre la supuesta “frivolidad” con la que se tratan las obras maestras, lo dejamos a la conciencia de los creadores de estas exposiciones. Nosotros, en las experiencias que hemos creado, siempre buscamos un equilibrio, exploramos la tecnología sin perder la esencia”, explica Selivanova
La clave reside en encontrar un equilibrio que permita a los museos atraer a una audiencia diversa y comprometida sin sacrificar la profundidad y la calidad de la experiencia cultural. El objetivo debe ser utilizar el poder visual y de las redes sociales para enriquecer la experiencia cultural, no para diluirla.