Cultura

Pío Baroja: el reconocimiento que niega el Ayuntamiento de San Sebastián

El ayuntamiento vasco resiste cualquier reconocimiento plural, heterodoxo o disidente del nacionalismo

Cada día que pasa, un nuevo absurdo nos hace olvidar el anterior... A pesar de mi supina ignorancia, me siento obligado a escribir de nuevo sobre esto en Vozpópuli. Esta vez sobre Baroja. Decía Azorín que para Baroja existen dos absurdos enormes e intolerables: la estupidez y la crueldad. Sus personajes pueden ser aventureros, conspiradores, mendigos, callejeros... En las escuetas descripciones del autor hay siempre un poso de humildad. Austero, directo y partidario del despotismo ilustrado, a Baroja le acompañó durante su existencia una melancolía irremediable.

En el prólogo de La guerra civil en la frontera, Baroja comienza explicando que había empezado a escribir un libro de memorias pero que no tenía ganas de continuarlas porque lo que podía contar de su vida era “bastante mediocre y triste”. No quiso ser un héroe, tan solo un espectador curioso, un cronista de su tiempo. En esta época nuestra, tan propensa al coaching y a solemnizar obviedades, el autor vasco es oportuno pues renegaba de las utopías y las respuestas fáciles a los problemas reales. Baroja se mostraba escéptico, ajeno a cualquier charlatanería y lejos de cualquier certeza. Quizá por eso abordó el problema que planteaba la lucha entre el pensamiento y la acción: “A mí me parece que hay que dejar libertad al pensamiento, pero no a la acción. Pensar lo que se quiera, pero no matar ni robar (…)”. Temía Baroja que el idealismo desatara las pulsiones mortíferas de los hombres. Y tenía razón.

Baroja y los argumentos incomprensibles

El mismo Ayuntamiento de San Sebastián que denegó hace unos meses la medalla de la ciudad al heroico periodista José Mari Calleja, niega este reconocimiento a Baroja en el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento. La propuesta fue realizada por el grupo municipal del Partido Popular, a cargo del concejal Jorge Mota. Todos los partidos se opusieron con argumentos incomprensibles. Al parecer, Baroja no supo amar suficientemente a su ciudad y por ello debe ser suspendido en el inevitable y recurrente examen de identidad nacional (o local). Sospecho que al propio Baroja esta polémica le importaría bastante poco, pero a mí este desprecio me parece un síntoma más del sectarismo habitual que nos asfixia. El rechazo a Baroja y a Unamuno es el rechazo a todo aquello que huele a heterodoxo, a la pluralidad, a los disidentes del nacionalismo.

No clasifiquéis a Baroja en ningún casillero político ni estético", advierte Azorín sobre Baroja

Chaves Nogales era director del periódico Ahora, en el que Baroja colaboraba. Ninguno de los dos quiso adscribirse acríticamente a ninguna de las ideologías totalizadoras que pretendían salvar el mundo. Y confieso que discrepo de la posición política de Baroja, basada en una inmediata desconfianza hacia la República, o su “falta de compromiso” que diría Ionesco. Era un hombre repleto de contradicciones, cierto. Así era, porque escapaba de cualquier dogmatismo (aunque su exaltación de la ciencia me parece excesiva). Y sin embargo quienes le niegan ese reconocimiento cívico desprecian la dimensión universal de su obra. Al menos nos queda el derecho a discrepar, una vez más, de la doxa “nacionalista” y sus tontos útiles, (aún sabiendo que el narcisismo unido, jamás será vencido).

Azorín ya lo advirtió en 1912: “No clasifiquéis a Baroja en ningún casillero político ni estético. Su pluma busca instintivamente dónde está la estupidez y dónde está la crueldad; como estupidez y crueldad hay en todas partes, difundidas por todo el tejido social, arriba y abajo, Baroja, al combatir, al execrar, al cauterizas esos dos males, se nos presenta aristócrata unas veces, demócrata otras”. En efecto, desde una antiretórica eficaz, Baroja denunciaba fríamente los crímenes y los discursos de odio, independientemente de quién los cometiera y de quién los pronunciara. No juzgaba los hechos en función de la procedencia de las ideas. Simplemente mostraba la realidad humildemente, con su mirada escéptica y un estoicismo propio de los sabios.

Cada día que pasa, un nuevo absurdo nos hace olvidar el anterior... San Sebastián no es la vanguardia de la estupidez, ni mucho menos: en Italia ha surgido un movimiento que pide derribar una estatua de Dostoievski. En este caso, el alcalde de Florencia – en un ejercicio de pedagogía democrática poco común – ha explicado que es a Putin a quien hay que parar, y no a la cultura rusa. 

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