El tío Bob está cascarrabias. No se adapta bien a los tiempos que cambian y, en vez de abandonarse al viento, toma cartas en el asunto. Eso de "Forever young" se lo podrá aplicar en espíritu, no en sus decisiones, cuando totalitariamente decide impedir al público el uso de móviles durante el concierto con una bolsita muy perra que limita la satisfacción de la nomofobia. Eh, me parece bien. De vez en cuando hay que ponerse un poco nazi con según qué cosas, aunque a uno se lo conozca por su hippie soul. Amar el venazo tarado de un músico es experimentar un sentimiento honestamente sincero por él. Tampoco permitió el paso a fotógrafos profesionales, por eso los medios tiran de fotos de archivo.
Dylan lleva evitando entrar dócilmente en esa bella noche de colgar los instrumentos treinta años. Demonios, ¿te imaginas media vida saltando de escenario en escenario sin descanso? Supongo que ha llegado un punto en que Bob se siente como los reos de la película Cadena Perpetua. Tras una vida atrincherado sobre las tablas, bajarse de ellas debe provocarle un estado de ansiedad peliagudo. También hay que aplaudirle el mérito. Al lío, que Dylan está saliendo... En las privilegiadas instalaciones del Jardín Botánico de Madrid, un ajado cantautor con aspecto de Rich Texan gótico entra en escena a pegar tiros. En vez de dos revólveres del 34, carga un piano inmenso frente a él. Es un Pantera Blanca, con camisa negra, algo que en estos momentos de dictadura del chándal queda de lo más chulo.
El Papa folk se sostiene en pie con increíble determinación. Una penumbra minimalista lo atesora con luces tenues a sus espaldas. Parece una virgen bendecida por todos los músicos que lo alaban, en círculo, a su alrededor. Me recuerda a un Joe Biden musical. No me pondré poético, el venerable mito ya no habita entre el espacio y la materia. Es de carne y hueso, a pesar del aura vampírica que lo asola. Se lo ve lozano. Tiene el pelo teñido y las piernas ágiles al levantarse de su taburete para atizar las teclas. De hecho, no se mueve de ahí. Del piano, digo. No hay momento en que lo abandone.
En fin, sin pasarlo por alto, antes del concierto cae una tromba considerable. El calabobos empapa los calcetines, pero no decrece la pasión. Se han repartido a la entrada chubasqueros azules, gratis, lo que merece un: ¡gloria a la organización! Ahora, al inicio, esto parece un campo sembrado de prepucios-pitufos. Resulta irónico que la web de referencia dylaniana se llame Expecting Rain. Por fortuna, a lo que el tío Bob lleva un par de temas, la lluvia amaina. El cantautor ha debido hacer un pacto con el de arriba.
Dylan se ha marcado la del abuelo haciéndose con el control del mando de la tele, obligándote a tragar la película de vaqueros; esa que no te disgusta, pero tampoco te pone a tono
Entrando en el concierto, Zimmy (uno de sus apodos) pasa olímpicamente de los clásicos. No siente dolor de tripas por centrar el repertorio en los recientes Rough and rowdy ways y Shadow Kingdom (sus rebeldías octogenarias). Son álbumes cojonudos. Hay melodías arrulladoras, emocionantes, temas que asaltan con fuerza y son revelaciones fantásticas como "Crossing the Rubicon" o "To be alone with you". Eso no significa que ese estrafalario blues machaque las ganas de oír algo, un postrecito aunque sea, de discos como The Freewheelin..., Highway 61 Revisited o, ¡cojones!, Blood on the Tracks, sus grandes clásicos. ¿Dónde está esa voz nasal, Bob? Esa que lucía tan pistonuda cuando la encarabas con Johnny Cash en "Girl from the North Country". ¿Por qué falta justo ahora que tengo la ocasión de verte?
Dylan se ha marcado la del abuelo haciéndose con el control del mando de la tele, obligándote a tragar la película de vaqueros. Esa que, bueno, no te disgusta, se digiere, pero tampoco te pone lo que se dice a tono. Creo que el primer error de la música es tomarse tan en serio como para olvidar que hay un público al otro lado. Beatos que te rezan y sólo esperan a cambio un poquito de misericordia. El discreto milagro de hacerlos felices con un buen espectáculo, escuchando las canciones que han marcado sus vidas. Boo Wilbury (otro de sus apodos) se pasa por el arco del triunfo este compromiso, y parece que no le importa nada más que él mismo. Qué sé yo... a los mayores paciencia y respeto. Dicho esto, lo que hace, lo hace impecable.
Dylan con las botas puestas
La cita tenía papeletas para ser un genuino bodrio. Ir a la residencia a ver a los de la gayata cantar pasodobles y esas cosas. Al final Bob Dylan la ha tirado bien y fue un placer haberlo degustado. En su día fue la banda sonora de la esperanza revolucionaria. El alma danzante de un inextinguible canto a la juventud, a la poesía, al amor y sus descaros. Hoy, queda el recuerdo. Un testigo vivo de tiempos más ingenuos, esperanzados y románticos. El concierto acaba como empieza; burocráticamente. Sin grandes saludos. Teniendo el público que agradecer un “thank you”, que debería darse natural, pero que en Bob Dylan parece un regalo.
Si hay quien espera ver a la leyenda en su esplendor o quien sueña con catar el movimiento pendular del folk number one con su guitarra y su armónica, que se quede en casa. Ahora, si hay quien desea ver un buen directo, de grandes músicos blues, de un tipo que debería estar expirando sobre un ataúd y lo hace sobre un micro, vengan a ver a Bob Dylan.
Viejo, sí, pero, oye, finiquitado el concierto, yo diría que todavía le quedan años para jubilarse. Al menos, desde las gradas, eso es lo que parece.
Palacheca
Todos estos vejestorios se despiden de sus actividad artística 3 o 4 veces en la vida. Se ven que cuando se miran el saldo de la cuenta corriente no les queda otra que darle un empujoncito y vuelven a despedirse otra vez. Eso es extrapolable a los artistas españoles.
José
Muy buen artículo! A Bob es mejor escucharlo que verlo.
Urenga
"revelaciones fantásticas como [...] o "To be alone with you"" Será revelación el arreglo, porque esa canción data de 1969. https://en.wikipedia.org/wiki/To_Be_Alone_with_You
Urenga
Al leer esto me he acordado del concierto de despedida de Joan Báez en Madrid al que asistí. Me resultó absolutamente decepcionante, delegando los alardes vocales en su acompañante porque ella ya no era la Joan Báez que muchos hemos adorado, y deleitando (¿?) al tipo carroza-progre abundante en el público con coñazos oliendo a naftalina como el "No nos moverán". Para colmo, luego me enteré del apoyo sin ambages que esta señora venía ofreciendo desde hacía tiempo al fascismo separatista catalán. Qué decepción. SI hubiese conocido de antemano el nivel del concierto, me habría podido ahorrar unos lereles pero, bueno, siempre me quedará eso de poder decir "yo estuve en el último concierto de Joan Báez".