A finales de los 70, Michael Pye y Linda Myles dedicaron un extenso estudio a aquellos cineastas que desde finales de los años 60 y en los 70 cambiaron de manera irrevocable la manera de rodar películas y llevaron al cine sus nuevas ideas. En aquellas páginas, se refirieron a ellos como "movie brats", algo así como "los niños mimados" o "los mocosos del cine", que tenían algo en común: se trataba de la primera generación de cineastas que se había formado en escuelas de cine y que, además, había crecido con la televisión y se situaban en torno a una cinefilia sin precedentes.
Violencia, sexo y desenlaces alejados de un final feliz eran algunas de las características de estas nuevas voces que, como contrapunto con décadas anteriores, se alzaron por encima de los estudios cinematográficos. En ese momento, frente al poder de las grandes compañías emergía la voz autoral de unos nombres que han mantenido intacto su brillo hasta nuestros días y que, más allá de algunos aspectos comunes, destacaron por reivindicar una ficción diversa, en la que había espacio para la aventura y la fantasía, pero también para tramas más introspectivas o existencialistas.
Entre otros, figuraban entre aquellas nuevas voces Francis Ford Coppola, Steven Spielberg -el único que no recibió formación académica-, Martin Scorsese, Brian de Palma, John Milius, George Lucas y Paul Schrader. Todos ellos, a diferencia de sus predecesores, eran unos auténticos frikis del cine. En su libro Meditaciones de cine (Resevoir Books), publicado recientemente, Quentin Tarantino, cinéfilo hasta el tuétano, hace referencia a esta generación de cineastas, que disfrutó de películas que "los autores contestatarios no habrían visto ni muertos".
Así, y en referencia a Schrader, es tajante: "La mayoría de los directores de épocas anteriores no serían capaces de leer El estilo trascendental en el cine, de Paul Schrader, y mucho menos de escribirlo". En estas páginas, define un mundo visual atravesado por tres referencias: las de Yasujiro Ozu, Robert Bresson y Carl Dreyer.
"Los guiones no tratan de otras películas, tratan de personas. Los guionistas no deberían estudiar cine, deben estudiarse a sí mismos", señaló en una ocasión Paul Schrader
"Los guiones no tratan de otras películas, tratan de personas. Los guionistas no deberían estudiar cine, deben estudiarse a sí mismos", señaló en una ocasión Paul Schrader sobre la actividad a la que ha dedicado al menos los últimos 50 años de su vida, y a cuyo final se asoma con su último trabajo en el guion y en la dirección: El maestro jardinero, una mirada al odio y al perdón en sintonía con los temas que ha abordado a lo largo de su extensa carrera.
Paul Schrader y sus semillas
Al comienzo de esta película, su protagonista, Narvel (Joel Edgerton), escribe en un diario: "La jardinería es creer en el futuro. Es creer que todo ocurrirá según está planeado y que el cambio llegará a su debido tiempo". Minutos después, este horticulor responsable y meticuloso con su trabajo evoca con el olor de una planta asiática el mismo subidón que antaño sintió al apretar el gatillo de una pistola, y en ese momento Paul Schrader comienza a liberar la tensión acumulada en una historia que contrasta el presente impoluto del personaje con unos flashbacks violentos que le atormentan.
La película, que cierra la ‘Trilogía del hombre en la habitación’, que compone junto a El reverendo (2017) y El contador de cartas (2021), se presentó en la pasada edición del Festival de Venecia, donde recibió buenas críticas, e incluso se habló de una segunda juventud del cineasta, que, para esta redactora de Vozpópuli, a sus 76 años no parece haberse alejado ni un ápice de las estructuras ni del fondo de algunas de sus historias más relevantes, como Taxi driver (1976), el guion que escribió para Martin Scorsese, con la que ganó la Palma de Oro en Cannes.
En esa indagación en uno mismo que defiende Schrader encaja lo que Miguel Ángel Huerta Floriano afirmó sobre el guionista y director en el volumen que dedica a su obra y que publicó en 2008 la editorial Akal. "Temas como la depravación del hombre, la expiación limitada o la gracia irresistible establecerían el mapa genético de la parte más identificable de su filmografía, fruto natural del encuentro entre la experiencia y el pensamiento, la búsqueda y la renuncia, la culpa y la redención", escribe.
EL protagonista de 'El maestro jardinero' se presenta como una suerte de enciclopedia humana de botánica, capaz de encontrar símbolos, paralelismos y paradojas en el curso de la naturaleza y en el ritmo del crecimiento
En El maestro jardinero, que llega a los cines este viernes, el personaje de Narvel se presenta como una suerte de enciclopedia humana de botánica, capaz de encontrar símbolos, paralelismos y paradojas en el curso de la naturaleza, en el ritmo del crecimiento y en las sinergias con el mundo vegetal con las que el hombre modifica y amplía los límites de lo natural.
Así, cuando se habla de la vida útil de las semillas y de la capacidad inaudita que tienen para conservarse en algunos casos entre 850 y 1200 años, uno cae en cómo su personaje lleva las suyas grabadas en la piel, y en cómo, al mismo tiempo, el propio director tampoco puede desprenderse en sus películas del germen que le acompaña desde su infancia.
Paul Schrader no entró en una sala de cine hasta los 18 años. Hasta entonces, la férrea educación calvinista que había recibido en su casa por parte de sus padres le había alejado de toda posibilidad. La primera película que vio fue El profesor distraído (1961), de Robert Stevenson, aunque la película que realmente atrajo su atención fue El indómito (1961), de Philip Dune, y con aquella cinta, protagonizada por Elvis Presley, entendió realmente por qué se le había prohibido entrar en aquel mundo, tal y como señala en su libro Huerta Floriano.
Su rebeldía consistió, pues, en abrazar todo aquello que se le había negado en sus primeros años de vida. Además del sexo, tan prohibido en un ambiente puritano, como las drogas y el alcohol, que no podían formar parte de un aspirante a pastor protestante, se sumó una adoración por el cine que lo acompañó toda la vida.
La violencia secreta en forma de suicidio que vivió su familia, viendo como uno tras otro desaparecían varios miembros de su familia, así como la violenta educación que recibieron él y su hermano, Leonard, también guionista, formaron a su vez parte irremediable de sus películas. Y de su semilla sigue germinando un mismo patrón, incluso a pesar de acercarse a sus últimos trabajos, como él mismo ha señalado.