Francisco Silvela fue un presidente del gobierno notable, muy escrupuloso con la moral pública, y que dejó un texto célebre titulado Sin pulso luego de la pérdida de las colonias. Pocos conocen, eso sí, que coescribió una obra memorable llamada La Filocalia o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son antes de la revolución de septiembre de 1868. En esta divertida pieza, con un estilo admirable a lo Thackeray y que compartía autoría con el escritor reaccionario Santiago de Liniers, definía ser cursi como “una aspiración no satisfecha; una desproporción evidente entre la belleza que se quiere producir y los medios materiales que se tienen para lograrla”.
Este aserto es exacto para el libro que José Luis Rodríguez Zapatero ha pergeñado para la editorial Huso y donde parafrasea a “su Borges”. El evento de presentación de esta pieza, No voy a traicionar a Borges, tuvo lugar el lunes 27 en el Instituto Cervantes de Madrid. Aquello fue todo un guateque guchista con los gauchos de la izquierda más divina de la capital. Zapatero, acompañado por el lírico comunista (oxímoron) Luis García Montero, demostró que habla como escribe, sin ser esto una virtud. Presentó, de este modo, a Montero como un hombre que “acaricia las palabras con honestidad” y llegó a afirmar a propósito del cuento El Aleph que “el amor es lo único que se impone al universo”.
No, no estamos en los años sesenta, ni tampoco estaba vivo Emilio Castelar y su pico de oro; era solo Zapatero poniéndose “estupendo” en pleno 2021 con un García Montero como particular Latino de Híspalis. A pesar de los excesos del presidente/poeta, cosa no vista en castellano desde los ripios zapatistas del Subcomandantes Marcos, el político del PSOE se juzgó con honestidad “un intruso” en la literatura y afirmó que “todos los que me conocen saben mis limitaciones”.
Geometría grandilocuente
Estas limitaciones son evidentes no solo para ZP, sino para cualquier lector un poco informado: su libro tiene un pobre aparato de bibliografía y ofrece la impresión de panfleto rápido, con más texto citado que ensayo en sí, y que sorprende por su escasa preparación. El Zapatero sensible, lector de poesía (glosado hasta la náusea por Juan José Millás: ideólogo socialdemócrata) y nulo consumidor de ensayo, aparece aquí atribuyendo a textos como El Aleph solo una idea del amor eterno o citando con un genérico “influencia modernista” el esencial magisterio ultraísta del sevillano Rafael Cansinos Assens sobre el poeta argentino. De hecho, en el evento llegó a afirmar que considera “la literatura” como mejor y menos “rígida” que cualquier libro de ensayo historiográfico.
Siguiendo el magisterio de Alfonso Guerra, otro falso erudito, compara los poemas de Borges con las cantatas de Bach
Conduce estas afirmaciones en el opúsculo una prosa torpe, pensada en la reiteración de frases grandilocuentes acompañando las perfectas piezas geométricas de Borges -escritor analítico sin freno-, y confiando en que el lector despistado confunda al esperpento con la imagen original. No ha lugar: las subordinadas de Zapatero destacan por su torpeza sintáctica, su reiteración, además de una incapacidad de música verbal que contrasta con los elevados propósitos.
Una muestra de esta prosa campanuda es la definición de las emociones del ex presidente del gobierno respecto a El Sur y que podría ser un tema perdido de Miguel Bosé:
“Mirar, sentir, la experiencia sensorial con las cosas, el agua, las estrellas, el jazmín, y el pájaro dormido, el arco del zaguán, la humedad…”
Borges y Bach
No, no podría ser un gran escritor alguien que combina nombres y adjetivos como “prosa serena” o el inenarrable anglicismo “pesos pesados” tomado de la prensa deportiva y que habría provocado hilaridad al puntilloso Borges. Este hallazgo sería comentado de seguro con su amigo Adolfo Bioy Casares, los cuales crearían alternativas jocosas como “blancos blanqueados”, “amarillos amarillentos” o el mejor “socialistas socializantes” (es probable que Zapatero en algún discurso perdido haya utilizado esta expresión). Todo se corona con el delirante capítulo donde el expresidente, siguiendo el magisterio de otro falso erudito como Alfonso Guerra con Gustav Mahler (lean a la némesis de Guerra, Jorge Semprún), compara los poemas de Borges con las cantatas de Johann Sebastian Bach (pronúnciese el “Sebastian” como lo hacía el inolvidable Marcos Mundstock; voz cavernosa de Les Luthiers):
“Cuando leo a Borges siento a Bach. Cuando escucho a Bach siento a Borges. Los dos primeros minutos de la Cantata 140 de Bach es lo que más se asemeja a lo que pudo ser el comienzo del universo”.
El significante compartido en la conjugación de los verbos sentir y sentar hace visualizar a un Zapatero revisor en un tren acomodando a Borges y Bach al “comienzo del universo”. Qué pena que el tren es regional, la prosa chirría como rieles viejos y la única música es el sonido de fondo de una locomotora. Silvela, de nuevo: “lo indisculpable en la cursería es la contumacia y la complacencia en ella”.Pero quizá estos errores de estilo se podrían perdonar con una crítica seria, trabajada, al Borges político; totalmente “cancelado” en los tiempos actuales. Esto, incluso, resulta en el capítulo más bochornoso.
Cómo aprendí ser políticamente correcto
El político y literato Joaquín Leguina nos avisó en un libro ignorado aunque muy preciso sobre la pequeñez mental de Zapatero. Jesús Cacho recordaba también el prólogo del ínclito a De nuevo Socialismo de Jordi Sevilla donde afirmaba que “ideología” era “idea lógica” (sic). El periodista Arcadi Espada, quizá, fue el más exacto al juzgar que el expresidente del gobierno estaba “podrido de literatura” luego de la lectura de un prólogo sonajero a las Ficciones del escritor bonaerense.
Desarrolla, mal también, el odio fervoroso de Borges al comunismo que lo llevó a despreciar de por vida al autor Ernesto Sábatoy que podría dar pie a un buen comentario sobre el peronismo allí
Cualquier ensayo, con todo, no es tanto un ejercicio de estilo como un sistema de hipótesis que pretende erigir teorías novedosas que perduren. En ese sentido, Borges, el Borges político, podría ser un excelente tema para una defensa apasionada del ideal emancipador socialdemócrata en oposición a este “reaccionario irónico” (radiografía del autor argentino hecha por el escritor Francisco Umbral). Zapatero, en fin, vive por y para lo que digan de él en Prisa y los medios más a la izquierda y no dice nada. Una “nada nadiente”, si seguimos su magisterio. Así, en este capítulo fallido, los retruécanos inadvertidos abundan:
“Ese no hacer ficción con la política o en la política, supone, en mi opinión, una fidelidad al carácter puro de la ficción”.
Eco de la sátira cervantina de “a razón de la sinrazón, que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura” en esta frase donde disculpa al autor de su ideología. Recuerda, a pesar de todo, el inicial fervor juvenil del escritor por la revolución rusa, pero tapa con cierta inocencia su apoyo a los regímenes conservadores en el cono sur.
Desarrolla, mal también, el odio fervoroso de Borges al comunismo que lo llevó a despreciar de por vida al autor Ernesto Sábato y que podría dar pie a un buen comentario sobre el peronismo allí. Pero donde el “Bambi” socialista patina hasta romper el hielo con el conejo Tambor es cuando vindica a un imposible Borges “precursor” de su “alianza de civilizaciones”:
“Borges nos ilustró sobre la conveniencia de considerar no ajena y aún menos adversaria a ninguna cultura, a ninguna civilización. En todas ellas, la épica y el asombro han dejado a la historia momentos memorables”.
Borges espinoso
En un excelente y perseguido libro de Bioy Casares, Borges, la búsqueda simple sobre otras culturas da una cara bastante menos amable del autor bonaerense:
“A diferencia de los gringos aquí o de los judíos en muchas partes, los negros de los Estados Unidos son un problema real y no ficticio. Hay algo evidente en los negros que nos rechaza. Por eso los argentinos vemos a los brasileros como macacos”.
Esa memoria borgeana tiene un párrafo que tampoco deja en buen lugar a la capacidad analítica del instigador de la “memoria histórica”:
“Considerar enfermos a los que no son comunistas, como hace Mao, es un sofisma. Eso es peor que la Inquisición, que el nazismo. Comunismo y nazismo, bueno, ya se sabe: a choice of evils. Si hubiera que elegir, prefiero el franquismo”.
Cuando los liberales salvaron al Zapatero ensayista
En la introducción del libro, el político de León afirma que ha “querido evitar las notas” y da fe de ello en su bibliografía: apenas cuatro referencias fuera de la obra de Borges, la cual se cita en conjunto y sin mencionar sus cambios en las ediciones. Una de las cuatro obras citadas, un artículo del liberal argentino Martín Krause sobre “la filosofía política” del autor bonaerense, es el tercer resultado de la búsqueda con las palabras “Borges + política” en Google. Reconozcamos a Zapatero la inteligencia, al menos, de no citar la Wikipedia, ni AlohaCriticón, los dos resultados que lo preceden.
Este artículo de Krause se publicó en el gran proyecto intelectual de Federico Jiménez Losantos, La ilustración liberal: revista española y americana, que pretende crear un grupo de ensayistas contrarios a los dogmas socialdemócratas o comunistas. Es probable que al Zapatero ensayista, en su investigación insustancial por Internet, se le escapara esto: acababa de depender intelectualmente de su gran rival en prensa. De hecho, como ahorrándose unas horas de biblioteca, llega a afirmar en el libro que “basta con leer” el artículo de Krause para zanjar al escritor y sus opiniones políticas. Esto es una osadía para un autor que alcanza casi 10.000 referencias en cualquier base de datos de estudios literarios y que es casi un género en sí mismo.
Losantos, también, es otro creyente borgeano y es común la cita al escritor argentino en sus columnas contra nuestros peronistas con coleta o ahora sin ella. En su torpeza el político leonés, el héroe del sentimentalismo sentimental (sic) y otras expresiones huecas, acabó dependiendo de Krause y por ende de Losantos en su texto más trabajado fuera de Borges en este ensayo. Es imposible no pensar en la trama de un cuento de Bustos Domecq (trasunto del ilustre ciego y su pareja narrativa Bioy Casares) con esta paradoja. ¿El título? “Un modelo para la muerte intelectual”.