Más que informar, Carlos del Amor glosa. Lo saben los espectadores. Lo sabe él. Su estilo es, nunca mejor dicho, un asunto de dominio público. Desde hace 17 años el periodista se dedica a hacer información cultural en Televisión Española. Y aunque el motivo de esta entrevista no es su estilo ante las cámaras sino el lanzamiento de su tercer libro, Confabulación (Espasa), el tema se impone a la promoción de esta novela que el murciano dedica al olvido y a la fragilidad de la memoria.
El motivo de esta entrevista no es su estilo ante las cámaras sino el lanzamiento de su tercer libro, Confabulación (Espasa).
A lo largo de casi dos décadas, Carlos del Amor ha cultivado un tipo de reportaje que se mueve entre la prosa y la declamación, incluso la puesta en escena. Una forma de mirar y contar que él asume como propia. Y lo dice así, en dos platos, sin engolar la voz y asumiendo que él sólo pretende una cosa: que las personas levanten la mirada en medio de la cena para escuchar los datos de la exposición de la que informa o la película que reseña. "Habrá gente que le guste o no lo que hago, al menos prefiero despertar un sentimiento", dice. Y en eso, todo sea dicho, no falla. Nadie es indiferente a Carlos del Amor.
Y eso es, acaso, lo que busca en su segundo libro de ficción: generar en otros algo parecido a la angustia que en él produce el olvido. Con un lenguaje sorprendentemente más sobrio que el de sus reportajes, Del Amor narra en las páginas de Confabulación una historia que llegó a sus manos en una nota de la BBC y en la que se describía el Síndrome de Korsakov, un trastorno de la memoria en la que el cerebro da por ciertas situaciones que nunca han ocurrido. Es eso lo que le ocurre a Andrés Paraíso, el editor que protagoniza esta ficción y que da pie, en esta conversación, al dar y recibir de quienes intentan contarse más allá de la idea que otros han construido de ellos.
Sencillo, con cintura y capacidad suficiente para reírse de sí mismo y darle la vuelta a las preguntas con retintín, Carlos del Amor habla en esta entrevista de su estilo recargado, pero también sobre esos temas que le importan y a los que intenta honrar en las páginas de este libro.
-Su tercer libro. ¿Cómo hacen los periodistas, presentadores de noticias y gente que habita las redacciones para generar tanta obra?
-¿El tiempo? Pues yo también me lo pregunto. Transcurrió cerca de año y medio desde que la noticia que desencadenó el libro cayó en mis manos hasta que entregué el manuscrito en enero.
-El punto de partida es una enfermedad, la que sufre Andrés Paraíso, un hombre que se dedica a falsear sus propias vivencias. ¿Será eso pulsión?
-El protagonista del libro, Andrés Paraíso, está enfermo. Y él es consciente del mal que padece. Cree que aquellas mentiras que cuenta las ha vivido. Y eso afecta su vida.
-A muchos les ocurre en la vida real.
-Y en el periodismo. Lo hacen, además, de forma consciente. Viven una realidad paralela y nos la presentan como una verdad, para adoctrinarnos. Pero eso se acerca más a lo delictivo. Lo de Andrés Paraíso es una enfermedad, algo que él no puede controlar: él da sus recuerdos por ciertos. Pero, ante la duda sobre si ha cometido o no un asesinato, se detiene para ver qué ocurre dentro de su cabeza.
-Algo personal debió de identificar en aquel diagnóstico, hasta el punto de elegirlo como tema para una novela.
-El mundo de los recuerdos y el pasado siempre me ha obsesionado. El hecho de que desaparezcamos de la memoria de gente importante en nuestro entorno vital. Eso siempre me ha obsesionado. Me parece triste. Me obsesiona.
-¿Le preocupa que no lo recuerden?
-No –ríe, como si adivinara un lance-. Me gusta dejar un recuerdo agradable en la gente que me importa. Me preocupa que me recuerde mi pareja, mi hijo o mi madre. Cuando tienes un amor incondicional por alguien y ese recuerdo se vuelve difuso, desaparece. Eso me parece extraño: la capacidad que tiene el cerebro para expulsar presencias.
-¿Cuál es el mar de fondo de este libro?
-La memoria. La importancia de la memoria, de mirar atrás para avanzar. También la soledad, esa soledad en la que vive Andrés Paraíso, quien a pesar de estar trabajando rodeado de gente y de tener pareja, se siente así.
"Puedo hacer algo, mal, bien o regular, que puede gustar o no, pero puedo y sé hacer un reportaje de cosas reales"
-Andrés Paraíso es editor, un personaje que forma parte del espectro en el que usted se mueve.
-Siempre lo digo: tengo muy poca imaginación. Es decir, la tengo cuando trabajo con cosas reales. Puedo hacer algo, mal, bien o regular, que puede gustar o no, pero puedo y sé hacer un reportaje de cosas reales. Por ejemplo, el lugar donde estamos hablando.
-Admitámoslo, a usted le puede la lírica.
-Sí.
-Eso no me lo va a negar.
-Claro. Yo puedo hacer un reportaje sobre el camarero que está secando la copa allí, y describir la mirada que tiene. O también sobre cómo en este momento, en la mesa de al lado está Ian Gibson o acaba de pasar Joaquín Reyes. Puedo intentar construir un relato sobre todo eso, porque lo veo.
-Le cuesta imaginar, entonces.
-Sí.
-¿Un mal del periodismo?
-En el periodismo, como entres mucho en el terreno de la imaginación, tienes un problema.
-Y gordo, sin duda.
-Es un peligro.
-Curiosamente su libro es menos cálido que su prosa periodística. Es breve, directo. Desconcierta.
-¿Te refieres a que tiene menos floritura?
-Ajá
-Pues sí. Con respecto a mi anterior novela, El año sin verano, he intentado ser más seco y aséptico. Además, quería separarme del periodista que escribe para televisión. Que la gente que se acercara por primera vez al libro encontrara a alguien distinto. Me apetecía salir de la zona de confort en la que me manejo. Te pueden gustar o no, pero es lo que llevo haciendo desde hace 17 años.
Con respecto a mi anterior novela, El año sin verano, he intentado ser más seco y aséptico. Además, quería separarme del periodista que escribe para televisión
-La decisión de cruzar una línea fue porque… ¿le apetecía? ¿se lo ofrecieron?
-Las ganas existían pero siempre necesitas un empujón. Todo comenzó cuando recibí un mail de las editoras. Me comentaron que seguían mi trabajo en televisión. Querían saber si tenía algo escrito. Les comenté que tenía unos relatos. Ni proyecto de novela ni nada: relatos, un salto en el que me sentía más cómodo, porque sentía que tenía una red.
-¿Qué es exactamente lo que le parecía lo cómodo?
-Porque la distancia de un relato a un minuto de un televisión es menor. Y también porque hay un final. Y yo siempre trabajo viendo el final. Pasa con la televisión. Sé que empiezo, termino, se emite y ya está. En una novela a mi me produce zozobra no ver el final y no saber cuándo voy a terminar. En un relato puedo controlarlo. Tengo un horizonte. Así fue como se publicó La vida a ratos.
-Confabulación… El título engaña. Esperábamos un Thriller político.
-Cuando vi la terminología vulgar con la que se referían a esta enfermedad me sorprendió. Confabulación es algo que asocias más a partidos políticos, cajas B o conspiraciones que a una enfermedad mental.
-¿Dónde se gusta más? ¿En la prosa literaria o su prosa periodística?
-Me siento más cómodo en el quehacer televisivo. Llevo 17 años haciéndolo. Conozco los resortes para hacer un reportaje, a pesar de que cada uno sea un reto. Claro, aquí se me ha dado la oportunidad de dejar a un lado a ese periodista que escribe para televisión y que intenta adornar un reportaje de una forma que el espectador levante la cabeza en medio de la cena al menos para decir: cómo me pone de los nervios este tío.
"Yo no me pongo un disfraz en la mañana para ir al museo del Prado y contar que Las Meninas tienen vida propia"
-Habrá gente que te amará, claro.
-Bueno, sí, habrá gente a la que le gustará lo que hago, por algo llevo 17 años en televisión. Pero yo prefiero por lo menos despertar algún tipo de sentimiento.
-¿Carlos del Amor no se cansa de ser Carlos del Amor?
-Pero es que yo no soy… –Del Amor ríe -. Es como si le preguntaras eso a alguien que trabaja en un banco. Habrá días que sí y días que no. Pero yo no me pongo un disfraz en la mañana para ir al museo del Prado y contar que Las Meninas tienen vida propia. Doy un paseo por una exposición, me surge una idea y me apetece contarla de esa forma. Y si los seis o siete que vamos lo contamos igual, para eso que vaya la Agencia EFE y el resto nos dedicamos a picar el texto. Yo no cojo los dossier de prensa, porque caes en la tentación de copiarlo. Todos conocemos la fórmula para cambiar cuatro cosas de un dossier de prensa y presentarlo como tuyo. Pero yo no quiero hacer eso.
-Conoce el oficio, lo tiene medido. Pero en el cambio a la ficción pasa una cosa. A veces se escribe lo que puede, no lo que quiere. ¿Le pasó a usted?
-Una cosa es dominar un oficio y llevar 17 años en él. Aquí entro con mucho más respeto. Pero yo escribí lo que quise. No haría algo que no quisiera ni de una forma en la que no me gustara. Igual que en la televisión. No va a salir nada que yo no quiero que salga, sea un libro o una crónica televisiva.
"Yo intentaba, e intento, acercarme a las cosas sin buscar un atajo. Hoy podría escribir una crónica de la exposición de Ramón Casas, en Caixa Forum sin ir. Pero no lo hago"
-Cuando usted comenzó en la tele, ¿el lenguaje tenía tanto peso en sus crónicas?
-Sí. Llevo 17 años haciendo lo mismo. Lo que ocurre es que antes leía peor o escribía peor, conocía menos el trabajo con una cámara, que es fundamental. Yo intentaba, e intento, acercarme a las cosas sin buscar un atajo. Hoy podría escribir una crónica de la exposición de Ramón Casas, en Caixa Forum sin ir, sin verla. Tú podrías también.
-Cuidado con eso, ¿eh?
-Pero tú podrías también hacerlo. Conoces del artista, del contexto… Pero sería traicionarte. Prefiero ir, ver los cuadros, ver la cara de la gente viéndolos y trasladar eso a un reportaje.
-¿Qué figuras han sido importantes para usted importantes tanto en el registro de escribir e incluso en la puesta en escena televisiva?
-Hay muchos. Gabriel García Márquez, por el modo en el que periodísticamente hace literatura. Capote también. La forma de escribir minuciosa de Ian McEwan, en Sábado. El descenso a los infiernos de Amelie Nothomb, en Estupor y temblores. La forma que tiene Javier Cercas de mezclar realidad y ficción, por ejemplo en El impostor . También La carretera, de Cormac McCarthy.
Son casi las dos de la tarde. La conversación viene y va: desde las entrevistas de Joaquín Soler Serrano en las que Julio Cortázar o Jorge Luis Borges ocupaban el prime time de Televisión Española, hasta el influjo que produjo en Carlos del Amor los informativos de La 2. En el lobby del hotel donde esta entrevista transcurre entran y salen rostros conocidos. Saludan, a lo lejos, y Del Amor responde el gesto. Su estilo, otra vez, aparece en la conversación. Del Amor, que encaja bien, ríe. Aclara que su apellido no es un nombre artístico y que, aunque pocos, todavía quedan algunos Del Amor en Murcia. Entonces, el reportero levanta la vista y descerraja la mañana con una risotada. “¿Tú como que eres de las que me tiene manía, verdad?”.