Carlos Marques-Marcet estrenó en 2019 la película Los días que vendrán, en la que mostró el revulsivo que suponía la llegada de un bebé a la vida de una pareja, interpretada por los actores María Rodríguez Soto y David Verdaguer, pareja que en la vida real también había experimentado la llegada de un nuevo miembro a la familia. De aquel misterio, el director, guionista y montador ha decidido trasladarse casi a un proceso opuesto, la muerte, aunque vinculado con el deseo de transmitir lo abstracto y lo desconocido.
El cineasta sorprendió en la pasada edición de la Seminci de Valladolid con Polvo serán, un drama luminoso protagonizado por Ángela Molina y Alfredo Castro que mira de frente la muerte, en una coreografía fortuita con otras ficciones estrenadas este año como Los destellos, de Pilar Palomero, o La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, todas ellas centradas en los últimos momentos de la vida, y suma una nueva perspectiva a lo que él denomina el "elefante en la habitación", un asunto tabú en la sociedad que ha decidido contar a través de la danza y la música. El resultado, tan evocador como arriesgado y triunfante, acaba de llegar a los cines y en Vozpópuli hemos hablado con Marques-Marcet.
Pregunta: ¿Qué te mueve a hacer esta película?
Respuesta: Después de dirigir Los días que vendrán, que hablaba sobre el misterio del inicio de la vida, tenía ganas de hablar de su reverso. Pienso en la muerte cada día desde que tengo siete años y es algo que me convierte en una persona muy vitalista y muy entusiasta. Justo me explicaron unos amigos -ella actriz- que formaban parte de una asociación de muerte asistida en Suiza y querían hacerlo juntos. Con el tipo de relación que tenían sabía que lo iban a hacer y además decidí hacer una película para imaginarlo. Durante un mes trabajamos alrededor de esta idea y de poner en escena lo que les iba a suceder a partir de personajes ficticios, ayudar a imaginarse eso tan abstracto y raro que es imaginarse la muerte de uno mismo, más allá del duelo. Es una bestia de otro calibre, que no se parece a nada más.
P: Hay una decisión estilística en esa apuesta por el musical. ¿Lo consideras un atrevimiento y un riesgo o, por el contrario, algo natural para contar esta historia?
R: Era la única solución para hacerlo. Daba mucho miedo, obviamente, y no hay muchos referentes locales en los que mirarnos. Era reinventarse y ahí donde no hay un camino marcado, da vértigo. Por otro lado, el material nos lo pedía, y sentía que la mejor manera de acercarnos a eso tan difícil de lo que hablar era a partir de la música y la danza, y ahí se fraguó todo.
"Una vez se acabó el tabú del sexo, se sustituyó por el de la muerte, que es la actividad menos productiva que hay"
P: ¿Por qué la muerte está menos presente hoy en día, en comparación con otras épocas?
R: Es un tabú ahora, pero no lo era antes. Hasta bien entrado el siglo XX la gente se moría en sus casas, y antes del romanticismo, había otro concepto de la muerte distinto. El que se iba a morir sabía que iba a ocurrir y disponía de sus voluntades. Ahora, una vez se acabó el tabú del sexo, se sustituyó por el de la muerte, que es la actividad menos productiva que hay. Nos pone frente a la finitud, en un sistema en el que se supone que siempre se puede crecer, todo va a más, cuando crecer te lleva a morirte. La muerte es como el elefante en la habitación: todos sabemos que está aquí, pero hacemos que no está.
P: Este año se han presentado varias películas en el cine español que abordan la muerte desde diferentes perspectivas, como es el caso de Los destellos, de Pilar Palomero, o de La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar. ¿Es esto una coincidencia?
R: Hay algo que te hace pensar que la pandemia nos ha obligado a mirar la muerte de frente. A la vez, yo empecé con este taller al que hice referencia en 2019. Son esas casualidades que hacen que las cosas converjan en el mismo punto. Teníamos que haber rodado e 2022 y por varias razones se rodó el año pasado.
El tabú de la muerte
P: La muerte es un tabú. ¿Qué ocurre con la eutanasia?
R: Son dos cosas muy distintas: una cosa es el derecho a hacerlo y otra que estés de acuerdo en que alguien lo haga. Para mí es importante, y todas las asociaciones de muerte digna lo que buscan es que exista el derecho. Al hacer esta película, para nosotros era importante no solo esto, sino pensar en lo que no aparece en la ley y que damos por hecho. ¿Es justo que tomemos todas las decisiones pensando en uno? La libertad individual está enmarcada en un bien a la comunidad también, no estamos solos en el mundo. La película no se posiciona, sino que hemos intentado dibujar diferentes puntos de vista. De todas formas, la película habla de esta situación tan rara y cómica que supone afrontarlo no tanto para juzgarlo, sino para que la gente salga del cine, tome una caña y hable de ello. Nos interesa fomentar ese debate sin tener que juzgar de antemano para reflexionar en la complejidad que supone.
P: Ángela Molina encarna a uno de los muchos personajes que aparecen en la última película de Costa-Gavras, que compitió en la pasada edición del Festival de San Sebastián, El último suspiro, que precisamente aborda la preparación ante la muerte, así como los cuidados paliativos. ¿Qué reflexiones surgieron del trabajo con ella y cómo le pudo influir tener que preparar dos papeles similares?
R: La película de Costa-Gavras se rodó después. Obviamente hablas de estas cosas, aunque en realidad no solo habla de la muerte y de cómo prepararse para eso, sino de los afectos, cómo nos relacionamos los unos con los otros. Cómo confrontar ese momento, pero también cómo compartirlo. De esa necesidad y esa desesperación y esa necesidad de afectos, y dónde está el límite entre el amor y la dependencia, de ahí surgía esta película vitalista sobre cómo pensar y confrontar al final.
P: ¿Cómo casa con tus anteriores proyectos?
R: Es una continuación y esta película no existiría sin Los días que vendrán. Trabajar en el misterio del principio de la vida me ha llevado a esta, y la manera de trabajar ha sido la misma, aunque también es verdad que he contado con más presupuesto, y me ha permitido tener más medios y hacer la película de otra manera. Además, hay un centro emocional, me siento en ella con menos miedo y pudor. Antes me daba miedo e intentaba esconderme tras la historia.