Fue escritor, químico y superviviente; en ese orden. También preso de los nazis, partisano, testigo del horror y víctima de esa culpa que persigue a los que logran escapar del infierno. Esto es un hombre. Esta es la historia de alguien cuya biografía resuena en la Europa contemporánea, tan emperrada en vivir instalada en el olvido aunque tenga muertos suficientes para empedrar un siglo entero. Esta es, pues, la vida de Primo Levi, quien nació en Turín tal día como hoy, un 31 de julio pero de 1919. Este año se cumple el centenario de su llegada al mundo, y 32 desde que el 11 de abril de 1987 se arrojara por el hueco de la escalera, aguijoneado a partes iguales por la vida y la muerte, la que él conservó y la que otros perdieron.
Tal y como narra en El sistema periódico, un volumen híbrido en el que escribe en clave de relato muchos episodios de su vida, se integró durante tres meses en un grupo de la Resistencia durante el otoño de 1943. En plena Italia gobernada por Benito Mussolini, los jóvenes se organizaban en pequeños grupos partisanos como forma de resistencia ante las llamadas leyes raciales, que contemplaban la deportación y la muerte para todo aquel que cumpliese con los supuestos contemplados en cada una de ellas. Él los cumplía, por supuesto. Era judío.
Se cumple el centenario de su llegada al mundo, y 32 desde que el 11 de abril de 1987 se arrojara por el hueco de la escalera, aguijoneado a partes iguales por la vida y la muerte
A él y sus compañeros los arrestaron en diciembre de 1943. Pasaron un mes en la cárcel de Aosta. Un mes más tarde, el 22 de febrero de 1944, fueron deportados a Fossoli primero y a Auschwitz después. Primo Levi pasó ocho meses en el campo de concentración, ahí le tatuaron el número 174489. El joven licenciado en Química consiguió mantenerse vivo gracias a sus conocimientos. Los alemanes lo ‘emplearon’ en una factoría de I. G. Farben. Emplear es un eufemismo: era una prórroga, una forma de esclavitud. Todo el que fuese útil permanecía con vida. Ocurrió lo mismo con Luciana Nissim, compañera partisana en Turín, quien consiguió salvarse a cambio de trabajar como médico en los dos campos donde estuvo: Birkenau y Buchenwald.
Primo Levi fue uno de los 24 supervivientes de los casi mil judíos deportados. Regresó a Turín en 1945, vivo, y aguijoaneado por el malestar que eso parecía desatar en su interior. El escritor consiguió sobrevivir a Auschwitz , pero no a su recuerdo de ceniza y muerte. Le horrorizaba que el revisionismo y el negacionismo crecieran en Europa. A Primo Levi lo atenazaba entonces -nunca se libraría de ella- la sensación de haber regresado a un mundo que ya no reconocía y que nunca podría ser nuevo. Recién llegado a su ciudad, consiguió un empleo en la fábrica Pont de Nemours & Company, en Turín.
La Europa de aquel momento, dolida y paralizada ante el horror de la que había sido víctima y perpetradora, nada quería saber del Holocausto
Algo no era suficiente en aquella nueva vida, por eso el joven químico trabajaba con pinturas de día y escribía de noche. Levi comenzó a ponerlo todo por escrito: las cosas que había visto y escuchado, conversaciones y episodios. Sus pensamientos y obsesiones se multiplicaron en forma de notas que apuntaba sin orden en pequeños pedazos de papel o en el reverso de las cajetillas de tabaco y los billetes de tren, como si cualquier superficie fuera propicia para emulsionar aquel horror. De aquellos apuntes surgió Si esto es un hombre, un manuscrito en principio rechazado por la editorial Einaudi.
La Europa de aquel momento, dolida y paralizada ante el horror de la que había sido víctima y perpetradora, nada quería saber del Holocausto ni de la Segunda Guerra Mundial, así que Levi publicó Si esto es un hombre de manera casi simbólica en una editorial minúscula. Diez años después, en 1956, Einaudi rescató el libro. Desde entonces no ha dejado de reeditarse y es uno de los más reclamados de su catálogo. Gran parte de la literatura de Levi gravitó alrededor de aquella experiencia devastadora que lo convirtió, al mismo tiempo, en fantasma y escritor.
"Quien ha esperado que su vecino acabara de morir para quitarle un pedazo de pan puede ser inocente, pero está señalado, condenado, maldito"
Cuando se cumplieron diez años del suicidio de Levi, el Corriere della Sera publicó un texto inédito de Levi que Enric González tradujo y publicó en una de sus piezas informativas como corresponsal en Italia. Era un guión radiofónico propuesto en 1963 a la RAI, la radiotelevisión pública italiana. El texto hablaba de los últimos días en Auschwitz, "con los alemanes ya huidos y los enfermos abandonados". En una de sus líneas, Primo Levi escribe: "26 de enero. Estamos solos, abandonados en un universo de muertos y larvas. El último rastro de civilización ha desaparecido de nuestro alrededor y de nuestro interior".
Empujado por el abatimiento, Levi continúa describiendo: "La obra de bestialización emprendida por los alemanes triunfantes ha sido cumplida por los alemanes derrotados. Es hombre quien mata, es hombre quien sufre o comete una injusticia: no es hombre quien ha perdido toda decencia y comparte su lecho con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino acabara de morir para quitarle un pedazo de pan puede ser inocente, pero está señalado, condenado, maldito".
En ese texto queda encuadernado, como en aquellas lápidas que describió Nabokov, la vida de un hombre que nunca huyó del todo, alguien que había muerto mientras intentó mantenerse con vida. Aunque intentó liberarse escribiendo y dando sentido a aquel horror, Primo Levi nunca dejó de ser un preso. Permaneció encarcelado en el barracón de aquellos recuerdos que le pisaron los talones hasta encaminarlo al hueco de la escalera con el que puso fin a una profunda depresión que ni los antidepresivos ni los antipsicóticos pudieron combatir.