Introducimos las coordenadas y nos vamos a los soleados setenta, los orígenes de todo el concepto de horterismo español. El gran Alfredo Landa, además de uno de los actores más completos de nuestro currículum artístico, fue uno de los pocos capaces de bautizar con su nombre a todo un género. Pero el landismo contiene al menos otro estereotipo, de esos que se resisten a abandonarnos pese a que ya llevamos varias mutaciones de hipsters urbanos: el macho ibérico español bautizó, con sus poco más de metro sesenta y alto nivel de frondosidad capilar, los anhelos e ilusiones de un país a punto de superar décadas de freno libertino, y eso no hay quien nos los quite.
En paralelo al landismo, Pajares y Esteso profundizaron en el concepto y sacaron petróleo, gracias al enorme corpus cinematográfico de los Ozores. Su Opus Magnum podría ser perfectamente Los Bingeros (1979), un icono de la época que reflejó las inquietudes del cine del destape: después de una dura jornada de trabajo, en vez de regresar a casa con la parienta mola más tomarse unas cañas y echarse unos buenos cartones.
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Convenientemente actualizado y agitado, Santiago Segura ha repasado con la saga Torrente los más oscuros y atávicos impulsos de la piel de toro. España se ha democratizado, sí, pero no tanto, y en la conciencia del país todavía se recuerda el punto de partida. La picaresca patria pervive, mezclada con la mugre del paso del tiempo, montañas de tebeos de Ediciones B y algunos capítulos de Corrupción en Miami. Algunos no necesitamos disculpas para disfrutarlo, pero si les gustan las de tipo junguiano, también la tenemos: Torrente es el chorizo que sale en las noticias, la maruja portera que te grita desde el programa de sobremesa. Y en la próxima se va a Eurovegas.
Kika (1993), uno de los primeros (leves) desencuentros de Almodóvar con la crítica, pasó a la historia del cine español por su redefinición de lo hortera, único motivo de ser de una película entregada a los excesos del director manchego. Al menos, la película se sirve de una estupenda Verónica Forqué una actriz infinitamente superior a las actuales chicas Almodóvar, y que por alguna razón parece haber desaparecido en la lista de presencias recurrentes del director. Los detractores del director, los que siempre le acusan de lo mismo, pudieron afilar los cuchillos este mismo año con Los amantes pasajeros. ¿Y saben qué? esta vez tenían razón.
En esos mismos años noventa, Bigas Luna nos daría también Jamón Jamón (1992) y Huevos de Oro (1993), dos nuevos iconos del hortereo de la piel de toro. El fallecido director alcanzaría cotas aún más altas con Yo soy la Juani y que sería su última película, Gigi Hollywood, pero nada como la dupla protagonizada por un lozano y fuertecito Javier Bardem. Repletas de erotismo de pata negra y lugares e imágenes para el recuerdo (ese aquí te pillo bajo un toro de Osborne), las del director barcelonés son dos monumentos a lo hortera que reflejan perfectamente los monstruos de la (más o menos) próspera España de los noventa. O en otras palabras, lo que pasa cuando el hortera de tu barrio se convierte en un rico empresario. Todo ello entre primeros primerísimos planos del paquete de la estrella internacional más protestona del cine español.
Acabamos el recorrido regresando al presente, con el marcador de la máquina del tiempo señalando ahora el año 2010. ¿Acaso se creían las quinceañeras que estaban a salvo de nuestras garras? Mentiras y Gordas, A tres metros sobre el cielo,... los dimes y diretes románticos de la nueva generación de actores españoles de Antena 3 y Telecinco se merecen un puesto de honor en nuestro repaso a lo hortera. Y esta vez no lo disculpa eso de estrenar democracia: a golpe de hormona metida en el horno y pectoral tieso, la apología del macarra meloso de Mario Casas, Hugo Silva y compañía, haciendo dominadas para deleite de su público juvenil, satisface más o menos los mismos impulsos que las anteriores, solo que para una audiencia de vida más confortable.