Cultura

¿Cómo ha cambiado la imagen de Israel desde su fundación? “El adolescente que no quería crecer”

¿Por qué la imagen exterior de Israel ha cambiado tanto durante las últimas décadas?

  • Una imagen de la Marcha de las Banderas en Jerusalén. -

“Visto desde el exterior, Israel se sigue comportando como un adolescente: consumido por una frágil confianza en su singularidad; seguro de que nadie le entiende y de que todo el mundo está contra él; lleno de amor propio herido, rápido en ofenderse y en ofender. Como muchos adolescentes, Israel está convencido — y empeñado en demostrarlo agresiva y repetidamente — de que puede hacer lo que quiere; que sus actos no tienen consecuencias y que es inmortal”, la persona que escribió este texto nació en una familia judía, y fue un sionista de izquierdas convencido que acudió a Israel como voluntario durante la Guerra de los Seis Días. Lo que realmente importa de la biografía de Tony Judt no era su origen judío, sino sus trabajos académicos por los que ha sido considerado uno de los historiadores mas influyentes de la segunda mitad del siglo XX, con su obra Postguerra: una historia de Europa desde 1945, como referencia para el periodo. 

En 2006, aprovechando el Día de la Independencia de Israel, el historiador repasaba en un artículo para el periódico israelí 'Haaretz', las casi seis décadas de existencia del estado en el que un día soñó realizar "un país socialista y comunitario". El texto, titulado “Un país que no quería crecer”, apareció posteriormente en obras traducidas como El olvidado siglo XX. Se trataba de un demoledor artículo que analizaba la imagen exterior que Israel transmitía a comienzos del siglo XXI. La principal hipótesis era la continua degradación de la reputación del país y levantó una ola de protestas tanto en Israel como Estados Unidos. Antes de seguir con el argumento de Judt, usted, querido lector, ¿qué imagen tiene de Israel? Piense en la primera imagen que le viene a la mente al pensar en el país. Luego retomaremos este punto.

El historiador marcaba la Guerra de los Seis Días, como un momento crucial en el cambio de la imagen exterior de Israel. “Antes de 1967 puede que el Estado de Israel fuera pequeño y estuviera en guerra, pero en general no era odiado; desde luego, en Occidente no”.  Judt marcaba este conflicto y la continua ocupación sobre los territorios palestinos, como elementos clave en la degradación de Israel. Y no parece que el historiador exagerara al señalar el oscurecimiento de la percepción internacional de Israel con el paso de las décadas.

El oasis democrático de Oriente Próximo

Durante decenios, Israel había conservado la estampa de una sociedad ultramoderna, demócrata y libre, construida, en gran parte, por los supervivientes del Holocausto. Miles de personas que habían visto y olido el exterminio de su pueblo en las chimeneas de Auschwitz o Treblinka formaban ahora una sociedad próspera. La diversidad era tal que permitía que en este nuevo pueblo heroico se pudieran ver representados desde el más liberal hasta los socialistas colectivistas. 

Era el oasis de la democracia nacido en medio de dictaduras y regímenes bárbaros anclados en la Edad Media. Pero este vergel del mundo libre se fue secando a medida que Israel violaba permanentemente la legalidad internacional. Retomando la pregunta que le hice unas líneas más arriba, si ha imaginado algo relacionado con la fuerza militar israelí, comparte lo que Judt consideraba el icono de Israel en el exterior al comienzo de este siglo XXI: “La estrella de David grabada sobre un tanque. Hoy sólo una pequeña minoría de extraños ve a los israelíes como víctimas. Las verdaderas víctimas — ahora se acepta a nivel general — son los palestinos. De hecho, los palestinos han desplazado a los judíos como la emblemática minoría perseguida: vulnerables, humillados y sin Estado”, afirmaba el historiador.

La estrella de David grabada sobre un tanque

Los vídeos de adolescentes tirando piedras frente a francotiradores, el tirachinas frente al tanque y, en el fondo, el balance de bajas civiles entre palestinos e israelíes en las últimas décadas agravan esta representación. El emblema del pueblo más perseguido en Europa hasta el punto de la aniquilación se ha convertido, a ojos de gran parte del mundo occidental, en el logo de, “en el mejor de los casos, un colonizador ocupante; en el peor, el de la Sudáfrica de las leyes raciales y los bantustanes”, destacaba Judt.

En este último capítulo del conflicto se ha vuelto a ver otra dualidad que apuntaba Judt hace 17 años: “Las contradicciones de la forma en que Israel se presenta a sí mismo — «somos muy fuertes/somos muy vulnerables», «controlamos nuestro destino/somos las víctimas», «somos un Estado normal/pedimos un tratamiento especial» — no son nuevas: han sido parte de la peculiar identidad del país casi desde el principio”.

Los acontecimientos de los últimos días parecen encarnar esta dualidad, el gobierno más ultra, el más testosterónico, el que más violencia verbal ha desatado con las salidas de tono racistas del ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir; es el que más vulnerable se ha mostrado al verse incapaz de repeler un ataque en el que los terroristas de Hamás pudieron dar rienda suelta durante horas a su crueldad con civiles y militares israelíes.
Después llegó el tradicional ritual, tan buscado por los terroristas de cualquier parte del mundo, de la acción-reacción. Cuando el mundo entero se estremecía por los 1.400 israelíes muertos y los cerca de 200 secuestrados por parte de Hamás, el gobierno israelí tardó menos de una semana en duplicar la cifra de civiles palestinos muertos. Antes del ataque al hospital Al Ahli de la ciudad de Gaza, del que todavía no está clara la autoría cuando se escribe este texto, habían muerto 2.800 palestinos por los bombardeos de Israel. ¿Uno de los mejores ejércitos y uno de los más avanzados servicios de inteligencia del mundo no puede responder al sanguinario ataque de los terroristas de Hamas de una forma más quirúrgica? 

Auschwitz no es una respuesta aceptable

Judt también atacó el victimismo del Estado de Israel ante cada nueva escalada del conflicto, hasta el punto de considerarlo “manía persecutoria” sin ninguna credibilidad fuera de sus propias fronteras. El historiador consideraba que “ni siquiera el Holocausto puede seguir utilizándose como excusa para su conducta”, y que, especialmente las poblaciones más jóvenes no comprenden que se invoquen las cámaras de gas para permitir el comportamiento inaceptable en Gaza o Cisjordania. “A los ojos del mundo, el hecho de que la bisabuela de un soldado israelí muriera en Treblinka no es excusa para que él maltrate a una palestina que espera para cruzar un puesto de control. «Recuerda Auschwitz» no es una respuesta aceptable”.

Por último, también desmontaba el silogismo, de nuevo victimista, por el que cualquier crítica a Israel era tachada como antisemita. Judt alertaba de que este razonamiento corría el riesgo de la afirmación autocumplida al identificar las acciones reprochables de Israel como “acciones judías”. 

Mala imagen internacional

Judt terminaba su texto con su percepción personal de que incluso en Estados Unidos, el país con mayor apoyo a Israel, las cosas estaban cambiando con una visión cada vez más negativa del país y una mayor empatía con la causa palestina. Las casi dos décadas que han transcurrido desde el artículo de Judt parecen fortalecer la hipótesis principal del texto. La imagen exterior de Israel sigue deteriorándose y ni presentándose como el baluarte contra el terrorismo islámico, que ha llenado de sangre y terror el corazón de Europa, parece haber cosechado simpatías.

Una encuesta realizada por la BBC en 2013 a más de 26.000 personas a nivel internacional situaba a Israel cuarto por la cola de los países más populares del mundo, un puesto por debajo de Rusia y solo por encima de Corea del Norte, Pakistán e Irán. 

En otra consulta realizada el pasado mes de mayo por la encuestadora YouGov apuntaba a que en todos los países occidentales la postura más repetida era no posicionarse entre Palestina e Israel, pero, salvo Estados Unidos y Alemania, existía una tendencia a inclinarse del lado palestino, con España, Suecia y Reino Unido como los países más propalestinos.

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