Benito Pérez Galdós la llamó "la de los tristes destinos". Acertó el escritor en su descripción de Isabel II. Vilipendiada y amada a partes iguales, fue reina de España entre 1833 y 1868, uno de los períodos más complejos y convulsos del siglo XIX español. No le faltaron arrestos y, todo sea dicho, devaneos. A pesar de eso, la monarca fue destronada por la Revolución Gloriosa. Y aunque el Estado parlamentario y el liberalismo político tuvo mayor puntería al momento de sacarla del juego, Isabel II tuvo que afrontar no pocos peligros y atentados, concretamente dos a lo largo de su reinado. El primero, en 1847, intento del que salió ilesa y el segundo, en febrero de 1852, del que se salvó de milagro, gracias a un apretado corsé que podrá verse a partir el próximo 29 de noviembre en el madrileño museo del Romanticismo.
Ocurrió en febrero de 1852. Isabel II se salvó gracias a un apretado corsé que podrá verse en el museo del Romanticismo a partir del 29 de noviembre.
Ya se sabe que ninguna de las prendas y objetos que se exhiben en las 26 salas de este museo son inofensivas. Ninguna. Desde la levita de Mariano José Larra –prenda romántica y liberal a más no poder- hasta la colección de abanicos del Trienio Liberal con el que más de uno mitigó los calores conspirativos del XIX. En esta ocasión el museo del Romanticismo da continuidad a su programa La Obra invitada, un proyecto que busca profundizar en el conocimiento del Romanticismo al mostrar temporalmente piezas de otros museos y colecciones privadas que normalmente no se exponen al público. En esta ocasión, la pieza invitada es el corsé de la reina Isabel II que salvó su vida en el atentado del cura y activista liberal Martín Merino. La prenda ha sido cedida por el Museo Arqueológico Nacional y permanecerá expuesta hasta el 17 de marzo de 2017.
Nunca tantos encajes escondieron tan celosamente los detalles históricos de una conspiración fallida. En sí mismo, el objeto es precioso. Con cierre de ojetes metálicos en la espalda, emballenado y con un escote de cinta bordada y puntilla de encaje, en el costado de la faja puede verse el corte ensangrentado del estilete que clavó a la reina el cura Merino, quien fracasó en su intento gracias justamente a las ballenas del corsé, que frenaron el cuchillo.
Todo ocurrió un día de invierno, el 2 de febrero de 1852. Isabel II se disponía a salir del Palacio Real para asistir a la Basílica de Nuestra Señora de Atocha con la intención de gracias al cielo por el alumbramiento de la infanta Isabel de Borbón. Justo cuando atravesaba una de las galerías del palacio, el cura Merino fue a su encuentro. Gracias a su ropaje de clérigo, no fue muy difícil pasar los controles de la Guardia Real. Cuando logró acercarse lo suficiente, con la excusa de entregar unos documentos, extrajo de su sotana un estilete de hoja estrecha y calada. Inmediatamente asestó una cuchillada en el costado de la reina y aunque intentó una segunda, la comitiva real lo impidió. La reina cayó de espaldas, al tiempo que el coronel de alabarderos Manuel de Mencos la protegió del atacante –aquello le valió a Mencos el título del marqués del Amparo-.
Lo que realmente detuvo la trayectoria fueron las ballenas, un imbricado sistema de piezas duras y flexibles
La reina fue asistida por el cirujano de Palacio, Melchor Sánchez de Toca, quien, tras asegurarse de que la hoja del puñal no estaba envenenada, comprobó que las heridas eran superficiales. El grueso manto que portaba Isabel II hizo difícil una herida profunda. Sin embargo, lo que realmente detuvo la trayectoria fueron las ballenas, un imbricado sistema de piezas duras y flexibles, confeccionadas con las barbas de los maxilares del animal que le da nombre. En efecto, las barbas de las ballenas eran utilizadas antes de la invención del plástico para la fabricación de múltiples objetos, pero especialmente de dos tipos: la corsetería (de ahí que todavía se hable de ballenas en vestidos y corsés, y para fabricar las varillas de paraguas y sombrillas debido a su solidez, ligereza y elasticidad, los mismos atributos que salvaron el pellejo a la reina Isabel II. No corrió la misma suerte su agresor. Tras ser despojado de su "dignidad" sacerdotal, el cura Merino fue condenado a muerte por garrote vil. Su cuerpo quedó reducido a cenizas.