Nada vuelve a ser igual para muchas personas después de un crimen. Nada. A veces, incluso, nada vuelve a ser igual para un ámbito mucho más amplio del que en apariencia limitan las relaciones personales del asesinado y su verdugo, sobre todo cuando se intenta justificar el ejercicio de la violencia en unos supuestos ideales de libertad que no convencen a nadie.
Ese es el caso del crimen de Capbreton, un doble asesinato cometido el 1 de diciembre de 2007 en el aparcamiento de una anodina cafetería de carretera en el sur de Francia que tuvo como protagonistas principales a dos jóvenes guardias civiles y tres miembros de ETA. El hecho provocó un aluvión de información en los medios de comunicación. Cada detalle que se conocía era un titular, cinco minutos de telediario, la apertura del boletín radiofónico… Sin embargo, como todo crimen, el tiempo borra poco a poco su recuerdo en la memoria de la sociedad hasta convertirlo en un número más de la cruel estadística de la violencia terrorista a la espera de que el juicio que estos días se celebra en París vuelva a revivir lo que ocurrió aquella mañana durante unos días más. Para entonces, sin embargo, muchos habrán olvidado el nombre de las víctimas, lo absurdo de su muerte, la crueldad de los asesinos.
Por fortuna en este caso, David Fernández y José Antonio Gutiérrez pusieron hace tiempo manos a la obra para que con el crimen de Capbreton no ocurriera lo que ha pasado con otros atentados que en su día dejaron huella y que hoy no son más que una cicatriz apenas perceptible en la epidermis de esta sociedad amiga de olvidar lo ingrato. Su libro, ‘Los de la ETA ha matado a tu hijo’, (Ediciones del KO) no es únicamente una foto fija de aquel instante en el que los disparos resonaron secos en el aparcamiento de la cafetería, sino una película detallada de lo que ocurrió antes y después del crimen a sus protagonistas. Es una radiografía completa del asesinato de Fernando Trapero y Raúl Centeno.
Alejándose del morbo con una pulcritud digna de elogio, los autores aportan datos desconocidos hasta ahora de aquel suceso y, sobre todo, un análisis detallado de la descomposición que sufría ya entonces la organización terrorista y de la que aquel crimen fue su demostración más fehaciente. Hay nombres, fechas, se enlazan personajes, se ponen en contexto determinadas actuaciones de los etarras… en definitiva, se explica el por qué de aquel doble crimen en toda su extensión hasta poner algo de luz –diría que mucha- a esa caída en barrena de la banda armada que la llevó a anunciar el alto definitivo de la violencia en octubre de 2011.
Por ello, en sus páginas no hay que busca literatura en el estricto sentido de la palabra, aquella que hace alarde de figuras y recursos lingüísticos para agradar al lector. Este libro es, en realidad, un gran reportaje –en el doble sentido de la expresión- en el que lo superfluo sobra porque los hechos no requieren de adornos para desgarrar. Y, como en todo gran reportaje, que nadie espere un final feliz.