Cultura

Hablemos de Azúa, por favor

Félix de Azúa entró a la RAE solo como él podría hacerlo: con elegancia. El filósofo, poeta, ensayista y novelista ocupó el sillón H con un texto que se valió de la serentipidad -encontrar aquello que no buscamos- para aludir a este mundo crepuscular, un lugar fronterizo en el que nos estrenamos como los últimos de un tiempo o los primitivos del que ya está en marcha. 

  • Félix de Azúa ingresa a la Academia tras leer un discurso que vertía lucidez en una época cándida

De pie, entre los vitrales que retratan a la Poesía y la Elocuencia como a dos mujeres-columna sobre las que se sostiene un gran templo –en este caso el del español, claro- , Félix de Azúa (Barcelona, 1944) leyó este domingo su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), institución que lo incorporó el año pasado a su claustro de intelectuales. Azúa pronunció su alegato ante un apretado auditorio de más de 500 personas, entre ellos el ministro en funciones de Educación y Cultura Íñigo Méndez de Vigo, las autoridades de la institución y una más que bien nutrida representación de editores, periodistas, escritores e intelectuales; aquellos que creen en las ideas que emulsionan el lenguaje. Sí, las ideas, esas que desaparecen a ratos de la cosa pública. Con la abolición de los sombreros, el viento se ha llevado también consigo la “vieja costumbre occidental de pensar”, a decir del propio Félix de Azúa en su libro Autobiografía de papel.

Félix de Azúa (Barcelona, 1944) leyó este domingo su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), institución que lo incorporó el año pasado a su claustro de intelectuales

La tarde del domingo 13 de marzo llegaba a su fin en Los Jerónimos cuando el intelectual catalán leyó Un neologismo y la Hache, discurso de incorporación con el que tomaría posesión del sillón labrado con la consonante muda y que había sido ocupado hasta entonces por el medievalista Martín de Riquer, fallecido en septiembre de 2013. El premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa sería el encargado de responder a Félix de Azúa con un acicalado discurso lleno de referencias divulgativas, a veces un tanto romas y escolares. Juicios que a la manera de flechas correctas pero pesadas acertaban blandas y sermoneantes en la diana intelectual de Azúa. La escena tenía algo de aliñada e irónica estampa. Una electricidad recorría el ambiente, acaso la de los muchos flashes que de un tiempo a esta persiguen el Nobel peruano. A donde quiera que va, acude del brazo de su nueva pareja, Isabel Preysler. Durante el acto, un avergonzado fotógrafo tuvo que sugerirle a la mediática Preysler que se apartara de las escena para poder retratar a Azúa y Vargas Llosa juntos. A pesar del tono verbenero -cada día más frecuentes- que imprimen estos episodios en algunos actos culturales, este fue un domingo vacunado contra la zafiedad y la picaresca. Nada podía hacer sombra a la fecha en la que Félix de Azúa hacía su entrada en el lugar que resguarda el único blasón que nos queda a los ciudadanos: el lenguaje.

Sólo faltó Carlos Barral, poeta y fundador de la editorial Seix Barral, quien, guasón y fulminante, parece haber intervenido desde un tiempo extinto para que fuese el peruano quien diera bienvenida al novísimo

De faltar alguien en aquel lugar, ese era justamente Carlos Barral, poeta y fundador de la editorial Seix Barral, quien, guasón y fulminante, parece haber intervenido desde un tiempo extinto para que fuese el peruano quien diera bienvenida al novísimo –Azúa formó parte de aquella famosa antología editada por el crítico José María Castellet-. En su discurso, como en su obra, Félix de Azúa hizo lo que mejor sabe: pensar narrando. Para conseguirlo se valió de una palabra alrededor de la serendipia , que alude al ‘hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual’. “La traigo a cuento —ha señalado De Azúa— porque hay una relación serendípica entre Martín de Riquer y quien ahora va a ocupar con gran humildad su sillón”. Azúa recordó cómo conoció a Riquer, en 1970, cuando este dio una conferencia en Barcelona, Armas y armaduras de los caballeros catalanes en la Edad Media. Nada más escucharlo, el joven Azúa, comenzó a pensar en la posibilidad una novela que las recuperara. “¿Era posible devolver a la vida esa colección terminológica de estampas léxicas medievales y renacentistas sin que pareciera una resurrección de cartón piedra?”. No llegó Azúa a concretar una novela caballeresca, pero sí una "aceptable". Se editó en 1982 con el título de Mansura. "Uno de mis valedores en esta Academia, Javier Marías, la acaba de reeditar por pura serendipia en su caballeresca editorial del Reino de Redonda", dijo.

Pero ahí no acaba el neologismo que titula el discurso, tampoco la larga caña del azar, qué digo de pescar, con la que Azúa tensó su relato y que Carlos Barral –gorra de capitán sobre la cabeza- parecía haber apañado en la cubierta de su velero para que todos picáramos y quedásemos incluidos en este Retablo. Sí, eso, uno en el que el artificio no lo incorpora la literatura, sino la vida. No en vano fue otra serendipia la que reunió a Barral y a un jovencísimo Mario Vargas Llosa que a finales de los 50 llegó a España con una novelita bajo el brazo -así se refiere siempre su autor para aludir a La ciudad y los perros-. En aquellos años, el editor y el novelista coincidieron mientras buscaban cada quien por su lado, un ejemplar de Tirant lo Blanc, una novela del autor medieval valenciano Joanot Martorell, prologado justamente por Martín de Riquer, el académico cuyo sillón –hache- ocupará de ahora en adelante Félix de Azúa.

La noticia del ingreso de Azúa en la RAE, que trascendió el 18 de junio pasado, fue una celebración entre los escépticos: algo parecía cocinarse en una Academia que se resistía a envejecer en la cómoda paz de lo polvoriento. Parece que este no va a ser el caso. Escarmentado por la experiencia -una expresión de Jordi Gracia que habría que convertir en prescripción contra la peste de la militancia-, Félix de Azúa se ha construido a sí mismo como un pensador que usa las palabras -piensa con ellas y a través de ellas- para no dejarse ganar por la candidez. A través de una obra donde se dan cita la poesía, el ensayo y la novela, además de la columna periodística, Azúa siempre ha sabido diseccionar una España y una Europa culturalmente pirotécnicas, aquellas en las que la rebeldía y la furia del Mayo Francés no fueron más que fuegos artificiales para despedir un mundo que llegaba a su fin. Por eso a Félix de Azúa le suenan a viejo todos los progresismos, algo que ha dejado muy claro en su obra y que salió a relucir en su discurso del domingo. Nunca una consonante tan silenciosa -la hache- habló tan claro. 

La noticia del ingreso de Azúa en la RAE, que trascendió el 18 de junio pasado, fue una celebración: algo parecía cocinarse en una Academia que se resistía a envejecer en la cómoda paz de lo polvoriento

Del mismo modo que aquellos hombres medievales estudiados por Riquer, Azúa y sus compañeros de generación "permanecieron fieles a una ideología perfectamente arcaica y muerta ya en el siglo XIII", dijo refiriéndose a las ideas comunistas, aquellas que, como él mismo glosó en Los Jerónimos, ellos consideraban "esperanzadoras” cuando en realidad ya habían fracasado en todas partes "con enormes carnicerías que podían compararse con las del Tercer Reich". No prescindió del humor, incluso hasta se permitió ahondar un poco más en el catálogo -cosas, ideas situaciones-  de asuntos que consiguen las personas cuando se dedican a buscar aquello que no se les ha perdido. Para dar aceite a un texto demoledor en su sobriedad, Azúa se permitió citar la viagra como hallazgo inesperado del viaje a las Indias

La respuesta de Mario Vargas Llosa a Félix de Azúa alabó el talante lúcido que ostentan el “pesimismo” y “radicalismo” de un independiente. Alguien capaz de llegar hasta la raíz de las cosas y que jamás “esquiva el bulto a los grandes temas de actualidad, por riesgosos que sean”. El autor de Las cinco esquinas se refería a la sistemática y "ejemplar" oposición de Azúa ante el independentismo catalán. Sobre su calidad literaria, el Nobel se aplicó con enjundia en la faceta ensayística del nuevo académico. "Después de la muerte de Octavio Paz, no creo que haya en nuestra lengua un ensayista más personal, cosmopolita e ilustrado que Félix de Azúa", aseguró el peruano, quien se recreó en la "personalidad refractaria, díscola y altiva" de un autor que alcanzó su punto literario más alto con la trilogía que conforman Autobiografía sin vida, Autobiografía de papel y Génesis. No faltaron reproches de Vargas Llosa a la frivolidad de la prensa, abandonada al espectáculo y desprovista de una crítica literaria en condiciones, incapaz de producir sentido sobre aquello que recibe de quienes hacen literatura. No faltó tampoco el humor del discurso del Nobel, quien aludió el pánico y la consternación entre las gallinas, dijo con chanza pero tratando de plumíferos a sus colegas, a cada cual más distinto del otro en el gallinero de la RAE. 

A la ceremonia, presidida por el ministro de Educación y Cultura en funciones, Íñigo Méndez de Vigo, asistieron numerosos académicos, tanto de la RAE como de otras Academias: el actual director, Darío Villanueva así como Arturo Pérez-Reverte; Javier Marías; Juan Luis Cebrián; Carme Riera; el siempre expansivo y vital Álvaro Pombo y Luis María Ansón, entre otros. Asistieron también representantes de las universidades y escritores como Fernando Savater, Vicente Molina Foix, Andrés Trapiello, Jon Juaristi, Arcadi Espada, Javier Gomá y Patricio Pron. La concurrida lista se completó con la secretaria de Estado de Investigación, Carmen Vela; la directora de la Biblioteca Nacional, Ana Santos; el expresidente del Senado Juan José Laborda; la exministra de Cultura Ángeles González Sinde y editores como Claudio López Lamadrid, Pilar Reyes o Pilar Cortés

No faltaron reproches de Vargas Llosa a la frivolidad de la prensa, abandonada al espectáculo y desprovista de una crítica literaria en condiciones

Con un severo traje de etiqueta y ataviado con el cordón que lo identifica como Académico, Félix de Azúa intentaba abrirse paso en la celebración de su ingreso a una institución que promete -y ya pone en marcha- algunos cambios. Cada vez son más los díscolos y arriesgados quienes entran a formar parte de una institución que acaba de cumplir 300 años. Desde su creación en 1713, la RAE ha estado formada por miembros de número. Los primeros estatutos, de 1715, fijaron en veinticuatro las plazas de la corporación, designadas con letras mayúsculas del alfabeto. Las minúsculas vinieron después, con la ampliación del número de «sillas» en años posteriores. Actualmente, la institución está constituida por cuarenta y seis académicos de número, entre ellos el director y los demás cargos de la Junta de Gobierno, elegidos para mandatos temporales, de acuerdo con lo establecido en los estatutos.

Este es el hombre que se incorpora a la Academia. Félix de Azúa, alguien que sabe reflexionar sobre lo que le rodea evitando el buenismo, el mal gusto de las buenas intenciones o la pobreza de cualquier militancia que no sea el compromiso con la inteligencia. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, Azúa es un escritor experto en todos los géneros. Fue ganador del Premio Herralde, en 1987, con  Diario de un hombre humillado. También ha publicado las novelas Las lecciones de Jena (1972), Las lecciones suspendidas (1978),Ultima lección (1981), Historia de un idiota contada por él mismo (1986),Cambio de bandera (1991), Demasiadas preguntas (1994) y Momentos decisivos (2000). En su bibliografía hay también poesía -muy buena poesía-, teatro -la adaptación de Historia de un idiota contada por él mismo-  y una amplia obra que le ha valido el Premio Nacional de Ensayo y de la que es obligatorio mencionar El aprendizaje de la decepción (1989), La invención de Caín (1999) y Esplendor y nada (2006). Entre sus libros más recientes destacan Ovejas negras (2007), Abierto a todas horas (2007) así como las ya mencionadas Autobiografía sin vidaAutobiografía de papel y Génesis.

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