Selfie, también auto-foto. Dícese del autorretrato realizado con una cámara fotográfica, normalmente la del teléfono móvil, con la intención de compartirlo en una red social. Desde Obama en el funeral de Nelson Mandela hasta Ellen DeGeneres junto a varias celebridades de Hollywood en la Gala de Los Oscar. El selfie va de boca en boca –y de retuit en retuit-. Pero no es nuevo, en absoluto. Desde el siglo de oro existen atecedentes; eso sin contar que ha tenido entre sus más fieles devotos a los viajeros solitarios que atraviesan la historia de punta a punta.
Ya en el siglo XVI Diego Velázquez practicó el mayor selfie de la historia de la pintura, al retratarse a la izquierda de la infanta Margarita de Austria en Las Meninas. Repitió el sevillano en su cuadro Las Lanzas, donde aparece en el extremo derecho mirando fijamente al espectador mientras el holandés Justino de Nassau entrega las llaves de la ciudad de Breda al general vencedor, Ambrosio de Spínola.
Tras el terrible accidente que le desplazó varias vértebras de la espalda, Frida Kahlo tuvo que permanecer 9 meses en cama. Fue allí donde comenzó una relación más profunda con la pintura. No sólo necesitó de un caballete especial , sino que hizo instalar un espejo bajo el dosel de su cama, así podía verse y convertirse en modelo para sus cuadros.
Recientemente se ha difundido el que podría ser el primer selfie del siglo. Fue hecho en el Estudio Marceau, fundado por Joseph Byron en Nueva York en 1892 –tras siete generaciones, el estudio aun existe-. La imagen cuenta con cinco fotógrafos con bigote –entre ellos Byron-, quienes sostienen una cámara analógica antediluviana con el brazo extendido. Debido a que esta cámara habría sido demasiado pesada para sostenerla con una mano, no bastaba uno. Más que selfie, este es multitud.
Otro grande de los grandes en lo que selfies se refiere, ese fue Andy Warhol. Desde 1963, Warhol comenzó a crear sus obras a partir de fotografías de fotomatón, que imitaban los fotogramas de una película. Hacía entrar a los protagonistas de sus retratos en las cabinas de un fotomatón de Times Square, introducía las monedas en la máquina y esperaba a que saliera la fotografía revelada. Se sometió a sí mismo a infinidad de retratos de este tipo. También usó polaroids.
Pero si la auto-foto como género tiene un lugar privilegiado en la historia de la imagen en el último siglo, hay que reconocer que uno de sus principales propulsores fue el fotógrafo venezolano Vasco Szinetar. Retratista por excelencia de escritores –desde Jorge Luis Borges hasta Gabriel García Márquez o Vargas Llosa-, Szinetar cultiva desde los setenta su serie Frente al espejo. Vasco no sólo sitúa al retratado -casi siempre, escritores- frente al reflejo, sino que el propio Szinetar –cámara en mano- se coloca junto al personaje y dispara el obturador.
La artista conceptual francesa Sophie Calle es otra ferviente practicante de la foto autorreferencial. Comenzó a finales de los 70 con Les dormeurs (Los durmientes). De allí pasó a Suite Vénitienne y Detective, un proyecto donde encarga a su madre que contrate a un detective para que le siga y realice un pormenorizado detalle de su vida diaria incluyendo un soporte gráfico. Está obsesionada por la mirada, tanto la de los otros como la suya. Muchas otras artistas como Ilse Bing, Nan Golding o Cindy Sherman cultivaron el auto-rerato.