¿Qué tienen en común el Premio Nobel de Literatura más entrañable de la historia y la actriz revelación de los sesenta? ¿En qué lugar, imaginario o no, coincidieron alguna vez Gabriel García Márquez y Sofía Loren? Pues dónde más: en un plató de cine, ese territorio mestizo donde la realidad y la ficción se funden, a veces, para bien.
Todo esta historia aparece en Sophia. Ayer, hoy y mañana, las memorias de la diva italiana recientemente editadas por Lumen y en cuyas páginas la actriz narra sus comienzos: los tropiezos, la rara belleza que la separaba del resto de las estrellas de cine de aquellos años, la larga cadenas de episodios que la llevaron a la cima … Sí, todo eso que ocurre en las épocas remotas que el tiempo se encarga de convertir en recuerdos.
Así, la musa del neorrealismo italiano –premiada con un Oscar por su interpretación en Dos mujeres-, recuerda cómo en una Europa todavía asediada por el hambre y la posguerra, un joven escritor se cruzó con ella –sin saberlo- en los estudios de Cinecittá, aquel feudo fundado en los años treinta por Mussolini y en el que se rodaron más de tres mil películas.
“Ahora que acaba de morir –cuenta Sofía Loren-, me he enterado de que el plató ocultaba a uno de los más grandes escritores contemporáneos: Gabriel García Márquez. Gabo, que también había llegado a Roma persiguiendo el sueño de Cinecittá y había entrado en el Centro Experimental de Cinematografía gracias al director Fernando Birri”.
En realidad, el joven García Márquez –ya había escrito, en 1955, La Hojarasca y en 1961 El coronel no tiene quién le escriba- trabajaba como tercer asistente de dirección. “En pocas palabras –asegura Sofía Loren-, una especie de guardaespaldas”. Por eso nunca pudo –a pesar de la italiana- acercarse a él (ni él a ella). “¡Su trabajo consistía precisamente en mantener alejados a los curiosos!” Y la italiana se pregunta, como quien se relame con tristeza: “Quién sabe, quizá habría sido el principio de una gran amistad”.