Cultura

Esa catedral llamada Bill Viola

En ocasión de su participación en la escenografía del Tristán e Isolda de Wagner en el Teatro Real, el videoartista interviene la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando con cuatro vídeos suyos.

Se queda corta. Pero si fueran más piezas no sería posible terminarla. Caería fulminado el espectador, extenuado a causa de una belleza lenta, tan poética como tóxica. En la muestra En diálogo, una serie de intervenciones a partir de cuatro vídeos de Bill Viola  en  la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, la emoción actúa como un oleaje, un continuo capaz de hacer sentir a quien mira la necesidad de persignarse, aunque sea ese un gesto plebeyo en el laico territorio de un museo. Así es Viola: total, envolvente como las catedrales o los estremecimientos.

Organizada en colaboración con el Teatro Real (donde se estrenó Tristán e Isolda, con la colaboración de Viola), la exposición  confronta el arte contemporáneo de Viola –uno de los video artistas fundamentales del siglo XX - con el de los clásicos. Sus obras –lentos  y estáticos vídeos que recrean escenas pictóricas y bíblicas grabadas con extrema lentitud-se exhiben junto a  maestros clásicos, como Goya, Zurbarán, Ribera, Pedro de Mena, Alonso Cano y El Greco.

"Las cuatro piezas presentadas forman parte de la que ha sido la principal inquietud de  Bill Viola desde comienzos de la década del 2000"

Las cuatro piezas presentadas forman parte de la que ha sido la principal inquietud de  Bill Viola desde comienzos de la década del 2000, cuando el artista  se sumergió de lleno en la pintura clásica de temática religiosa como punto de partida de la exploración sobre las emociones humanas. Las elaboraciones más impresionantes quedaron recogidas en  Las pasiones, exhibida hace ya una década en la National Gallery, de Londres. Viola empleó  su medio habitual, el vídeo,  para comunicar el  arte del pasado y el del presente. La pintura medieval y renacimiento fueron su punto de partida.

En diálogo con la colección de la Academia de San Fernando,  las cuatro piezas seleccionadas del artista norteamericano modifican sus relaciones de significado –el sufrimiento o la representación- con aquellas que le rodean. Diríase que se acentúan, se actualizan. El ejemplo más evidente ocurre con  La Dolorosa (2000) –un díptico hecho con dos retratos de personajes que lloran- , vecina en el espacio con La Dolorosa , escultura del  barroco español Juan de Mena  recientemente restaurada, y con la que conecta –en cercanía física, formal y anímica- con el estremecimiento que genera el sufrimiento. Ese puente se completa , perfecto, con Montaña silenciosa, una videoinstalación –también compuesta como díptico-  que enlentece los gestos de dolor y ansiedad de dos personajes, cada uno en pantallas separadas aunque paralelas.

Una de las imágenes más estremecedoras es El quinteto de los silenciosos, basada en un cristo de El Bosco, en la que un grupo de cinco actores expresan, independientemente y sin aparente conexión, emociones extremas que parecen querer derribar por igual a sus protagonistas y al espectador.  Sin embargo, la más potente es Redención (2001), exhibida  en una de las salas dedicadas a Goya.

"Si algo sabe recuperar Viola es justamente aquello que ha sido desterrado de la vida contemporánea: la lentitud"

Descrito por el mismo Bill Viola como un trabajo  “sobre la pérdida, sobre un sentimiento profundo en un mundo cada vez más superficial”, esta obra enfrenta –arriba y abajo- a dos personas: un hombre y una mujer recortados por su reflejo en una superficie acristalada -que resulta ser agua-. A medida que sus gestos de dolor se acentúan, ambos comienzan a inclinarse hacia adelante. Piensa entonces el espectador que podrían abrazarse o besarse; dar por terminada esa angustia que les oprime y silencia. Y es justo en ese instante cuando la conexión se convierte en algo imposible: les  separa el charco de agua, ahora agitada y turbia, que borra  sus reflejos, que los convierte en una imagen de la imagen.

De ahí que cierto éxtasis o arrebato propio de la iconografía católica transmute en una ansiedad más contemporánea. El espectador no sabe si persignarse o llevarse las manos al pecho, si salir corriendo o quedarse de pie hasta desmayarse. No sabe dónde colocar la inquietud que generan estas imágenes. Porque si algo sabe recuperar Viola es justamente aquello que ha sido desterrado de la vida contemporánea: la lentitud, ese raro oleaje en la que toda emoción es, a la vez, incendio y marea, algo que sepulta, que estremece.

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