Todos los domingos, a las cuatro de la tarde, entre los meses de octubre de 1981 hasta febrero de 1982, Televisión Española emitió la serie Verano azul. Habían transcurrido seis años tras la muerte de Franco. España había sorteado el intento de golpe de Estado del 23-F y se preparaba para la victoria electoral de los socialistas en 1982. En ese tiempo se emitieron 19 capítulos de la teleserie en la que un grupo de amigos hipnotizaron a los pre-adolescentes españoles con las aventuras de sus vacaciones en Nejar, Málaga. Verano azul emergió como signo de una generación –los nacidos en 1975- y del país en el que esa generación habría de crecer.
Para los que hoy tienen cerca de 40 años –la edad del pacto político y ciudadano español-, Verano azul es un signo de La Transición
Esa es la idea fuerza que ha empujado a la escritora Mercedes Cebrián (1971) a llevar a cabo el ensayo Verano azul. Unas vacaciones en el corazón de la transición (Alpha Decay), en cuyas páginas no sólo rememora el sillón apeluchado en el que vio el estreno y las sucesivas reposiciones de la serie creada por Antonio Mercero, sino que se adentra en un relato que alberga las tensiones propias de La Trancisión reflejada enn aquellos capítulos, apenas 19. Para los que hoy tienen cerca de 40 años –la edad del pacto político y ciudadano español-, Verano azul es un referente ineludible, una forma de pertenencia a un tiempo. La galería de personajes –el pescador Chanquete, la pintora Julia y la pandilla de niños y preadolescentes formada por Pancho, Javi, Bea, Desi, Quique, Tito y el Piraña– dejó huella en el imaginario colectivo hasta tal punto que todavía hoy se recuerdan algunos de los momentos más destacados de la serie y el vocabulario que ésta popularizó.
La elección del tema que ha hecho Cebrián no se agota en la reflexión melancólica o la nostalgia. Hay mucho más que eso. En Verano azul la escritora busca los signos de la ruptura generacional de los años 80, una década en la que un "país puritano, autoritario y poco receptivo a nuevas ideas" coexistía con otro ávido de cambio, libertad y empatía. Uno que parecía siempre vivir bajo el sol, con el golpe salado de una brisa que prometía años distintos. El mismo que intentaba arrancarse de las décadas cenizas del franquismo. En todas estas cuestiones ahonda Verano azul. Unas vacaciones en el corazón de la Transición, un recorrido por la memorabilia, los diálogos y los personajes de la ficción televisiva y que se vertebra con la crónica en presente que hace la autora de una ruta turística basada en la bitácora de Verano azul en La Costa del Sol.
La elección del tema que ha hecho Cebrián no se agota en la reflexión melancólica o la nostalgia. Hay mucho más que eso.
En este libro hay rasgos en los que es posible reconocer muy nítidamente la voz de Mercedes Cebrián, claro: en clave No ficción. Verano azul comparte con su novela El genuino sabor (Random House, 2014) una extrañeza que ya estaba presente en El malestar al alcance de todos o las novelles reunidas en La nueva taxidermia. Sin embargo, en estas páginas emerge con más fuerza un nexo personal que ella consigue enmarcar en un retrato de grupo. Es el tono del que se busca a la vez que busca a otros.
-El ensayo no se agota en la reflexión melancólica o la nostalgia, tampoco en una mirada intelectualizante. ¿Qué fue a buscar exactamente?
-Abordar un producto cultural al que tanto afecto tengo, porque me fascinó a mis 10 años, que fue cuando lo vi por primera vez (1981), era un asunto espinoso. Podía caer en una mera nostalgia, en un dar vueltas a lo mismo: "¿Os acordaís de esto, os acordáis de aquello?", y eso me asustaba, de ahí fui a buscar su valor simbólico, que me resultó obvio al volver a ver la serie entera ya de adulto. Pero le faltaba una pata más a la mesa (que ha salido mesa de tres patas, me parece): una experiencia adulta, rayana en la crónica, en relación con la serie. La posibilidad de hacer esta ruta o "peregrinación" por Nerja fue la escucha a mis ruegos.
-Verano azul encaja en una generación, la que creció y recibió la democracia. ¿El espíritu de Verano Azul se agotó en ustedes? ¿Quién menor que ustedes la recuerda?
-Me parece que se agotó, sí. Hablando con mucha otra gente que la vio en una tercera o quinta reposición lo noto. Simplemente les divirtió la serie, les parecían graciosas las aventuras de esos niños y sus amigos mayores, pero creo que verla en 1981 por primera vez tuvo un valor especial: TVE era la única televisión que emitía en España, no había otros modos de "nutrirse" de programas de ese estilo, salvo a través de la primera cadena de Televisión Española. Un oasis en medio de un desierto: de repente llegan aquellos niños que hacen huelgas de no hablar para desobedecer a sus padres, que tienen una amiga pintora a la que le preguntan cómo nacen los niños... Fue bastante impactante, o al menos en mi entorno.
La insistencia de Mercedes Cebrián en la búsqueda de "la verdad" sobre Verano azul fue lo que la llevó a escribir este libro. El combustible que puso en marcha el motor de este ensayo lo encontró en Google, cuando descubrió una ruta turística en Nerja inspirada en la serie. Y como quien visita un museo o extrae una ficción derivada de una originaria, Mercedes Cebrián decidió apuntarse y hacer la ruta de Verano Azul, unos cuantos años después. El largo viaje de esa peregrinación, la necesidad de revivir como quien escarba y extrae, es parte de lo que se cuenta en este libro, escrito al mismo tiempo con ternura y mala baba, perplejidad y adultez. La que transmite Cebrián es la sensación de aquellos que ven cambiar su rostro como lo hacen las horas en la pantalla de anuncios de un aeopuerto.
-Explora conceptos como veranear, pandilla, amistad. ¿Qué consiguió? ¿Qué sacó en claro de la España de aquellos años?
-Quería encontrar qué tenía esa serie que tanto me había tocado en su momento. Para ello tuve que desmenuzarla, abrirla como si fuese un juguete mecánico, y también analizar el contexto en el que surgió. Me topé con los años ochenta españoles a bocajarro, como cuando abres un bote de un producto químico con un olor muy fuerte y te deja casi mareada. Algo así.
-No sospechaban los personajes de Verano Azul que la ruta que recorrían, la que se revive hy como atracción turística, enuncia una topografía del pelotazo ¿Qué tan lejos está de la España que no es capaz de formar gobierno?
-En Verano azul, y esto me lo hizo ver Miguel Joven (Tito) en la ruta que organiza por Nerja, ya aparecían esos temas: la especulación inmobiliaria en la costa, los desastres ecológicos y algunos otros. La España de Verano azul es más naif, pero también parece, siempre remitiéndonos a la narrativa de la serie, más bienintencionada. Menos "espabilada".
No deja de ser curioso que el relato de las vacaciones veraniegas de un grupo de niños y preadolescentes se emitiera justo en invierno. Lo cierto es que no hubo crío o puber que se resistiera a su influjo, algo que cuenta Mercedes Cebrián evitando cualquier ñoñería. Lo hace con la genuina curiosidad de que sienten quienes preguntan por un fenómeno a la vez que se preguntan sobre sí mismos.
El españolito del futuro o tal cosa como el progreso
Verano azul contiene rasgos, mezclas y contradicciones de la sociedad española que pasa del tardofraquismo a la de la transición. La España futura, la que estaba por llegar, como dice Cebrián en el texto. La serie levantó polémica entre algunos espectadores que mostraron su descontento por el “mal ejemplo” que daba la serie: padres divorciados, madres solteras, capacidad de cuestionar, además de un lenguaje, una vestimenta y comportamiento que empujaban a la joven audiencia, según algunos, a la vulgaridad y la zafiedad. "Por las respuestas que generó la serie, se intuye que el niño de la España tradicional, ese españolito del futuro, tenía entonces mucha más capacidad de actuación que en épocas anteriores: ya protesta cuando algo no le gusta, no sólo verbalmente sino mediante acciones y además pregunta lo que no entiende, por espinoso que sea el tema", escribe.
Al mismo tiempo que la serie genera una ruptura, muestra el poso de prejuicios y tabúes. El euskera apenas se menciona y en lugar de referirse al cava hablan del champán catalán. La denominación de origen ni sueña en aparecer, las autonomías se levantan todavía como parte de un consenso. Lo regional como tarea por resolver. En este ensayo queda retratada la identidad del país todavía como una entelequia embutida en el eslogan España: todo bajo el sol creado por el Instituto de Turismo para colocar al país en el mapa. "Como mi ensayo se focaliza en los primeros años de la democracia, tuve que tratar de fabricar yo misma una breve historia del turismo esos años y de lo que supuso para España. En Verano azul comienza a resquebrajarse esa unidad férrea, se nota por los diálogos de la serie, que no son nada inocentes", dice Cebrián ante la pregunta política que parece sugir en cada capítulo del libro. "Lo significativo en esa época no era convivir con los turistas sino con nuestros vecinos de al lado: ese era el gran tema de la transición, me parece, o uno de los más importantes", explica Mercedes Cebrián, quien -hay que insistir- algo tocó de este tema (país como marca, como producto) en El genuino sabor.
Verano azul contiene rasgos, mezclas y contradicciones de la sociedad española que pasa del tardofraquismo a la de la transición
La publicación de este ensayo ocurre en un momento bisagra. De un lado está la mirada personal, literaria y curiosa con la que Mercedes Cebrián se mueve enfrentada con la España del presente, aquella que devino en plena revisión de todo cuanto parecía prometer los años de Verano azul. La constatación del debilitamiento del bipartidismo, la exacerbación de los nacionalismos, la eclosión de un paro del 25% y la sensación de decepción de una generación que parecía llamada a los grandes proyectos. Esa lectura díptico -lo que relata Cebrián versus el tiempo actual del lector- hace que sea mucho más poderoso el efecto de estas páginas. Esas vacaciones en el corazón de la transición, la expresión entre ingenua y voluntariosa de un relato en el que cupo una generación entera.