Menos las dos primeras novelas, ha traducido todo Foster Wallace. Se dice pronto, ¿pero quién se sienta a hacerlo y sobrevive para contarlo? "Todo es traducible, con dinero, tiempo y esfuerzo", dice el escritor y traductor Javier Calvo, quien ha publicado recientemente El fantasma en el libro (Seix Barral), un ensayo que parte de la traducción como pieza esencial en el engranaje de la lectura y el desarrollo de la literatura. No es, ni mucho menos un libro académico o especializado sino un ensayo que aborda una breve introducción histórica hasta un diagnóstico de la situación actual de la traducción.
Menos las dos primeras novelas, Javier Calvo ha traducido todo Foster Wallace. Se dice pronto, ¿pero quién se sienta a hacerlo y sobrevive para contarlo?
En sus páginas es posible descubrir las traiciones de la traducción, por ejemplo: las versiones mutiladas de Shakespeare que se leyeron hasta el siglo XIX; los cambios en la concepción del lenguaje; las estandarización e imposición de formas del idioma que pueden llegar a generar sensación de “alienación” en los lectores. Sobre el estado de la traducción en España, asegura: va a peor. Menor remuneración y pésimas condiciones de trabajo, entre ellas el poquísimo tiempo.
Sobre el porqué del fantasma, del paso acaso velado de una presencia, hay mucho de la naturaleza del buen traductor en el título de este libro. Cuanto menos se siente la respiración de quien extrae sentido de unas palabras para verterlas en otras, es cuando la traducción consigue su objetivo. Resulta vital la invisibilidad de quien procura hacerlo, un espíritu que define el trabajo de quien extrae lo esencial de una frase, de una página, de una obra. Son sólo algunos de los temas a los que se asoma Javier Calvo en esta entrevista sobre un oficio de vital importancia.
-Cuanto más invisible un traductor, más incrustado está en el texto, dice. ¿Cuál es la mayor dificultad que eso entraña?
-La desaparición del traductor, al menos completa, ocurre en un plano ideal. Es el objetivo que todos tenemos pero no es posible. La invisibilidad se puede plantear como una aspiración, como una realidad en la percepción del lector, que el lector no sea consciente de que estás ahí. Trabajamos para que nadie piense en nosotros. Una persona quiere leer al autor no al traductor.
-¿Las traducciones hechas en España imponen un tipo de castellano?
-Las variantes regionales del castellano hay que plantearlas de forma completamente distintas. Surgen temas como una especie de sumisión a un estándar lingüístico asociado al castellano de España y que ni siquiera es representativo del castellano que habla la gente. Es un lenguaje completamente artificial que mezcla anglicismo con casticismos, un idioma inventado.
"Las variantes geográficas tienen distancias tan grandes entre sí, que genera la sensación de alienación entre los propios lectores"
-Curioso en un momento en que la vocación de muchas instituciones, tanto la RAE o el Cervantes, es integrar y reconocer esas variantes geográficas de las que habla
-La edición en español se está descentralizando. Cada vez se edita más en América Latina y están empezando, como ocurrió en los años cincuenta, focos de traducción en Santiago de Chile, México, Buenos Aires, es decir, en las grandes capitales. El hecho de que se esté diversificando la traducción literaria tampoco soluciona el problema de qué hacemos con todos los españoles que tenemos. Es bastante abstracto y difícil de entender. Las variantes geográficas tienen distancias tan grandes entre sí, que genera la sensación de alienación entre los propios lectores. Eso ocurre no en la creación literaria, sino en la traducción literaria. No porque no se entienda, sino porque genera extrañeza. Y aunque la edición se está descentralizando, sigue esa alienación, esa imposición.
-Pensemos en los laísmos de Salinas en En busca del tiempo perdido, a la luz de la lectura actual… ¿Es ‘incorrecta’ esa traducción?
-Lo que confiere o resta valor a una traducción no es la variante geográfica del lenguaje, no es el criterio por el que deba juzgarse a un traductor. El laísmo hoy es una incorrección porque lo dice la RAE, pero hay gente en determinadas partes de España que habla así. Lo que quiero decir es que independiente de dónde sea una traducción, tiene que usar todos los recursos expresivos de su propia lengua.
-Asegura en su libro que la primera frase de Moby Dick podría traducirse no necesiramente ‘podéis llamarme Ismael’ sino ‘podéis tutearme’
-Si tuviera que elegir una frase del libro, elegiría esa de César Aira. Es una traducción de las muchas posibles, porque hay más de una manera de traducir. Esa es la que él consigue. El libro propone dos escuelas de la traducción. Ambas parten de la idea trágica de la imposibilidad de traducir un libro tal y como es. Eso quiere decir que hay que inventarse algo que se acerque. Eso es una traición. Hay dos formas de abordarlo, una sería el escepticismo respecto a todo el acto de la traducción, representado en Ortega y Gasset y Nabokov, quienes proponen que no vale siquiera la pena traducir y que es preferible leer en el idioma original y luego otra escuela, que es la celebración de esa imposibilidad. Ahí entra Borges.
"Si tuviera que elegir una frase del libro, elegiría esa de César Aira. Es una traducción de las muchas posibles"
-Y usted está en la segunda, damos por hecho.
-Mi libro se sitúa en la escuela borgiana, que es esta forma de pensar la traducción que sigue Octavio Paz, la revista Sur y el mismo César Aira, que es el último gran pensador sobre la traducción inscrito en esta escuela. Más allá de eso hay un valor, en realidad lo que significa es que la literatura tiene que replantearse la relación con la traducción, que es una frase de Borges. Cómo avanza la historia, pues a golpe de traducciones. En ese sentido, me encanta la escuela argentina de traducción.
-Da algo de terror pensar, por ejemplo, que hasta el XVIII leímos un Shakespeare mutilado.
-El capítulo que dedico a las traiciones de la traducción es un museo del horror. Cuando te pones a pensarlo, se te pone la carne de gallina. Hubo una época de la historia en que se hicieron cosas que, desde los ojos de nuestro tiempo, no se pueden justificar. Hasta finales del XIX prácticamente no sabíamos cómo era en verdad Shakespeare. Porque no se parecían en nada los originales a las traducciones. Estaban completamente mutiladas. En ese sentido hemos ganado mucho.
¿En el caso español cuándo cambia eso?
-Creo que 1985. Al leer un libro traducido antes de ese año, normalmente hay mucho errores, cosas del original que el traductor no ha entendido y que por eso se las ha inventado o las ha saltado, a veces se salta una frase, otras una página y en otras un capítulo entero. Podía ser en alguna medida por la censura, pero también porque no se conocía el idioma. Muchos traductores durante el franquismo no sabían siquiera qué estaban leyendo. Podían saber inglés o francés pero no el inglés o el francés que estaba vivo en ese momento.
-Atraviesa por distintas figuras del traductor: su papel en la religión; como hombre de poder; el poeta hasta llegar al operario de la traducción. ¿Hay un desclasamiento del traductor? ¿Qué tan amenazado está el oficio? ¿La concentración editorial puede ser la gran causa?
- La concentración editorial es una parte del asunto. Cuál es la diferencia entre editoriales que hoy nos parecen legendarias de los setenta en España, por ejemplo Barral o incluso la Anagrama de los ochenta, y lo que llegó después, con los grandes grupos que absorben editoriales, periódicos y canales de televisión. La diferencia es que la aventura literaria de descubrir voces extranjeras era vista como una forma de subversión del uso político de los libros desapareció con la vocación de hacer dinero. Lo que ocurre es que todo ha comenzado a fragmentarse. A partir del año 2000 en España aparecieron muchísimas editoriales independientes. Hoy, salen editoriales cada mes. Ocurre también en América Latina. Y es un fenómeno que afecta a todas las capitales: esa salida a una visión industrial de la traducción.