“Los jóvenes, que no tienen ni un duro, tienen nada menos que el tiempo, la posteridad (…) Y por eso cuando nos cruzamos con uno por la calle, bajamos la vista: ¿qué pensará este joven de mí?”, escribía Francisco Umbral (1932-2007) un 19 de noviembre de 1993. Él tenía 60 y España poco más de una década de vida democrática. Al escritor le escocían entonces los años: una erupción envidiosa de puntos y comas. Porque, ¡ay!, de aquel a “quien no leyesen los jóvenes”. Ay, del político apedreado por ellos. “A Felipe González se le murió hace mucho, por dentro, aquel adolescente (…) y es ya una señora”. Bastaría soplar el cañón humeante de la pistola para rematar el tiro de gracia, pero Umbral no necesita protocolos, con los endecasílabos encubiertos le basta… Porque, todavía hoy, su prosa se lee a quemarropa. Sí, hoy, justo hoy: este 11 de mayo en el que, de ser posible, el columnista y escritor cumpliría 83 años.
No sabía Francisco Umbral, mejor dicho, no sabía la vanidad de Francisco Umbral que quienes terminarían leyéndolo, a pie y juntillas, acaso con más fruición y entrega, serían justamente aquellos a quienes secretamente envidiaba y probablemente hasta temiese: los jóvenes. "Cuando Umbral escribía estos textos, yo era apenas un cigoto", dijo el escritor y columnista Juan Soto Ivars (1985) ante una sala repleta, a partes iguales, de estudiantes y veteranos. Porque en el caso de Francisco Umbral, están quienes lo descubren pero también quienes lo releen, quienes rebañan su prosa como si de un alimento o un afecto se tratara.
No se equivocaba Soto Ivars con lo del cigoto, como no se equivocaba Umbral con aquello de que Felipe González se convertía en una señora -¿no lo son ya, a día de hoy, Pedro Sánchez o el novísimo Pablo Iglesias?-. Una España joven y otra que hace ya más de 20 años comenzaba a volverse vieja, aquella cuya piel se ajó, marchita ya de tanta juerga y burbuja. De lo del cigoto –insistimos- hace ya algo más de un mes. Lo dijo Soto Ivars durante la presentación de El tiempo reversible, el volumen editado por el sello independiente Círculo de Tiza que reúne en trescientas páginas más de un centenar de crónicas y columnas publicadas por Francisco Umbral entre 1976 y 2007; textos que sólo pueden leerse con un bolígrafo en la mano, como si subrayándolas pudiésemos tatuarlos en la memoria o el estilo aún no conseguido.
“Ella, la reina, sentada, sola, color desmayo y gasa como la espuma de la sangre (…) encalada de palidez, aureolada de marco y cansancio, sin otra corona que el dolor de cabeza”. Fotografiar con la yema de los dedos que golpean las teclas de una máquina de escribir. Eso hizo Francisco Umbral al pergeñar la crónica de la recepción que tradicionalmente se ofrece en el Palacio Real con motivo de la entrega del Premio Cervantes. El ágape que cuenta Umbral en este libro pertenece al mes de abril de 1980. ¿Cómo lo habría contado él hoy? ¿Qué pensaría Umbral de doña Letizia, la reina plebeya? Estaría bien saberlo; ambos pertenecían, claro, a la misma canalla: el periodismo, un oficio que Umbral embelleció y al que devolvió los galones que el tiempo y la precariedad se encargarían de esquilmar con los años.
Todo un dandy sin levita -pero con bufanda- ni disparo en la sien –acaso un flâenur mesetario, un frívolo y estrambótico carpintero de primorosos ataúdes-, Francisco Umbral goza de la buena salud de los difuntos, aquella que prodigan a un autor sus herederos –el eco en el tiempo de una obra-, porque Umbral tiene algunos selectos descendientes: Jabois y compañía… una generación para quienes parece estar pensado este volumen, como si de un talismán se tratara. No en vano, la introducción –magnífica, a cargo de Antonio Lucas-, dice: “Naturalmente, a Francisco Umbral no se le perdona. Es el peaje que impone su libérrimo magisterio. Vino a desguazar el oficio como quien propone una beneficiosa revolución con prisa”.
El Adolfo Suárez a punto de encender un cigarrillo con un revólver; la Lola Flores esdrújula, llena de acentos y redondeces; el Gutiérrez Mellado, héroe de paisano; el Tierno Galván escolta del camión de la basura; el Shakespeare de la carrera de San Jerónimo un 23F… Hay tanto y tan hambriento estilo en los días escritos por Umbral, que no podemos ser más que eso: cigotos, proyectos de algo que debía llegar a tiempo. Ese es el tiempo de Umbral, el reversible, aquel al que se da la vuelta, como una prenda o una deuda. El todo y la nada. O sea, imaginación. Hoy, justo hoy, un 11 de mayo, Umbral tendría 83… ¿Nosotros, los cigotos, qué edad tendremos en unos años?